Un camino para perderse en el bosque

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Escrito por: NATALIA GARCÍA FREIRE

Tan importante como lo que llega al papel es aquello que escribimos por fuera del texto, antes incluso de que sepamos qué queremos escribir. Todo eso nos lleva hacia el propio texto, le da forma, aunque después no aparezca en él.

 

 

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Solía llamarla escritura inútil. Pero ya no. Nunca más. No es nada inútil. Me refiero a esa parte del proceso que todos escondemos, pero sin la cual nada existiría. Todos esos textos paralelos, listas, ideas, palabras sueltas, pequeños balbuceos, frases de libros, recuerdos, diarios. Una forma de ordenar el mundo. Escribir no es poner palabras sobre el papel, al contrario, es cavar profundo hasta que esas palabras aparezcan, una labor más arqueológica que llena de genio o inventiva.

Y, aunque parezca obvio, muchos empezamos a escribir creyendo que las ideas saltarán sobre la página. Cuando escribo me siento mucho más como un detective que como una escritora. De hecho, nunca me llamo a mí misma escritora. Soy la que escribe. Pero, si escribo un cuento de mil palabras, hay otras dos mil o cinco mil, regadas por todos lados, que me han llevado hasta ahí. Que no son solo mías, claro, que están llenas también de apuntes, lecturas de otros, subrayados que luego escribo, palabra por palabra, en una libreta, como las oraciones a la Virgen que me hacía reescribir mi abuela y entregar a todas las vecinas. Quizá por eso escribo como si rezara.

No hay nada más parecido a escribir que perderse en un bosque y caminar y caminar y llegar cansada a un sitio que quizá no es la parte más bonita del bosque, pero es en la que puedes sentarte y desacelerar la respiración, sacarte las medias, sentir el llano húmedo y preguntarte: ¿cómo llegué aquí y qué importa?

Trataré de ser más clara. Acabo de terminar un cuento que se llama: «¿Cómo desaparecer completamente?». Ese cuento lleva mucho tiempo escribiéndose. Los primeros apuntes (2022) son:

Biografía alucinada, un acercamiento a la autodestruficción

Disección de un cadáver que soy yo

Jugar con fantasmas

Cuando escribí esas líneas había terminado de leer un libro fascinante de Begoña Méndez: Autocienciaficción para el fin de la especie. Y estaba contaminada por cada palabra de esa mujer. Estaba manchada, no solo mi mente, mis manos y mi oído, sobre todo mi oído. Su ritmo se me había metido dentro como esas canciones religiosas que todavía canto al despertarme y que me enseñaron en la escuela de monjas. Son un ritmo interno que no puedo soltar. Pues, en eso estaba y de ahí surgiría esa idea de la biografía alucinada, y la autodestruficción. Contaminarse es importante. Luego estuve meses llenando libretas que tienen y no tienen que ver con ese cuento (que apenas tiene dos mil palabras), pero que están llenas de apuntes, como las migas de pan de Hansel y Gretel. Cuando vuelvo a ellas, entiendo la mitad. Las migas de pan en el bosque se las comen los pajaritos. Me pierdo en el bosque. La biografía alucinada que he querido escribir se parece más a una alucinación que me paraliza. Y entonces doy con alguna palabra que consigue despertarme. La palabra fue un día: fantasmas. Entonces recordé que de pequeña no temía a los fantasmas. De hecho, eran todo a lo que me aferraba. Y había escrito algo al respecto en algún lugar. Algo que tenía que ver con dos primas (mi prima y yo, claro), que jugaban a ser detectives de fantasmas en la casa de su abuela. Lo peor era cuando no encontraban nada. Cuánta tristeza. Que los muertos no te hablen. Que todo lo que tengas de ellos sea el silencio. Cómo íbamos a tener fe si todos nuestros muertos se rehusaban a abrir y cerrar puertas, a cambiar las cosas de lugar, a manifestarse. Pronto nos dimos cuenta de que no era tanto que no quisieran manifestarse, sino que estábamos buscando en los lugares equivocados. En los sitios que nos habían indicado las creencias, las supersticiones, las películas. Encontramos a nuestros fantasmas en el lugar más extraño. En las ollas de la abuela, las que mantenía en la despensa y que eran tan grandes como para bañar a un bebé. Entramos ahí a jugar a la vendedora y compradora. Todo era más fácil cuando soñábamos con ser vendedora o compradora. Y abrimos una de las ollas y, en lugar de encontrar granos de maíz, hallamos un zapato de bebé viejo y descascarado. Celeste con blanco. Había sido el zapato de nuestro tío Diego. Muerto. El tío favorito. Muerto. El que nos tomaba de los codos y nos levantaba hacia el cielo. Muerto. Le preguntamos a la abuela qué hacía eso ahí y lloró. Me lo quitó de las manos. Así fue como empezamos a buscar restos. Nos creíamos detectives, arqueólogas de la muerte. Pero ya no le contábamos a nadie. Teníamos el sueño de armar un museo con todas esas cosas que hallábamos: el manto de boda de la tía, muerta, las revistas de mi otra abuela, muerta, los huevos de pascua que el tío nos escondía, muerto. Escribí párrafos de esto. No había personajes, ni argumento, pero sí recuerdos, listas, canciones en una lista de reproducción que me hacía pensar en ello. Escribí frases de las que estaba avergonzada, como si estuviese sacando provecho de mi dolor. En fin. Llené libretas enteras de cosas que no llegaron jamás al cuento. En el cuento no hay niñas, ni zapatos de bebé, ni siquiera hay fantasmas. Pero que son el cuento.

