Escritor chileno, autor de El deseo invisible, Santiago cola antes del golpe (Cuarto Propio, 2017) –un ensayo novelado presentado en el stand de Chile de las ferias del libro de Guadalajara, Bogotá y Buenos Aires, además de Casa América Catalunya y la Feria Internacional del Libro de Santiago– y de la novela Márgara corre por el pasto, próxima a editarse en España. Relatos suyos han sido publicados en Comala College (España y México), Pájaro azul (España) e Imaginistas (Chile).
Tiene una vertiente esotérica que le ha llevado a publicar continuamente, desde marzo de 2023, un horóscopo mensual de ritmo poético, en revista Galio. El Ministerio de las Culturas de Chile le ha asignado la beca de creación literaria en numerosas ocasiones, con el fin de llevar adelante diferentes proyectos de narrativa. Guía talleres de escritura desde hace siete años, en diferentes espacios culturales a ambos lados del Atlántico, como Comala College, donde impartió «Fantástico feminista latinoamericano»; Casa Fahrenheit, donde dictó el taller «Escritura y símbolo»; o la librería barcelonesa La Social, con el curso «Escritura y Apocalipsis».
Su metodología es un destilado de más de doce años de dedicación a la enseñanza de la literatura, y combina procesos intensivos de escritura, análisis crítico de la tradición y ejercicios esotéricos anti-bloqueo. Es también investigador de procesos de escritura de mujeres, teorías del género y prácticas homoeróticas, con numerosos artículos publicados en revistas académicas indexadas y presentaciones en congresos internacionales, pues es licenciado en historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, máster en estudios de género de la Universidad de Chile y doctor en teoría de la literatura y literatura comparada de la Universidad Autónoma de Barcelona. Asimismo, ha trabajado como gestor cultural de diferentes iniciativas literarias y artísticas, y ha incursionado
en disciplinas como la performance, la danza contemporánea y el yoga.
El deseo invisible. Santiago cola antes del golpe
Ensayo
2017
Publicado por:
Cuarto propio
Artículos y entrevistas
Entrevista al profesor
La frase me sugiere una visión un tanto anticuada de la escritura, que le debe mucho al romanticismo del siglo XIX, porque la entiende como un don divino que portarían exclusivamente ciertas personas (generalmente hombres), convirtiéndolos en «genios»: otra invención romántica. Por el contrario, escribir es un oficio, una artesanía, un hacer continuo y detallado que requiere una disciplina enorme, y mucha fuerza. La escritura en tanto oficio puede y debe aprenderse con la práctica, así que respondiendo a la pregunta, sí se puede aprender y enseñar a escribir.
Para mí ser profesor significa guiar a otra persona en el desarrollo de sus potencialidades creativas. La escritura trabaja con materiales sensibles, por eso produce un goce genuino en las partes involucradas, y a la vez requiere de mí, como tutor, empatía y respeto irrestricto por el imaginario personal de cada participante, ya que mi lugar es el de un lector. De esta manera es posible proponer un camino que permita concretar un manuscrito. Y como este camino está hecho de estímulos, ser profesor es también dinamizar a otros con textos provocadores, ejercicios de escritura desafiantes y, también, técnicas de introspección y encuentro con el material inconsciente y biográfico. Disfruto mucho siendo docente, y comencé a impartir clases de escritura después de publicar mi primer libro, animado por los comentarios de estudiantes antiguos de mis cursos en la universidad –donde fui electo varias veces como el mejor profesor de la carrera de literatura–, que generosamente vieron en mí a un guía.
Una de las peculiaridades de mi metodología es generar, al comienzo y mediante todos los medios disponibles, un espacio emocionalmente seguro para todos los participantes. Este es el paso previo esencial antes de que cada quien se atreva a compartir sus textos con el resto del grupo. En mis talleres no hay sitio para la crítica demoledora sin fundamento, o para los egos literarios. Me gusta construir un espacio donde todas, todos y todes se sientan cuidados, y de este manera, se ejercite colectivamente la autoconfianza para poder dar rienda suelta a las voces que nos habitan.
