Los rasgos distintivos

Escrito por: CHIKI FABREGAT

Esta mañana, mientras caminaba por la Gran Vía de Madrid escuchando un audiolibro, me he topado con un personaje de ojos heterocrómicos. En el libro que escuchaba, no en la Gran Vía. Y he perdido el hilo de la narración porque me he quedado pensando en otros personajes de ficción con el mismo rasgo. Y luego me he hecho otra pregunta: ¿cuántas personas en el mundo tendrán un ojo de cada color?

Menos de un uno por ciento de la población tiene heterocromía (lo he buscado al llegar al trabajo). La cifra que más estudios barajan es del 0,67 por ciento, pero nadie se aventura con un número exacto, así que lo dejaremos en ese «menos del uno por ciento». En cambio, en los libros, el cine, las series…, aparecen con mayor frecuencia. 

La heterocromía, el pelo rojo, las cicatrices… son lo que en narrativa llamamos rasgos distintivos. Y es importante que los personajes tengan algo que los hace únicos, algo que ayuda a quien lee a reconocer de manera inequívoca al personaje, a imaginarlo incluso. Ya Propp en la Morfología del Cuento habló de las marcas que permiten reconocer al héroe. Pero si muchos personajes presentan el mismo rasgo, deja de ser distintivo y se convierte en una marca que pasa desapercibida, casi como si decimos que viste vaqueros o que lleva el pelo recogido en una coleta. Aunque solo el dos por ciento de la población mundial tiene los ojos verdes, si en el futuro, cuando la humanidad se haya extinguido o hayamos mutado en habichuelas gigantes, unos alienígenas de visita por la Tierra hacen un estudio basándose en los libros, las películas y las ficciones que hemos dejado, concluirá que los ojos verdes eran muy comunes en nuestro mundo. (Reconócelo, tú también pensabas que eran más del dos por ciento).

La literatura no es, no tiene por qué ser, un calco de la realidad, ni siquiera la literatura realista (hay muchos menos personajes racializados, lgtbi+, discapacitados, con cuerpos no normativos…  en la literatura que en la vida), pero sí debe dar la sensación de verosimilitud, de algo posible, creíble. Una pelirroja en cada esquina y un chico alto, guapo, cachas y con los ojos verdes en cada semáforo no resultan creíbles. Y, sobre todo, resultan demasiado tópicos como para que nos los tomemos en serio. 

El rasgo distintivo es, en ocasiones, parte del conflicto del personaje. Es un elemento con sentido dentro de la historia y no una marca más. Ana, la protagonista de Ana la de Tejas Verdes, es pelirroja. Vive en una época y un lugar en el que los pelirrojos no están bien vistos, así que uno de los dramas de su infancia (Ana era la reina de los dramas cuando no existía aún esa denominación) es el color de su pelo. Solo el 1,5% de la población mundial es pelirroja. Y una gran parte de ese uno coma cinco se concentra en Escocia e Irlanda, así que la probabilidad de que nuestro protagonista tenga el pelo de ese color es bastante baja, pero si lo tiene, debería formar parte de su historia, no ser simplemente un adorno. En Literatura Infantil, probablemente gracias a Pippi Calzaslargas (aunque esto me lo he supuesto sin datos que lo avalen), el pelo rojo se asocia a personajes inquietos, gamberros, caóticos, divertidos… Y muy entrañables. En Ana la de Tejas Verdes la propia protagonista dice que los pelirrojos llevan el demonio dentro y que es más fácil ser malo si tienes el pelo de ese color. Pepa Guindilla, la pelirroja de las novelas de Ana Campoy, es también caótica, divertida, desastrosa. Y adorable. La familia Weasley, de Harry Potter o Mérida, la protagonista de Brave no albergan maldad, pese a lo que cree Ana la de Tejas Verdes sobre los pelirrojos.  

Las cicatrices son otro rasgo distintivo común en la literatura, el cine, la televisión o los videojuegos. No hay nada de original en poner una cicatriz a un personaje, porque también de eso hemos abusado, pero las cicatrices presentan una ventaja que no tienen el color del pelo o el de los ojos: la historia que arrastran. No es (tan) importante si el personaje luce una cicatriz en el brazo derecho, en la frente o atravesándole la cara, lo verdaderamente importante es cómo se la hizo. Las cicatrices, más que funcionar como rasgo distintivo, son el ancla de la memoria, de aquello que los personajes prefieren olvidar o de lo que se siente orgullosos. De hecho, si solo funcionan como un adorno, resultan contraproducentes porque el lector o el espectador van a pasar el rato esperando que alguien les cuente la historia que esconden. 