Hay un texto de Chantal Akerman que resume esto de maravilla, se llama: Escribí todo esto y ahora ya no me gusta lo que escribí.

En esa primera frase ya está todo. Escribimos todo esto y ahora no nos gusta lo que escribimos, pero nada de eso importa. De eso va el texto, de todo, de cosas que no son un cuento. Nos hemos perdido en el bosque, hemos encontrado fantasmas. El sol sale despacito y nos toca los dedos de los pies.

Últimamente leo mucha de esa escritura, esa que parece estar escrita para esconderse en el cajón y ¡gracias a Diosmadre! que no se ha quedado en los cajones. Como dirían de Kafka, (Borges, creo), si en verdad hubiese querido que sus textos no se leyeran, los hubiese quemado él mismo. De él tenemos todo. Historias terminadas, diarios, carta al padre, frases, tonterías. Pero para él era todo lo mismo, un camino que no lo llevaba a ninguna parte. Y es TODO.

Hace poco leí a Peter Orner: Sigo sin saber de ti.  En el libro todo lo que hace el autor es recordar cosas de su familia y de libros, señala frases que lo han detenido sin razón aparente. Pero no son frases subrayables, es decir, no están hechas para ser hermosas. Son frases que han aparecido, como sin querer, como fantasmas, en algún cuento o poema o novela, como esta:

«Verlo crecer. Oír su voz por la casa.»

Esta frase pertenece al Ulysses, en una parte en la que Leopold Bloom recuerda a su hijo Rudy que murió con tan solo once días. Estoy segura de que pocos se detienen en esa parte del Ulysses. Yo no he leído el Ulysses completo, solo algunos fragmentos. Estoy convencida de que es la única relación que podemos tener. Pero Peter Orner se detiene ahí, en esa frase en la que aparece un fantasma y que a nadie más le importa. Esa frase que no cambia el libro. Quién sabe cómo se le ocurrió a Joyce, pero moriríamos por enterarnos. Es una historia, ni siquiera secundaria, una historia «extra». Pero quiero pensar que sin eso no existiría el Ulysses.

Toda esa escritura que nadie ve, las frases de los cuentos, los poemas y las novelas que nadie contempla como edificios perfectos, unos ladrillos apenas apilados en un rincón. Y otras, las que están en diarios, notas al margen, libretas, papeles, facturas de luz, balbuceos que a nadie le interesan, y que no llegan a ningún lado, esa no es escritura inútil. Es la única que importa. Y trato de decirles eso a todos los que escriben: no se preocupen tanto por lo que llega al papel, sino por todo eso que jamás llegará, la arqueología de la historia, el camino que nos pierde en el bosque.

Acerca de los autores

Natalia García Freire - IMG300

Natalia García Freire

Es periodista y ha publicado artículos de cultura, viajes, perfiles y crónicas en medios como BBC Mundo, Univisión, Plan V, CityLab Latino, la revista de viajes Ñan, BG Magazine y Letras del Ecuador. Fue alumna de la VII Promoción del Máster de Narrativa de Escuela de Escritores. Su primera novela Nuestra piel muerta se publicó en octubre de 2019 en la editorial española La Navaja Suiza y fue considerada una de las mejores novelas del año por el New York Times.

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Jorge Corrales

Redactor de nuestro canal de Twitter. Es Licenciado en Filología Hispánica y diplomado en Guion por la ECAM. En los últimos años ha desarrollado su actividad como escritor en redes sociales, donde acumula decenas de miles de seguidores. Cada viernes, los relatos que publica en su perfil personal se convierten en historias virales en Twitter. Entre 2012 y 2022 ha sido profesor de español y Escritura Creativa en la ciudad de Berlín.

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Mariana Torres, profesora del Máster de Narrativa en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Gaby Jongenelen

Mariana Torres

Nació en Brasil en 1981, y reside en Madrid. Es diplomada en Guion por la ECAM y forma parte de Escuela de Escritores, donde imparte clases desde 2004. Su libro de relatos, El cuerpo secreto, fue publicado en Páginas de Espuma en 2015. Como escritora forma parte del proyecto CELA (2017-2019) y de la lista Bogotá 39 seleccionada por el Hay Festival (Bogotá39-2017).

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Chiki Fabregat

Coordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.

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Alejandro Marcos

Coordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.

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Lara Coto, profesora de Escritura Creativa para Adolescentes en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Ático26

Lara Coto

Lara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.

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