Junto con esto, lo principal es que cada estudiante se encargue de proponer, al inicio del taller, una propuesta argumental concebida en términos narrativos. En general, incito a que esta propuesta incorpore materiales biográficos y, en lo posible, íntimos, para reforzar el compromiso con el proceso y añadirle una fuerza adicional a la pulsión de escribir. Sobre dicha propuesta se ejecutan diferentes ejercicios tendientes a la delimitación del argumento y la elaboración de la estructura, el narrador, el espacio-tiempo y los personajes.
Dentro de este marco general, cada sesión está dividida en dos partes: una teórica y otra práctica. En la parte teórica analizamos en profundidad ejemplos literarios potentes y atingentes al curso, que evidencian recursos técnicos de interés para esa sesión en particular. En la sección práctica los estudiantes realizan in situ ejercicios de escritura vinculados con los ejemplos literarios analizados, direccionándolos hacia la construcción paulatina de un manuscrito propio.
Estos ejercicios son puestos en común siguiendo una pauta que invita a criticar no desde la opinión personal, sino desde la observación de los elementos que funcionan –o no– dentro de un texto. Ciertas sesiones también incorporan ejercicios de meditación, visualización e introspección, con el fin de dotar al participante de herramientas anti-bloqueo de canalización de material.
Al comienzo del curso le pido a cada participante que proponga una idea susceptible de ser desarrollada en un formato narrativo: cuento, novela, crónica, diario, ensayo o todos sus intermedios. Y cuando termina les pido un manuscrito o borrador que contenga, en lo posible, esa misma idea modificada y desarrollada. Busco guiar al participante hacia este objetivo mediante la motivación y la persuasión, con el fin de provocar el autoconvencimiento necesario que lo impulse a dar el máximo de sí, y lo lleve a comprometerse no solo con las lecturas, sino también con sostener una práctica escritural continua y consistente. De modo que exijo, sobre todo, un cierto estado de apertura, de receptividad, y mucho compromiso. Estoy acostumbrado a trabajar con grupos multinivel, por lo que ajusto el nivel de exigencia individual de los encargos según el grado de familiaridad con la literatura y de práctica escritural de cada cual, proponiendo a cada quien avanzar a partir de sus conocimientos previos.
El clima es una parte clave en todo grupo de trabajo, y en mi caso, este se deslinda de las particularidades de mi metodología. Así, junto con invitar a construir un espacio de seguridad emocional, cuidado y autoconfianza, me gusta impulsar un espíritu colaborativo, que implique compartir conocimientos, apreciaciones y lecturas; pues afortunadamente, nuestra época –quizá a diferencia de siglos anteriores– tiene muy claro que todo proceso creador es colectivo. Esto implica, asimismo, la necesidad de una crítica cordial que no excluya la polémica, pero la encuadre en un marco de respeto y, sobre todo, de empatía por aquella intimidad que reside en la escritura del otro.
El proceso de enseñanza-aprendizaje, sobre todo en un taller literario, es un intercambio dinámico que nutre a todos los actores implicados. No se puede enseñar sin aprender, y viceversa. En este sentido, los participantes de mis talleres me transmiten, primero que todo, su bagaje cultural, experiencial y emocional a través de sus creaciones. Así, mediante su escritura puedo asomarme al mundo desde ángulos que a lo mejor nunca hubiera imaginado, y entonces enriquecer mi propia mirada literaria y ampliar mi sensibilidad como lector. Además, en sus maneras de acercarse e interpretar las lecturas del curso habrá esta misma singularidad, hija de una historia personal única. A todo esto se suma que, al equivocarse, muchas veces me muestran mis propios errores del pasado: caminos que yo he tomado previamente, en los que puedo verme reflejado, y que me ayudan a repensar, ordenar y compartimentar el proceso de escritura en etapas sucesivas no solo para ellos, sino también para optimizar mi propio proceso.
Misteriosamente, a veces sucede que un comentario sobre una lectura o un texto de otro participante, de modo inconsciente me muestra el camino que debo tomar para seguir trabajando un texto. Así que, en definitiva, mis alumnos me enseñan diferentes vías de extensión de mi repertorio literario, condición indispensable para todo trabajo creativo.
