Chiki Fabregat es hija de un escritor de cuentos infantiles, creció escuchando historias en las que ella y sus hermanos eran los protagonistas. Escribe desde que tiene memoria. Paradójicamente, su interés por la literatura infantil y juvenil se ha incrementado a medida que se ha ido cumpliendo años. Durante mucho tiempo se empeñó en aprender a escribir para adultos, pero el aburrimiento pudo con ella.
Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, coordina el departamento de LIJ de la Escuela de Escritores, donde también participa como alumna cuando el tiempo se lo permite. Imparte cursos presenciales y asignaturas especializadas en el Máster de Narrativa y el Curso de Especialización en la Enseñanza de la Escritura Creativa. Compagina su actividad en Escuela de Escritores con la escritura, la animación a la lectura con niños y adolescentes, la formación de profesorado, la lectura en los trayectos del metro, los partidos de fútbol de los domingos y las comidas en familia.
Ha publicado con la editorial Edebé la colección Zoila, de literatura fantástica juvenil y la novela Cuando la luna llora, finalista del XXVII premio EDEBÉ. Con la Editorial Diquesí, la novela infantil Trece días para arreglar a papá. Y con DNX, El año de la guarida. Es coautora de los libros Cuentos para educar II, Cuentos para prevenir, Cuentos para coeducar, Cuentos para fomentar la autoestima y Cuentos sobre el ocio activo de la CEAPA y de la colección Soy un superhéroe, bajo el pseudónimo colectivo Isaura Lee.
En 2021 ganó el Premio SM Gran Angular con El cofre de nadie.
Escribir literatura infantil y juvenil
Chiki Fabregat
Javier Fonseca
Juan Pablo Heras
Manual de escritura
2022
Colección Escribir
Volumen 3
PdE & EdE
Zoila: La cueva de fuego
LIJ
2017
Publicado por:
Edebé
Zoila: La leyenda del Vínculo
LIJ
2016
Publicado por:
Edebé
Me llamo Zoila
LIJ
2016
Publicado por:
Edebé
Chiki es increíble, no solo por el color del pelo, sino porque gracias a ella tuve la seguridad para escribir, y sobre todo terminar, mi primera novela.
Rebeca Pal, desde Madrid (España)
Entrevista al profesor / Entrevista a la profesora
Creo que escribir bien es un arte y, como tal, exige aprendizaje, constancia, práctica y muchas ganas. Además hay un componente muy alto de capacidad natural, qué duda cabe, pero se puede aprender y se puede enseñar a escribir mejor. Hay muchos tópicos sobre los escritores que deberíamos ir desterrando, y el de la ciencia infusa o el don divino es uno de ellos.
Los primeros trabajos que ejercí, de adolescente, fueron de profesora. Luego la vida me fue llevando por profesiones diferentes, pero la enseñanza es algo de lo que nunca me he separado del todo. Internet ha supuesto una revolución porque han desaparecido las paredes de las aulas y las distancias. He sido, y sigo siendo, alumna de los talleres de la Escuela, y confío ciegamente en la labor de un buen guía. También deberíamos desterrar el mito del escritor solitario. Cuando me ofrecieron dirigir un taller de literatura infantil en la Escuela no me lo pensé dos veces porque se juntaban mis dos pasiones: la enseñanza y la literatura infantil.
En la Escuela hemos puesto en marcha un postgrado de especialización en Enseñanza de la Escritura Creativa porque enseñar a escribir debería ser parte del currículo escolar y de cualquier proceso formativo. Pero ser escritor y ser profesor de escritura no son la misma cosa, también hay que aprender a enseñar.
La literatura infantil es un lugar precioso en el que vivir, siempre lo he dicho. En los talleres de infantil nos sentimos libres de prejuicios y etiquetas y de la responsabilidad de ser escritores, con mayúsculas. Escribir para niños es muy difícil si no respetas a tu lector y mirar desde arriba cuando los niños juegan es situarse muy lejos de ese lector. Cuando trabajo con escritores de literatura general aplico los mismos principios y lo cierto es que nos divertimos bastante. La Escuela nos permite libertad absoluta, fomenta las ideas nuevas, y me encanta esa libertad porque la interpreto como confianza. No trabajaría en un sitio en el que no se fíen de mí.
Si trabajamos con literatura infantil, les pido que lean muchos libros para niños. Que olviden por una temporada las novelas de setecientas páginas y se lancen de cabeza a los libros con dibujos, con letra grande y tapa dura. También trato de convencerlos de no es más fácil escribir para niños que para adultos, pero de eso se van dando cuenta a medida que pasan las semanas. En realidad, cuando trabajo con la literatura general pido lo mismo. No es diferente escribir para niños y para adultos, más allá de saber que el lector tiene intereses diferentes que deben respetarse.
Durante el tiempo que el curso dura les voy pidiendo que definan sus intereses, que decidan qué tipo de literatura quieren hacer. Mi objetivo es que, al acabar, tengan muy claro lo que quieren y que hayan desterrado todos los tópicos sobre la literatura y los escritores. Les exijo en función de sus posibilidades, siempre trato de exprimirlos un poco para que escriban lo que no se atreven a escribir porque la vergüenza y el miedo al ridículo anulan muchos talentos.
