Formas en que el escritor nos hiere

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Escrito por: ALEJANDRO DE LUCAS

Abrimos un libro sabiendo que puede doler. Pero a diferencia de la realidad percibida, la fantasía es una experiencia voluntaria. Leemos porque queremos vivir y el libro se desvive por nosotros. Si deseamos evadirnos, la historia suprime el tiempo y el espacio. Sentimos nostalgia y las voces protagonistas reconstruyen el pasado. Queremos pasar miedo y el libro se muestra aterrador. Humilla nuestras creencias. Nos muestra el futuro aniquilado.

Blog de escritura de Escuela de Escritores, con Lara Coto, Alejandro Marcos, Chiki Fabregat, Jorge Corrales y Mariana Torres

Podemos cerrar el libro cuando queramos, pero la realidad siempre pasa página. Nadie escapa al duelo por la pérdida, ni evita que el tiempo lo cambie. Que la paradoja no pase inadvertida: buscamos libertad en una realidad que nos es impuesta y huimos de ella para refugiarnos en la fantasía. El arte es ese escudo sagrado, para tiempos en que el pensamiento racional y nuestra forma de ser no pueden con la muerte, ni entienden lo sobrenatural del mal humano.

Al leer surgen colores que no proceden de la luz, sino de la oscuridad cuando se aclara. Nos hacemos sensibles a nuevas verdades, que en la arena de la conciencia dan batalla a las antiguas. Destrozada la mente, convertida en zona de guerra, debemos pensar nuestro pensamiento. Empezamos a hacer caso a las señales ansiosas que nos manda el cuerpo, nos vaciamos de prejuicios y comprendemos al fin, que la naturaleza de una misma cosa cambia según el experimento que hagamos de ella.

Son tan extrañas las voces que escuchamos en una historia, que no podemos reconocerlas en nuestra experiencia. No tenemos consejos para ellas, ni podemos ponernos en su lugar. Así que nos colocamos en la emoción: nos reímos con ellas y lloramos su tristeza, como hacen los animales de compañía, aun sin saber qué nos pasa. Y al hacerlo, descubrimos verdades acerca de nosotros mismos, nos vamos viendo reflejados en ellas.

La fantasía es un espejo circense que expande nuestros defectos y carencias de forma ridícula. Es imposible disimular nada: la mentira fantástica se hace tan grande que pone en evidencia la mentira real. Nos vemos caracterizados por aquello que tratamos de esconder. Y si nosotros miramos el infierno de este lado, lo que contemple el reflejo cuando nos mira será aquello que no sabemos de nosotros mismos, esperando ser revelado.

Al otro lado del espejo aguarda el escritor disfrazado. Él es el hombre de gris que nos arrebata el tiempo en Momo. La maldición de la ira que consume al príncipe de La princesa Mononoke. Las creencias esquizofrénicas que se implantan en Bosque Mitago. La culpa por las personas que dejamos Dentro del Laberinto. Los dioses cósmicos de Lovecraft, que viven tantas vidas humanas como nosotros de los insectos.

Somos tan ligeros, nos desvanecemos tan rápido, que necesitamos cargarnos con el peso de un mundo para sobrevivir. El escritor es el Atlas rebelado. Es el monstruo que nos ve como somos, el reflejo que quiere ser visto, la amenaza que ataca por miedo a que los recuerdos y traumas, las inseguridades y conflictos humanos, vivan por siempre.

Estas son algunas de las formas en que el escritor nos hiere…

LA NADA O LA HISTORIA INTERMINABLE

Nuestra amiga ya no es como antes y no sabes qué decirle. Tienes la sensación de que busca en nosotras lo que quiere oír. Es tan frustrante escuchar siempre las mismas quejas. La misma Historia Interminable. Intentas señalar las cosas buenas que tiene, pero no es capaz de verlas. Le dices que es cuestión de tiempo, que hay cosas peores. Quizá le vendría bien estrellarse. Un buen golpe de realidad. Piensas, ¿cuánto más tiempo vamos a aguantar en una amistad así?

