Escrito por: ALEJANDRO MARCOS

Hay una técnica que emplean algunos profesores para generar conversación entre nuestros alumnos y romper el hielo en los primeros días de clase que consiste en preguntar a los estudiantes por el libro que más vergüenza les da haber leído.

Es una pregunta divertida que, a medida que va avanzando la ronda, genera más y más comentarios. Es un buen modo de crear un ambiente cercano y ver que todos nos hemos equivocado alguna vez, que los compañeros son todos iguales y que en los talleres hemos venido a pasarlo bien y a aprender sin prejuicios.

Por eso mismo me he decidido a hablaros hoy de esas lecturas que me atormentan por las noches cuando me acuesto, aquellas que palpitan bajo la madera del suelo como el corazón de Poe y que amenazan con dejarme mal si consiguen salir a la luz delante de gente entendida en literatura.

Antes de comenzar a desgranar esta sarta de perlas maravillosas, me gustaría aclarar a qué me refiero cuando hablo de «lecturas vergonzantes». Para mí, una lectura vergonzante es aquella que nos causa arrepentimiento haber leído, aquella que negaríamos haber leído si nos preguntaran en la televisión y de la que, probablemente, no queden rastros ni pruebas en nuestra casa. Una lectura que nos avergüenza no tanto porque sea mala (que puede ser), sino porque la consideramos indigna o poco merecedora de nuestra atención lectora. No niego, evidentemente, que hay algo de clasismo en esta definición. Después de todo, otra de las características que yo considero indispensable de este tipo de lecturas es que al lector le han producido cierta satisfacción. Es decir, que son lecturas que hemos terminado y que, o bien nos han enganchado, o bien hemos disfrutado en cierta medida. Un pequeño placer culpable que nos avergüenza más que comer con los dedos.

Dicho esto, a continuación, voy a compartir con vosotros cuáles son las lecturas que más me avergüenza haber leído. Veréis que no son muchas, hay otras obras «cutres» que me encanta haber leído y que, por eso, no entran en esta categoría.

• Crepúsculo, de Stephanie Meyer: Mi reina de las vergüenzas. Un regalo de mis hermanos cuando se enteraron de que me gustaban los vampiros. Casi me muero del azúcar y los adjetivos antepuestos. Les dije que el libro NO me había gustado mucho y en las siguientes Navidades me regalaron la segunda y la tercera parte (que nunca he leído) porque en mi casa somos de no escuchar. No he sido capaz ni siquiera de verme las películas. Leer el libro fue como ver un accidente de tráfico, estaba horrorizado, pero no podía dejarlo. Reconozco la originalidad en el modo de presentar a los vampiros y Edward generaba cierto misterio, pero la personalidad de la protagonista y los diálogos forzados pudieron con mi paciencia. Para cuando llegué al final, terminarlo se convirtió más en una apuesta personal que en otra cosa. Pero, sí, he leído Crepúsculo. Y, sí, acabé el libro entero. Me traumatizó tanto que me deshice de los tres libros en cuanto pude y de momento he sido incapaz de volver a leer ninguna historia moderna en la que se hable de vampiros.
• El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry: Con este libro me pasó una cosa curiosa. Hace unos años, no me avergonzaba decir que lo había leído, al contrario, solía reconocer públicamente que era uno de mis libros favoritos. Tenía, incluso, frases copiadas del libro y pegadas por las paredes de mi cuarto. Es más, lo releía al menos una vez al año. ¿Qué pasó entonces para que ahora jamás se me ocurriera reconocer públicamente que lo he leído? Pues, básicamente, el tiempo y otras lecturas. El Principito es un libro mono, cuqui, fácil y sencillo. Sencillo en el mal sentido de la palabra, en el sentido de simple, vacío de significado y facilón. Las metáforas son demasiado evidentes y roza el libro de autoayuda. No niego su eficacia como libro de introducción a la lectura (lo cual no quiere decir que sea un libro para niños, ni mucho menos), pero debe ser el primer escalón de una subida hacia otros libros. Bandera roja al que diga que su libro favorito es El Principito después de los 25 años. Si todas sus frases pueden extraerse y pegarse en una agenda con la tipografía de Mr. Wonderful, huye de ese libro como si no hubiera un mañana.
• Una princesa de Marte, de Edgar Rice Burroughs: Leer este libro me inspiró para escribir un artículo sobre el aprendizaje que podemos sacar como lectores aprendices de la lectura de libros malos. Os lo recuerdo aquí. Escribí el artículo como un modo de aprovechar la lectura, para no sentir que me habían hecho perder el tiempo miserablemente. Este ejemplo es, de los tres, el que más trabajo me costó terminar. Y eso que era el más corto. Reconozco la capacidad de enlazar aventuras una con otra de manera que la peripecia sea siempre entretenida, pero el tipo de ciencia ficción del libro ha envejecido fatal (acabo de recordar el modo de viajar a Marte que tiene el personaje) y el tratamiento que tiene de los personajes femeninos me resulta muy desagradable (incluso teniendo en cuenta la época en la que se escribió). Me avergüenza haber leído este libro (sin ninguna duda) y me sorprende ver la cantidad de continuaciones y reediciones que tiene. No deja de ser un clásico, pero hay algunos clásicos que deberían superarse y, quizás, borrar de la memoria. Quizás sus libros sobre Tarzán sean más interesantes, pero, la verdad, es que no me quedaron muchas ganas de averiguarlo.

Como cualquier artículo que habla de gustos, se trata de una selección plenamente subjetiva. Es más, no me sorprendería lo más mínimo que alguno de vosotros me contradijera y pensara que estos libros son libros geniales. Es lo que tienen los gustos.

Como cualquier artículo que habla de gustos, se trata de una selección plenamente subjetiva. Es más, no me sorprendería lo más mínimo que alguno de vosotros me contradijera y pensara que estos libros son libros geniales. Es lo que tienen los gustos.