Dicho todo esto, aclaro que me gustan los rasgos distintivos, me gustan los personajes únicos. Pero creo que quienes escribimos tenemos que ir más allá, buscar rasgos que encajen perfectamente en nuestro personaje y no en otro, que digan mucho, que escondan algo, que provoquen el deseo de saber. Que sean, de verdad, distintivos. La pierna de madera de John Silver el Largo no es una prótesis sin más, es lo que Jim oye la primera vez que aparece el personaje. Antes de ver a John Silver, Tim oye la pierna de madera golpeando el suelo y aprende a reconocer y a temer ese sonido. 

De pequeña vi una película en televisión (cuando solo había dos canales y toda la familia veía lo mismo): Irma la dulce. La verdad es que recuerdo poco o nada del argumento, pero Irma me caía bien, era prostituta, sonreía todo el tiempo y siempre vestía de verde. Dentro de su apartamento había colocado una cuerda para tender la ropa y allí colgaban medias verdes, faldas verdes. Todo verde. No recuerdo más. Menudo rasgo para plantarlo en la memoria de quien lee o quien, como en este caso, ve una película. Y es que los rasgos distintivos no tienen por qué limitarse al aspecto físico del personaje. Las fobias, los gestos repetidos, las manías como la que lleva a Melvin Udall (Mejor Imposible) a no pisar las rayas de las calles… pueden ser un rasgo distintivo, pero siempre que encontremos un motivo en la trama para ello. El personaje de Mejor Imposible que interpreta Jack Nicholson sufre trastorno obsesivo compulsivo y eso afecta a absolutamente todo lo que hace. Irma es prostituta y, posiblemente, necesita que se fijen en ella, que la identifiquen en la calle. Ana es una niña convencida de que aloja el mal en su interior porque tiene el pelo rojo. 

Hace tiempo que llegué a la conclusión de que casi todo lo que analizamos en técnica narrativa es un camino de dos direcciones: de ida analizamos y llegamos a conclusiones; de vuelta es un detonante creativo. Podemos encontrar, como Propp, la estructura que articula la mayor parte de las historias tradicionales ya contadas o podemos, una vez que conocemos esa estructura, tejer historias nuevas a su alrededor. Podemos analizar cuántos pelirrojos hay en el mundo y cuántos en las historias o podemos utilizar ese dato para escribir una historia nueva. Porque las historias, esto lo digo mucho en los encuentros que hago en colegios e institutos, están esperándonos en cualquier rincón, solo tenemos que recogerlas (como el que recoge seres extraños de un videojuego paseando por las calles). 

Mientras buscaba la información sobre pelirrojos, he descubierto que hay un pueblo en Córdoba (España) en el que el diez por ciento de la población tiene el pelo rojo. Este dato podría funcionar como motor narrativo porque la rareza implica que ha ocurrido algo extraordinario, que hay una historia que lo explica. Y, aun conformándonos con la primera idea, con la historia del irlandés que vino de visita y fue muy feliz e incluso hizo felices a muchas mujeres durante un tiempo, tal vez tengamos el germen de la próxima novela. Pero siempre desde la rareza, desde el convencimiento de que tener el pelo rojo no es algo común. Ni siquiera en la ficción.

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Acerca de los autores

Chiki Fabregat, fotografía de Isabel Wagemann- IMG2-675

Chiki Fabregat

Coordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.

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Lara Coto, profesora de Escritura Creativa para Adolescentes en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Ático26

Lara Coto

Lara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.

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Alejandro Marcos

Coordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.

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Mariana Torres, profesora del Máster de Narrativa en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Gaby Jongenelen

Mariana Torres

Nació en Brasil en 1981, y reside en Madrid. Es diplomada en Guion por la ECAM y forma parte de Escuela de Escritores, donde imparte clases desde 2004. Su libro de relatos, El cuerpo secreto, fue publicado en Páginas de Espuma en 2015. Como escritora forma parte del proyecto CELA (2017-2019) y de la lista Bogotá 39 seleccionada por el Hay Festival (Bogotá39-2017).

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Lucía Emmanuel, profesora de Escuela de Escritores - IMG300 - fotografía de Ático 26

Lucía Emmanuel

Licenciada en Física y Máster en Cultura Científica e Innovación. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores en el área de Informática. Imparte un Laboratorio de metáforas y fue alumna de la IX Promoción del Máster de Narrativa de Escuela de Escritores. En 2019 participó en el curso europeo de formación de profesorado de la EACWP. En 2021 publicó su primer poemario, Muro con buganvilla, con la editorial Amargord, reeditado en 2024 por Buenos Aires Poetry.

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