La Emperatriz Infantil está muy enferma. Quizá sea la causa de la desgracia que se ha abatido sobre Fantasía. Una nada que avanza, engullendo todo a su paso. No se puede tocar, verla es como quedarse ciego. Es nada porque nada ocupa su lugar. Los recuerdos se rinden a su paso, saltan dentro de ella. Los significados se vuelven líquidos, se escurren del pensamiento. Y poco a poco, el dibujo del reino se deslíe, el mapa se pliega sobre sí mismo y solo queda la.

La Historia Interminable, de Michael Ende, se publicó en dos colores: rojo para la realidad, verde para Fantasía. Ya desde el principio, asistimos a la destrucción de dos mundos: el del protagonista, tras la muerte de su madre, y el de Fantasía, devorada por la nada.

La única solución consiste en que el héroe de Fantasía atraviese la nada, llegue al mundo de los hombres y traiga un ser humano. Pero eso es imposible: cuando un ser fantástico cae en la nada, cruza la frontera roja convertido en mentira.

Nos lo explica un lobo encadenado, un ser que en el mundo de los hombres tiene apariencia humana. Nos damos cuenta de que nosotros también hemos llegado a Fantasía convertidos en licántropos. Esa ayuda externa que tanto necesita Fantasía, llega para devorarla.

Pero en el proceso nos hemos ido humanizando. También somos seres de paso, al fin y al cabo. Al sentir el dolor de la Emperatriz Infantil hemos aprendido que la distancia se mide por lo lejos que estamos de nuestros objetivos y el tiempo por lo que hemos perdido.

Que las mentiras pueden ser aceptables cuando sabemos lo que son: llamadas de auxilio. No así las ficciones que se hacen pasar por realidades, como las creencias que nos constriñen o las ideologías totalitarias, en el contexto del autor.

En otro momento de la historia, conocemos al personaje más sabio de Fantasía, una tortuga cansada y vieja, con reminiscencias a Gollum, que ante la destrucción del mundo nos dice «nada tiene importancia».

Podríamos interpretarlo como la renuncia al deseo o el miedo a afrontar el mundo de la persona deprimida. O como esa indiferencia suicida a la que aboca el nihilismo. Pero es el pensamiento oriental, el que nos da una de las claves del texto: restar importancia a las cosas en según qué circunstancias, nos ayuda a sanar.

Dice el autor: «Los hechos que vais a encontrar corresponden siempre a la manera como preguntéis por ellos. Por eso no aspiramos a las “verdades objetivas” sino a la sabiduría. Pues los misterios del mundo se abren sólo a quien está dispuesto a dejarse transformar por ellos.»

EL PROBLEMA DEL POLVO EN LA TRILOGÍA LA MATERIA OSCURA

¿Cómo sería llevar el alma por fuera? Saber con cuánto de ella hemos comerciado. Enfrentar nuestra forma verdadera. Ver el alcance de las cicatrices del alma. Adelantar el juicio final y ser juzgados por lo que somos. Medir la distancia a la que estamos del cielo. ¿Qué haría de nosotros el mundo si lo más íntimo, lo más sagrado, estuviera a su alcance?

En el mundo que plantea Philip Pullman, el alma humana se encarna en una forma animal. Los daimonion conviven con nosotros. Gozan de personalidad y libre albedrio, pero alejarse de sus anfitriones les supone un daño mortal. Si bien durante la infancia cambian de forma a voluntad, su aspecto final, invariable, señala la transición a la madurez.

¡Qué mundo este! Si sintiésemos el alma por fuera, no cabe duda de que sería un milagro. Constataríamos que es algo que existe y que al mismo tiempo se va creando. Ya no tendría sentido que los ratones se creyeran los reyes de la sabana. Nadie nos pediría que bajásemos de las alturas, si nuestra alma tiene forma de gavilán.

Nos dicen en el primer libro: «Durante la pubertad, que es la época en la que estás a punto de llegar, los daimonions te transmiten una serie de ideas y de sentimientos muy desagradables y eso es precisamente lo que hace que el polvo penetre en el interior.»

La acumulación del «polvo» no es sino la formación de la conciencia. Para algunos, la llegada de la debilidad del alma, el pecado de experimentar antes el dolor que la alegría. Un adulto con conciencia se hace insuficiente en las relaciones con los demás, en tanto es aguijoneado por las dudas, la envidia o la ansiedad.

