En guardia contra las «frases bonitas»

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Escrito por: ALEJANDRO MARCOS

Por el título del artículo podríais pensar que me he vuelto (por fin) loco; que he pasado tanto tiempo revisando y depurando mis textos que he perdido el norte y he decidido emprender una lucha absurda contra la belleza en la escritura. No me extraña. O, mejor dicho, no me extrañaría que pasara en algún momento. Por ahora no es el caso, pero dejadme que os lo explique mejor.

Cuando yo hablo de «frases bonitas» uso el término en el sentido en el que Inés Arias de Reyna lo utiliza en sus clases de escritura. Es decir, no en el sentido literal, sino en un sentido un tanto irónico (aunque no del todo). Con «frase bonita» me refiero a esa frase de belleza y calidad superior a la media que aparece en un texto narrativo y que destaca por encima del resto de frases. Una frase que, extraída de dicho texto narrativo, suena bien, es profunda o provoca una imagen evocadora y potente. De esas de copiar en un papel y pegar en la pared de tu cuarto.

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«Vale, ahora sí que se ha vuelto loco», pensaréis. «¿Por qué querría alguien emprender una lucha contra ese tipo de frases? Precisamente es para escribir ese tipo de frases por lo que me metí en esto de la escritura. ¿Ahora resulta que no hay que intentar escribir frases bellas?»

Calma, calma. Fijaos que este tipo de frases solo reciben el calificativo de «bonitas» cuando destacan demasiado del resto de sus compañeras. Si sois capaces de escribir un texto lleno de frases bonitas que encajen con la trama y no produzcan ninguno de los problemas que voy a describir a continuación, enhorabuena, sois Julio Cortázar, no toquéis nada.

Para los demás mortales, lo más normal es que este tipo de frases sean excepciones que, a pesar de su belleza, no ayuden al texto. La razón principal es que pueden producir alguno de los siguientes problemas:

En guardia contra las frases bonitas, Itinerario de Literatura Fantástica, Terror y Ciencia Ficción, Escuela de Escritores -IMG3-94
  • Son incongruentes con el resto del texto: Nos referimos aquí al estilo del texto. Recordad que alguna vez hemos hablado de la importancia de que los textos narrativos sean coherentes. Si perdemos esa cualidad introduciendo una frase bonita, pero en un estilo diferente, estaremos haciendo que la incoherencia entre en nuestro escrito. Esto puede ser muy evidente si, además, hacemos que sea un personaje el que diga esa frase que no le pega nada. En ese caso, no solo estaremos rompiendo la coherencia del texto, sino también la del personaje.
  • Llaman demasiado la atención: Consecuentemente, esto produce una distracción en el lector. Desvían la atención del mismo hacia algo que no es del todo relevante para el texto. Como lector, constantemente establezco un juego con el narrador del libro: ¿por qué me habrá querido decir esto?, ¿por qué se detiene tanto tiempo sobre este detalle/personaje que es insignificante (en apariencia)? Cuando esas preguntas me las hago sobre una pista falsa, se produce un sentimiento de decepción que incluso puede hacer que deje el libro. Más allá de ese posible abandono, podemos hacer que el lector no reciba el mensaje que le queremos transmitir de una forma clara y, consecuentemente, que hayamos fallado con nuestra intención a la hora de escribirlo.
  • Rompen el ritmo: Cuando estamos escribiendo, lo normal es que fluctuemos el ritmo en función de lo que queremos provocar en el lector cuando se encuentre pasando por determinado pasaje. Este ritmo, además, debería reforzar aquello que queremos transmitir con el libro, es decir, trabajar a favor de la idea global del texto. Una de estas «frases bonitas» puede desbaratar todo esto porque no se dejará cambiar en el modo en el que lo hacen el resto de frases. Cambiar una palabra de este tipo de frases, normalmente, hace que pierda parte de su belleza. Si no puedo malearla y adaptarla al ritmo que necesito, es probable que se cargue la intencionalidad de todo un pasaje.
  • No mantienen el tono: Algo parecido a lo que hablábamos en el primer punto con la coherencia, aunque en este caso no hablamos de la coherencia con la historia o con los personajes, sino con el estilo del narrador. En ocasiones estas frases destacan como un ciprés en un trigal precisamente porque, aunque todos sean vegetales, tienen formas diferentes. Si estamos empleando un narrador coloquial, por ejemplo, y se nos ocurre una frase magistral con un tono elevado, estaremos rompiendo completamente con el lenguaje de nuestro narrador. Y, consecuentemente, poniendo en peligro el pacto con el lector.
  • Resultan redundantes: Muchas de estas frases solo repiten con distintas palabras (más bonitas) lo mismo que ya hemos repetido antes. Su única aportación es estética y, en ese caso, quizás demasiado llamativa. Si abusamos de ello, perderemos el interés del lector.
  • No aportan calidad o información: En el mismo sentido, al ser, normalmente, variaciones de lo ya expresado en el texto con anterioridad, no aportan ninguna información nueva que interese al lector. De nuevo, además, esa repetición infundada hará que el lector fije su atención en esas frases, creyendo que el narrador está intentando decirle algo importante.

Las «frases bonitas» pueden tener uno o varios de estos problemas y la aparición de alguno de ellos es suficiente como para que saquemos las tijeras de podar y, con mucho sufrimiento, las quitemos del texto. Borrar estas frases cuesta más que eliminar cualquier otra cosa que sobre en nuestros escritos porque estas frases «son» buenas. No hay en ellas ningún problema inherente. Como siempre que eliminamos cosas, os sugiero copiarlas en un documento aparte porque quizás os sirvan como ideas para un texto futuro o podáis aprovecharlas de algún modo más adelante. Mi experiencia me dice que no suele pasar, que esas frases se acaban borrando o incluso que pierden su belleza cuando las releemos con el tiempo; pero es una manera efectiva y sencilla de no sufrir en exceso.

Ahora contadme vosotros. ¿Os ha pasado alguna vez esto de las «frases bonitas»?, ¿qué habéis hecho en esos casos? Dejadme vuestra experiencia, como siempre, en los comentarios.

Acerca del autor

Alejandro Marcos, fotografía de Isabel Wagemann- IMG675

Alejandro Marcos

Coordina los Departamentos de Formación, Calidad y Relaciones Internacionales. Además, junto a Chiki Fabregat, se encarga del posgrado de formación de profesores. Imparte cursos de escritura desde 2012, es profesor, junto a Javier Sagarna, de la asignatura de Proyectos del Máster de Narrativa. Escribe acerca de narrativa en el blog de la Escuela y codirige, con Daniel Montoya, nuestro podcast. Desde 2019 trabaja como Project Manager en el proyecto CELA.

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