Las cualidades necesarias para ser un buen profesor de escritura son, en primer lugar, la empatía que permite observar al otro como si fuera yo mismo mirándome desde fuera. Desde este lugar es posible comprender la emergencia de una voz que, en base a su propia historia y situación cultural específica, propone un mecanismo determinado de funcionamiento escritural. Junto con ello, para un guía de procesos creativos es indispensable la escucha atenta y activa, que permita identificar puntos ciegos, debilidades o zonas de aburrimiento en los textos. También es preciso contar con las habilidades sociales que requiere elaborar comentarios agudos, críticos y constructivos a la vez, que mantengan un respeto absoluto por la vulnerabilidad del otro, que se encuentra expuesta. Por último, es esencial una disciplina estricta, tanto al momento de planificar y ejecutar las lecciones como de retroalimentar oportunamente los avances de cada participante.
Me gusta profundizar especialmente en el desarrollo de la voz autoral propia, la lectura crítica y cierta visión de la escritura que llamo»ascesis gozosa».
Guiar a otra persona en el proceso de encontrar su expresión requiere una batería de técnicas, que incluyen competencias socioemocionales como la autoestima, necesaria para prestar oídos a la propia pulsión escritural y sus manifestaciones, ya que frecuentemente aparecen diferentes voces que están ahí para ser escuchadas, tal y como se expresen, para que luego puedan convertirse en narradores o personajes singulares, portadores de historia.
Descubrir la voz implica también una lectura crítica, que practicamos periódicamente mediante ejercicios que enseñan a captar el entretejido que conforma la estructura de todo texto. Por último, me interesa especialmente que cada quien se adentre lo más hondamente posible en la escritura como una «ascesis gozosa», ya que requiere una potencia mental que, al menos en la mayoría de las personas, necesita de tiempo libre y una mente descansada.
Me levanto muy temprano todos los días de lunes a sábado, y antes de hacer cualquier otra cosa, escribo dos horas diarias. Luego puedo hacer todo lo demás con la tranquilidad de haber avanzado en mis proyectos personales. Además, esa disciplina escritural me pide un programa de lecturas para procesos de investigación, que incluye consultar tanto la tradición como el panorama contemporáneo. Entonces, leo todo lo que puedo mientras cocino o termino de comer, o finaliza el día laboral, o antes de dormir.
No soy capaz de elegir solo uno de entre todas mis escritoras y escritores favoritos, pero al interior del panorama latinoamericano contemporáneo, me fascina la obra de Selva Almada, que además forma parte de los autores trabajados en mi curso Escritura latinoamericana contemporánea. Almada tiene esa habilidad de los grandes de presentar una estructura compleja en términos simples, guiándote a través de una prosa musical pero nunca recargada de elementos, sino que depurada. Esto no es un río es un libro que podría leer todos los días.
Un escritor que me marcó en parte porque lo leí de adolescente es José Donoso. Sus tramas complejas, grotescas y llenas de adornos, se entrecruzan con una crítica política radical de las relaciones coloniales, de clase y género en Latinoamérica, e incluso de la noción misma de sujeto. Para mí Casa de campo o El obsceno pájaro de la noche son novelas indispensables. Por supuesto le debo mucho también a otras y otros, como María Luisa Bombal, Pedro Lemebel, Néstor Perlongher, Alicia Enríquez, Fernando Molano, Joy Williams, Virginia Woolf o William Faulkner.
Actualmente estoy leyendo La Virus, de Linda Stupart. Es un libro fragmentario, con trozos de ensayo, relato y piezas visuales, en torno al feminicidio de la artista plástica Ana Mendieta.
Fue un regalo que me hicieron desde cielo santo editorial y estoy disfrutando especialmente su rebeldía hacia la forma. También estoy releyendo Moby Dick de Herman Melville, que es una epopeya moderna que me hace sentir de vacaciones, y volviendo siempre a Medea de Eurípides.