Pero, ¿y si fuera posible evitarlo? Cerrar la puerta del alma por la que el polvo barre el cuerpo. Proteger a los niños de esos cambios que los empujarán al sufrimiento de la vida adulta, separándolos de sus daimonion antes de que ocurran. Acabar con la desobediencia, la discordia, tan solo con un cortecito del alma.

En cierto sentido, los padres de la protagonista son sus mayores antagonistas. En el deseo de hacerla fuerte, la obligan a definirse y tomar partido en la contienda. Transforman sus sueños infantiles en mentiras, como los seres de Fantasía cuando caen en la nada. Quieren educarla para que no sea una carga, ni para ellos ni para sí misma. Llegan incluso a tocarle el alma…

Los cuerpos se tocan con violencia o afecto. Tocar un alma sería la mayor gracia consentida al amor o el peor de los crímenes, la más oscura de las manipulaciones. Peor violación que la del cuerpo del niño, es cortar la conexión con su daimonion. Eso es lo que plantea el autor.

Uno de los personajes lo expresa así: «Me pregunté si realmente alguien sacaría provecho de mi sufrimiento. Y la respuesta llegó enseguida. No. Nadie. Nadie se preocuparía por mí, nadie me condenaría, nadie me bendeciría por ser buena chica ni me castigaría por ser mala. El cielo estaba vacío. No sabía si Dios había muerto o si no había existido nunca…»

LA GUERRA ENTRE LOS CORDEROS Y LAS ROSAS, EL PRINCIPITO

Lo que más le gustan son las puestas de sol, pero también trepar a los árboles y contar historias. A los ocho años quiere ser un pájaro y a la edad de diez, construye una máquina voladora que le raspa las rodillas. A los doce, siente lo que es volar en un avión de verdad. Ahora que tiene veintiún años, se ha alistado en el cuerpo del aire como mensajero.

Durante su primer vuelo por África, las arenas del desierto obstruyen el motor del avión. El piloto se estrella, quedando «más aislado que un náufrago sobre una balsa en medio del océano». Está perdido en algún lugar del Sahara, sin mapas y toda la comida que le queda es un racimo de uvas, dos naranjas y una bota de vino. Es entonces cuando conoce al Principito.

El Principito le pide que le dibuje un cordero. De donde es él, un pequeño asteroide en el que vive con su rosa, los baobabs crecen de forma desmesurada. Un cordero es perfecto para comerse las semillas de los baobabs antes de que germinen y destruyan su hogar.

Una mañana, el Principito despierta preocupado pensando que, si los corderos comen semillas de baobab, tal vez coman también flores. El piloto, enfrascado en la reparación de su avión, le contesta cualquier cosa para para que se calle. «Tengo que ocuparme de cosas serias». He aquí que el principito monta en cólera:

«¿Es que no es importante la guerra de los corderos y las flores? Y si yo sé de una flor única en el mundo y que no existe en ninguna parte más que en mi planeta; si yo sé que un buen día un corderillo puede aniquilarla sin darse cuenta de ello, ¿es que esto no es importante?»

El piloto arroja las herramientas. Ya no puede seguir arreglando el avión, cuando hay un pequeño príncipe a quien consolar. Y nosotros nos quedamos pensando, ¿qué es esa guerra misteriosa entre las rosas y los corderos, de la que hablaba el Principito?

¡Qué duro es vivir con objetivos cuando la vida te pone en pausa!, debe de pensar el piloto. Y es en ese agonizar sobre el tiempo que se dilata, que recordamos nuestros mejores momentos. Los que pasamos junto a las rosas. Somos como hormiguitas que, por estar recorriendo un túnel, olvidan vivir dentro del terrario.

Varados en el desierto, vamos muriendo poco a poco. Cultivamos las pasiones como cuidamos de los corderitos, para dar un sentido a la vida. Dejamos que nos tomen la medida por lo que conseguimos y, en consecuencia, valoramos a los demás por lo que nos aportan o lo que han logrado. Los metemos en las mismas cajas con las que también se nos ha encasillado.

Más allá de esa mirada de asombro y cientos de porqués, el Principito es solo un niño y una rosa abandonada son todos los amores perdidos y los baobabs aquello negativo que dejamos crecer dentro y ahora nos destroza. La guerra entre los corderos y las rosas es más importante que cualquier avería. Es una cuestión de perspectiva.

