Por último, adjetivar al gusto

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Escrito por: ALEJANDRO MARCOS

Voy a comenzar este artículo con una confesión: no me gusta cocinar. Hay determinadas actividades que no se me dan bien y que me frustran mucho, las hago si no tengo más remedio, por supervivencia, pero si fuera por mí, no las haría jamás.

Blog de escritura de Escuela de Escritores, con Lara Coto, Alejandro Marcos, Chiki Fabregat, Jorge Corrales y Mariana Torres

Conducir es una de ellas y, muy pegada, la cocina. No he nacido para dibujar, para conducir ni para cocinar. Tampoco para cantar y bailar, pero eso sí me gusta hacerlo.

Después de esta confesión tan poco literaria, os voy a explicar qué conecta mi poco gusto por la cocina con la escritura. Aunque no me guste, reconozco que hay cierto parecido entre las dos actividades. Las dos tienen reglas básicas, pero el resultado depende mucho de la habilidad y el talento del realizador. Si le das a dos personas la misma receta, el plato resultante será, en ambos casos, distinto; tal y como pasa con la escritura.

Además, en ambas actividades, existe un baremo objetivo para calificar el resultado, pero la calificación dependerá en su inmensa mayoría, de parámetros subjetivos en los que jugará un papel importante el gusto del receptor del plato o del texto. En ambos casos, pues, se cocina y se escribe para otra persona, aunque el plato que preparemos nos encante a nosotros también.

La comparación final entre las dos actividades es la que me lleva, por fin, al centro de este artículo y su razón de ser. Tanto en la cocina como en la escritura son muy importantes el equilibrio y la mesura, es decir, saber exactamente cuándo un plato o un texto necesita un poquito más o un poquito menos de algo.

Cuando aprendí a cocinar (a ejecutar platos, podría decirse), una de las cosas que más me costaba era saber qué quería decir la gente con eso de: una pizca de sal, edulcorar al gusto, sazonar moderadamente, etc. ¿Cómo que una pizca?, ¿qué es una pizca? Para los dedos de mi padre una piza es casi un puñado para mí. ¿Cómo se puede seguir una receta con esas indicaciones tan vagas? Sin medidas exactas, la cocina y yo nos íbamos a llevar mal.

Lo peor fue descubrir que en la escritura hay mucho de eso también. Nadie puede asegurarte, por ejemplo, cuántos adjetivos debes poner en cada frase, cada párrafo, cada página. Al igual que en la cocina, debes ir tanteando y probando hasta encontrar el punto justo no solo para tu gusto, sino para el de tus comensales.

Me gusta la comparación de los adjetivos y la sal y la uso mucho con mis alumnos. Los adjetivos son una herramienta muy poderosa para los escritores, al igual que la sal para los cocineros. Pero que sea potente no quiere decir que haya que abusar de ella. Un exceso de sal puede arruinar un guiso del mismo modo que un exceso de adjetivación nos estropea una voz narrativa. En su justa medida, los adjetivos son visuales y ayudan a que el lector cree una imagen en su cabeza de lo que le queremos contar. Teniendo en cuenta eso, es usual que el escritor novel tienda a introducir adjetivos detrás (y delante, lo que es aún peor, como ya vimos en este artículo) de cada nombre, incluso adjetivos redundantes o que no añaden información sobre el nombre.

Exactamente lo mismo que me pasaba a mí al principio con la cocina: temeroso de que la comida no tuviera ningún sabor, pongo la mano en el pecho y lo reconozco, echaba mano de la sal para que el plato no resultara insípido. ¿El resultado? Un plato incomible. Muchas cadenas de comida rápida se han beneficiado durante mucho tiempo de esta manía mía, pero gracias a los dioses de felpa, estoy empezando a controlarme.

Porque un exceso de sal hace que un plato sea incomible, al igual que un exceso de adjetivación perjudica la lectura y la hace incómoda y farragosa. Llenamos tanto de florituras nuestra frase central, que somos incapaces de leerla. En cocina, eso no tiene solución, pero en la escritura sí.

De todos modos, ese ejemplo también me viene bien porque siempre les digo que es más sencillo arreglar un plato soso que uno salado. Si un plato ha quedado soso, siempre se puede añadir algo de sal a posteriori, incluso al gusto de cada comensal. Pero si no hay sal, el plato puede comerse igual. No será, quizás, el plato más sabroso, pero será comestible, cosa que no pasa con el exceso.

Con la lectura es igual. Un texto que ya no puede revisarse, siempre será más sencillo de leer y de comprender sin adjetivos que con un exceso de ellos. Por supuesto, lo ideal es tener un buen paladar y una buena intuición y encontrar el equilibrio adecuado para cada narrador. Sin embargo siempre es recomendable para el escritor novel realizar una poda, una limpieza, y acostumbrarse a escribir con los adjetivos limitados. ¿Por qué? Porque de ese modo podrá añadir solo los más adecuados para la narración en lugar de tener que estar limpiando y decidiendo qué adjetivos se quedan y cuáles se marchan. Es decir, que es un trabajo extra al comienzo de nuestro aprendizaje, pero ese mismo trabajo nos ahorrará muchos esfuerzos y dolores de cabeza en el futuro.

Lo peor y lo mejor de esto, es que nadie tiene la medida exacta. Nadie puede decirte cuántos gramos de sal exacta necesita un plato porque cada plato es diferente e incluso nosotros mismos en ocasiones preferimos algo más de sal o de menos. Y eso es lo genial de la cocina.

Igual que lo maravilloso de la escritura es buscar y buscar hasta dar con la cantidad exacta de adjetivos que concuerden no solo con la voz elegida, sino con el tono y el estilo que hemos decidido dar a nuestros textos.

Yo personalmente disfruto mucho más buscando la cantidad exacta de adjetivos que la de sal, pero hasta el día en el que los adjetivos puedan comerse y sean nutritivos para el cuerpo (o hasta el día en el que podamos volcar nuestras mentes en un ordenador), me tocará seguir jugando a adivinar qué narices quieren decir las recetas cuando hablan de pizcas.

Acerca de los autores

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Alejandro Marcos

Coordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.

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Chiki Fabregat, fotografía de Isabel Wagemann- IMG2-675

Chiki Fabregat

Coordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.

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Jorge Corrales

Redactor de nuestro canal de Twitter. Es Licenciado en Filología Hispánica y diplomado en Guion por la ECAM. En los últimos años ha desarrollado su actividad como escritor en redes sociales, donde acumula decenas de miles de seguidores. Cada viernes, los relatos que publica en su perfil personal se convierten en historias virales en Twitter. Entre 2012 y 2022 ha sido profesor de español y Escritura Creativa en la ciudad de Berlín.

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Lara Coto, profesora de Escritura Creativa para Adolescentes en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Ático26

Lara Coto

Lara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.

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Mariana Torres, profesora del Máster de Narrativa en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Gaby Jongenelen

Mariana Torres

Nació en Brasil en 1981, y reside en Madrid. Es diplomada en Guion por la ECAM y forma parte de Escuela de Escritores, donde imparte clases desde 2004. Su libro de relatos, El cuerpo secreto, fue publicado en Páginas de Espuma en 2015. Como escritora forma parte del proyecto CELA (2017-2019) y de la lista Bogotá 39 seleccionada por el Hay Festival (Bogotá39-2017).

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