No me gustan las plantas

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Escrito por: ALEJANDRO MARCOS

A mi amiga Chiki le gustan las plantas. Le gustan mucho y se le dan bien. Siempre me cuenta que antes no se le daban bien, pero que cada vez se le dan mejor, que les ha cogido el punto. Ella sabe, por intuición, cuándo una planta necesita luz, o agua o que la dejen en paz. Porque las plantas son muy suyas, y a veces hay que dejarlas en paz, no mirarlas ni hacerles caso. Y por eso Chiki siempre tiene la Escuela de Escritores llena de plantas verdes y frondosas.

Chiki también cría esquejes y después los regala, como si colonizara de una forma muy sutil y muy bonita las casas de los demás; igual que coloniza (en el poco sentido bueno que tiene la palabra) la vida de los que tenemos la suerte de trabajar y estar a su alrededor. Y lo hace porque se le dan bien las plantas, aunque antes no se le dieran.

A mí no se me dan bien las plantas. Nunca. Aunque no dejo de intentarlo.

No, queridos lectores, no hemos cambiado el blog de escritura por uno de botánica. En seguida entenderéis (espero) por qué me he vuelto loco y he empezado a hablar de plantas, de esquejes y de Chiki.

Chiki, Chiki Fabregat, además de creadora de selvas y protectora de pipos de mandarina, es escritora. Y ser escritor tiene mucho de entender las plantas. Mucho o casi todo. Al menos de ser escritor tal y como yo lo veo (y seguro que Chiki también). Y quiero usar esa comparación para que entendáis cómo comprendo yo mi relación con la escritura.

La principal razón por la que no se me da bien la botánica es la misma por la que no se me da bien la cocina: porque no hay recetas exactas. Porque con la misma sal, los mismos huevos y las mismas patatas, mi tortilla nunca será como la tortilla de mi madre; que calcula a ojo las patatas, la sal y los huevos, que no mide el tiempo ni la cantidad de aceite. Y a mí me cuesta entender que con los mismos ingredientes y siguiendo el mismo método, las cosas sepan diferentes. No sé si ya veis por dónde estoy yendo.

Hace poco me mudé a un nuevo piso y me regalaron dos plantas. Sonrisa nerviosa. Una planta, qué bien. Terror. ¿Cada cuánto hay que regarla? Cada semana, más o menos, cuando vayas viendo, cuando le haga falta. No, no y no. Cada semana es un número concreto, los martes me toca regar las plantas. Cada semana, más o menos, es el horror, el abismo y la oscuridad insondable; la muerte inevitable de la planta. Un puñado de sal, que le dé un poco el sol, que no tenga mucha humedad. Pánico.

Las plantas se crían con mano, con entendimiento, conociendo cada planta y sabiendo cómo se comporta, qué necesita. Exactamente igual que se escribe. Cada texto es diferente. Cada novela un mundo. Cada escritor tiene un proceso creativo distinto. Y todo es válido, si al final el esqueje arraiga. Chiki no mide el agua ni el tiempo de riego, igual que yo no calculo adjetivos, ni creo personajes con escuadra y cartabón. Seguro que a Chiki se le murieron muchas plantas, seguro que se le siguen muriendo, pero ya son más las que sobreviven que las que se secan. Igual que yo he dejado morir muchos proyectos literarios, pero cada vez sobreviven más. Esta novela va a necesitar este tipo de tierra, no me conviene planificar mucho; para esta sí, además voy a sacarla al sol, creo que le van a venir bien dos voces diferentes. Y no hay una regla que te indique eso.

Hay, por supuesto, directrices, indicaciones generales. No es recomendable abusar de los adjetivos antepuestos igual que no es recomendable regar todos los días una planta. Y en botánica también hay excepciones. Las plantas necesitan luz, pero la Flor de Pascua tiene que estar a oscuras para que sus hojas se pongan rojas. Esas directrices son las técnicas narrativas, la teoría, que es totalmente necesaria para trabajar la intuición. Igual que la teoría de botánica hace que no le echemos sal a las plantas, aunque el hecho de saber eso no hará que se te den bien, ni siquiera que no las mates.

Y esa intuición no significa no planificar, no pensar las cosas. Para cuidar una planta debes pensar en ella, planificar su crecimiento. Aunque después la cuides con las técnicas que ya has interiorizado, pensando, pobre, que lo que haces no tiene método ni planificación.

Es curioso que a Chiki le gusten las plantas y no los ramos de flores. Curioso, pero tiene todo el sentido del mundo. Una planta se cuida, es algo que hay que conocer y ver crecer. Una flor es lo contrario, es algo que se deteriora, que es un impulso, bonito, pero no duradero. Como aquellos que escriben por impulsos, guiados por «la musa». Muy bonito, muy poético, pero poco duradero. Chiki es de plantas porque es escritora de las de dejarse las cejas y los codos. Pelearse con una planta que parece que se marchita y resucitarla es muy parecido a borrar el veinte por ciento de una novela y rescatarla. Y sé que Chiki lo ha hecho. Y yo quiero que se me den tan bien las novelas como a ellas las plantas (y las novelas).

A escribir se aprende despacio, como a cuidar las plantas. Con observación y conociendo las técnicas básicas. Como a cocinar. Ya me sale una tortilla de patatas riquísima y cuando la hago no peso los ingredientes ni cuento el tiempo. Aunque durante mucho tiempo necesité hacerlo, como necesité apoyarme constantemente en las técnicas narrativas y consultar cada paso la planificación.

Por eso no me preocupa que no se me den bien las plantas, y por eso no dejo de intentarlo. Tampoco sabía escribir antes, también intentaba hacerlo con una receta, con unas normas rígidas, sin entender lo que escribía, sin dejarme guiar por la intuición. Y ahora escribo. Ahora entiendo la escritura, «se me da». Y, algún día, del mismo modo, se me darán las plantas y podré llevarle a Chiki en una pequeña maceta un esqueje; igual que nos enviamos correos con pequeños esquejes literarios y nos colonizamos el uno al otro.

Acerca del autor

Alejandro Marcos, fotografía de Isabel Wagemann- IMG675

Alejandro Marcos

Coordina los Departamentos de Formación, Calidad y Relaciones Internacionales. Además, junto a Chiki Fabregat, se encarga del posgrado de formación de profesores. Imparte cursos de escritura desde 2012, es profesor, junto a Javier Sagarna, de la asignatura de Proyectos del Máster de Narrativa. Escribe acerca de narrativa en el blog de la Escuela y codirige, con Daniel Montoya, nuestro podcast. Desde 2019 trabaja como Project Manager en el proyecto CELA.

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