Somos adultos solitarios que viven rodeados de gente. Como en el discurso de David Foster Wallace, peces que andan preguntando dónde está el mar. Y, por desgracia, al final del cuento debemos dejar morir al Principito para poder salir del desierto. Ojalá conservemos su mirada.

CONCLUSIONES

La palabra que adopta un significado para salvarlo, también lo condena. Como si al atravesarnos repetidamente, derramaran un poco de sangre mezclada. Los significados van mermando, se hacen ligeros. ¿Qué es pronunciar sino entonar la canción del remero encadenado a la galera del lenguaje? Unidos a las palabras, los significados no viajan, arrastran consigo el mar.

Las creencias no son diferentes a las palabras: creer es crear. Cambiamos o el mundo nos golpea, pero nos sujetan a nuestra antigua forma. Son sólidos cristalinos de la experiencia. Se confirman a sí mismas, en tanto que por ellas interpretamos la realidad. Querer romperlas es como volar hacia esa luna que, estando incompleta, tiene el filo como de guadaña.

En estado negativo, las creencias son evanescentes: palabras entumecidas que no aceptan nuevos significados. Se esconden, decimos, bajo la capa de invisibilidad del pensamiento positivo y sólo pueden verse con los ojos vueltos adentro. Esta ceguera sobre las creencias es especialmente grave cuando sentimos un dolor que nos cuesta el ser.

Las creencias son placas telúricas que colisionan contra la realidad impensada, originando laberintos donde pensamientos sin forma y conatos de acciones se enredan en un bucle eterno. Y es en ese tratar de sobrevivir por el laberinto oscuro, donde recuperamos nuestros significados y podemos remodelarnos.

La literatura o el arte tienen esa potencia terraformadora. Desde sus ruinas circulares, el escritor nos piensa libres. Separados de nuestras creencias, del espacio y el tiempo. Estamos aquí, leyendo mientras el mundo se nos cae encima. Y el escritor se ríe: somos nosotros los que nos hundimos contra el mundo.

Como a través del correlato se reinventan las creencias más profundas, así la metáfora introduce nutrientes en las palabras agostadas. La fantasía puede ser ese lago de elefantes al que van a morir palabras y creencias viejas. La espalda de realidad, a la que nos aupamos para coger perspectiva de la frontera entre creencias materiales e intuiciones del yo.

Desde el plano de lo maravilloso, donde dialogan diferentes generaciones y pensamientos, podemos proponer excepciones a los actos ocurridos en el siniestro plano de lo real. Es cierto, la fantasía genera experiencias y recuerdos reales: crear es creer. De esta manera, vida imaginaria y vida real se constelan y completan nuestra imagen.

Cuando el escritor nos hiere, lo hace sin ocultarse. Plantea amenazas insuperables, de las que sólo se puede sobrevivir, ensalzando las cicatrices de su paso como un trofeo. Antagonismos que ocurren, de alguna manera, dentro de nosotros mismos.

Acerca de los autores

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Alejandro Marcos

Coordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.

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Chiki Fabregat

Coordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.

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Jorge Corrales

Redactor de nuestro canal de Twitter. Es Licenciado en Filología Hispánica y diplomado en Guion por la ECAM. En los últimos años ha desarrollado su actividad como escritor en redes sociales, donde acumula decenas de miles de seguidores. Cada viernes, los relatos que publica en su perfil personal se convierten en historias virales en Twitter. Entre 2012 y 2022 ha sido profesor de español y Escritura Creativa en la ciudad de Berlín.

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Lara Coto

Lara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.

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Mariana Torres, profesora del Máster de Narrativa en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Gaby Jongenelen

Mariana Torres

Nació en Brasil en 1981, y reside en Madrid. Es diplomada en Guion por la ECAM y forma parte de Escuela de Escritores, donde imparte clases desde 2004. Su libro de relatos, El cuerpo secreto, fue publicado en Páginas de Espuma en 2015. Como escritora forma parte del proyecto CELA (2017-2019) y de la lista Bogotá 39 seleccionada por el Hay Festival (Bogotá39-2017).

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