Nos hacemos amigos. En persona soy igual que a través de internet: hablo mucho, opino de todo, me apunto a todo. Si alguien sugiere una actividad, una lectura, un experimento, lo abordamos juntos. Yo no quiero que me vean como la profesora que se sube a la tarima sino como alguien que está en el mismo barco que ellos y que tiene un poco más de formación y experiencia pero las mismas ganas de escribir y descubrir historias nuevas.
Nunca me canso de decir que aprendo de mis alumnos tanto como ellos de mí, si no más. Ellos me aportan la visión más fresca, menos contaminada de prejuicios sobre la literatura. En los libros y en las publicaciones especializadas se aprende qué cosas funcionan mejor y convierten un texto en una atracción irresistible, que estilos están siendo mejor acogidos por las editoriales y el público, pero los alumnos me enseñan a diario que la fantasía no tiene límites y que lo que yo creo imposible, puede darse.
La flexibilidad, por encima de todo. Hay que saber adaptarse a cada alumno, pedirle lo que puede dar, ofrecerle lo que más encaje con sus intereses, motivarlo si se bloquea o siente que se ha descolgado.
Me atrae más la literatura que juega y experimenta que la que repite modelos. Pero también creo que hay un tiempo para todo, que antes de pintar el Guernica hay que hacer muchos bodegones. Insisto mucho en el absurdo, en el sinsentido, porque cuando un escritor se lanza a esa faceta de la creatividad deja salir todo lo que lleva dentro sin vergüenza.
Robando tiempo. O marcándome prioridades, según se mire. Escribo a primera hora de la mañana o los fines de semana y en vacaciones. La escritura es mi motor, necesito escribir. Afortunadamente trabajo en un lugar en el que esto no suena extraño y rodeada de gente que piensa igual, así que nadie se sorprende cuando declino una invitación a una cena porque tengo que escribir o cuando pido unos días libres para terminar una novela.
No tengo un escritor favorito. Me encanta Pippi Langstrump, de Astrid Lindgren, porque es libertad, tanto la de la protagonista como la de la escritora que se atrevió a escribirla. Admiro a Mónica Rodríguez y a muchos de mis compañeros por lo mismo, por su valentía para buscar su propia voz en un mundo que apuesta por lo seguro. Leo más literatura infantil y juvenil que literatura general, pero justo ahora estoy con Nuestra piel muerta, de Natalia García Freire, y es un regalo para cualquier lector.
Los niños lectores merecen todo nuestro respeto, como cualquier lector, y mucho más mimo porque es su primer acercamiento a la lectura y en nuestras manos está que la adoren o la aborrezcan. Pero no me gusta nada la idea de que escribimos para que en el futuro sean buenos lectores. Escribimos para su presente, para que gocen de la lectura ahora, no cuando sean adultos. Los temas, los personajes, las historias tienen que despertar su interés y estar escritas para ellos. Yo crecí leyendo todo lo que me caía en las manos y ahora veo cuántos libros he odiado por leerlos cuando no tenía edad para hacerlo.
A los niños y los jóvenes no se les puede ocultar la realidad ni tratar de mostrarles un mundo que no coincide con el que ellos viven. Lo que los libros no les cuenten lo tienen en la calle, en la televisión, en internet y en la casa de sus amigos. Pero no se puede olvidar que, sobre todo los más pequeños, toman a los personajes de los libros como modelos a imitar y algunos escritores nos sentimos en la obligación de presentar modelos positivos. Creo que cada escritor debe decidir sobre qué escribe y cómo lo hace. Nunca haría una novela juvenil con escenas de sexo explícito porque no me sentiría cómoda, pero no me parece mal que otros lo hagan si son capaces de presentarlo de una forma natural. De todas maneras, es muy diferente el tratamiento para infantil y para juvenil. Abogo por la defensa de la inocencia de los ocho años y por la llamada a la reflexión a los catorce. Hay editoriales más conservadoras, porque sus clientes masivos son las escuelas y en las escuelas prima lo políticamente correcto, y otras que apuestas por la novedad. Afortunadamente, el sector de la LIJ está sano y fuerte y tiene cabida para todos los textos de calidad.
Fue una experiencia muy enriquecedora. Lo he hecho en muchas ciudades de España pero en los Estados Unidos era la primera vez y me sorprendió el buen recibimiento, las ganas de trabajar de los maestros bilingües y lo receptivos que son a toda la información que les llega. Aquí en España hace ya años que las dinámicas de animación a la lectura y a la escritura se ponen en práctica en muchas escuelas porque los maestros han comprobado que los niños tienen que aprender a leer y a escribir y es mucho más fácil enseñarles desde el juego. Pero allí los aprendizajes son diferentes, menos flexibles, y estas propuestas suponen una pequeña revolución. Me encantó la experiencia, aprendí mucho de ellos, de sus escuelas y de sus niños.
No son demasiado diferentes pero nunca oculto mi pasión por el infantil y eso es algo que se nota en los talleres de literatura general. Si a los alumnos de infantil les propongo algo descabellado o les pido que escriban historias absurdas, les cuesta menos que a los de Escritura Creativa o Novela. Ese miedo al ridículo con el que me peleo es más resistente cuando el posible lector es un adulto.