Escrito por: LARA COTO

En 2018, la actriz Emilia Clarke hizo las siguientes declaraciones ante la pregunta «¿Qué sientes al interpretar a una mujer fuerte?» que los periodistas le hacían muy a menudo desde su papel en la serie Juego de Tronos:

«Ya basta con lo de mujeres fuertes, por favor. Seamos simplemente mujeres. Te voy a decir lo que se siente al interpretar a una mujer. Punto. Quítale el “fuerte”, encuentra otro adjetivo. Solo estoy interpretando a mujeres. ¿Por qué necesitan ser…? Si no son fuertes, entonces ¿qué son? ¿Me estás diciendo que hay otra opción? ¿Hay una opción débil?».

La indignación de Clarke estaba muy relacionada con el término «fuerte»: en primer lugar, con el hecho de que las palabras «mujer» y «fuerte» se presenten como un binomio inusual, un desafío interpretativo, una rara avis de la ficción. Y, en segundo lugar, por la afirmación implícita de que la fortaleza es una elección, cuando el hecho es que todos los personajes protagonistas de la ficción se enfrentan a un conflicto y eso les obliga, por necesidad, a ser fuertes. Sin embargo, solo en las mujeres se plantea esto como una cualidad insólita.

Clarke no fue, seguramente, la primera figura pública que se atrevía a abrir este melón. Antes y después, ha habido cantidad de discursos similares en cuanto al tratamiento de los personajes femeninos. Tenemos mucho que reflexionar sobre todos esos adjetivos que todavía se relacionan con la mujer: la debilidad, la delicadeza, la belleza, la sensibilidad, la actitud maternal, la ingenuidad, la emotividad, la cobardía, la sensualidad, el romanticismo, la compasión… Muchos de ellos, como se puede percibir, ni siquiera tienen connotaciones negativas, pero siguen siendo prejuicios que reducen todo un género a un estereotipo. La mujer, en definitiva, es un ser humano, y eso abarca un espectro infinito de posibilidades. Podemos ser fuertes, sí, y podemos ser valientes, decididas y heroicas. Pero también podemos ser excéntricas, viles, torpes, retorcidas, feas, podemos estar aterradas, furiosas, llenas de dudas y de rencor, podemos ser crueles, podemos estar vencidas, podemos ser malísimas madres (y hermanas, y amigas, e hijas) y podemos quemarlo todo. 

Podemos ser todo lo que un ser humano es. Y eso es muchísimo.

Si hay una forma clara de comprobar que esto es así es precisamente leyendo lo que las propias mujeres escribimos sobre nuestro género. La literatura (no solo la actual, toda ella) está plagada de ejemplos de mujeres diversas, poseedoras de toda la humanidad y la complejidad que caracteriza a nuestra especie. Y no se trata de conceptos imaginados ni ideas remotas. Una mujer que escribe sobre mujeres es una persona que conoce de primera mano lo que está creando, y por ello, su visión es muy real. Su testimonio es importante. 

Como prueba y como homenaje a todas ellas, aquí va una pequeña lista de ejemplos (y recomendaciones) de mujeres escritas por mujeres: 

Agnes, por Maggie O’Farrell

Agnes es la protagonista de Hamnet, la novela de Maggie O’Farrell que narra algunos acontecimientos cruciales en la vida de la familia de William Shakespeare. Ella es, de hecho, la mujer del dramaturgo y la madre del niño que acabó inspirando la obra más famosa del autor. Pero en este libro, O’Farrell se asegura de que Agnes sea mucho más que “la mujer de”, o “la madre de”. La historia empieza antes de todo ello, y nos presenta a una mujer que desde el principio se opone a las expectativas de su época, para bien y para mal. 

Esther, por Sylvia Plath 

La campana de cristal es una de las obras referentes del feminismo, entre otras cosas, por la crítica social que recoge y la claridad con la que su autora percibía el machismo de la época. Pero lo que nos ocupa ahora es que Esther, un personaje que durante la novela se sumerge en una profunda depresión, es nada menos que una representación de la propia Plath. En ella, la autora se abre en canal y nos traslada a su momento más vulnerable, demostrando todo lo que puede ser (y hacer) una mujer sumida en la desesperanza. 

Catherine Earnshaw, por Emily Brönte 

Ya en el siglo XIX, Emily Brönte hizo todo un ejercicio de profundidad literaria creando personajes sumamente oscuros y cuestionables para llevar las riendas de Cumbres borrascosas. Y aunque el personaje más famoso de esta historia sea Heathcliff, no podemos pasar por alto la complejidad de Catherine, cuyo carácter volátil, egoísta, apasionado y cargado de maravillosas contradicciones acaba definiendo por completo el curso de la historia. 

Gaia y Antonia, por Giulia Caminito 

Sin duda, gracias al avance del discurso feminista del que hablábamos más arriba, entre la literatura contemporánea es cada vez más fácil encontrar personajes femeninos diversos y reales. Para que esta lista recoja un poco de todo, tenemos aquí un ejemplo más actual y menos conocido: el de la protagonista de El agua del lago nunca es dulce y su madre. Ambas mujeres exponen en esta historia toda su determinación y su valentía, pero también, su ira, su resentimiento y su dolor. 

Lauren, por Octavia Butler 

Cerramos la lista con literatura de género, porque por supuesto, esta también está repleta de ejemplos sublimes, tanto de autoras como de personajes. En La parábola del sembrador, Octavia Butler nos muestra una protagonista joven e idealista, pero con una visión inesperadamente cruda y pragmática del mundo distópico en el que vive. Su forma de percibir el futuro, la religión y las relaciones con otros seres humanos rompe absolutamente con cualquier cosa que el lector pueda esperar. 

Si tuviera que quedarme con tres palabras de las declaraciones de Emilia Clarke, sin duda esas serían: «Seamos simplemente mujeres». Con toda la ironía y el poder paradójico que recoge ese “simplemente”. Porque si algo podemos ver con claridad en estos y en muchos otros ejemplos, es que la mujer no es “simple”. No es simplemente fuerte, ni simplemente bella, ni simplemente femenina. Es todos los adjetivos que aparecen en este artículo y muchos más. Es humana. Y por suerte, tenemos literatura de todos los géneros, todos los estilos y todas las épocas para demostrarlo.