Las onomatopeyas y la narrativa

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Escrito por: ALEJANDRO MARCOS

Reconozco que a veces puedo resultar muy maniático y muy cuadriculado con algunas cosas en narrativa, por ejemplo con la puntuación de los diálogos o con el uso de los narradores, pero en general, como en esos ejemplos, lo hago con cosas en las que, si uno no es cuadriculado, o al menos meticuloso, se puede estropear nuestra escritura.

Blog de escritura de Escuela de Escritores, con Lara Coto, Alejandro Marcos, Chiki Fabregat, Jorge Corrales y Mariana Torres

Hay otras, en cambio, en las que no hay una normativa general clara y muchas veces se deja a elección del escritor (o del corrector o editor). En esos casos me pongo maniático con mis textos y los de mis alumnos, pero a ellos siempre les recuerdo que es mi elección y que ellos pueden no seguirla. Aunque yo les doy razones de por qué me pongo cabezón con ese tipo de cosas y por qué creo que deben seguir mi consejo (además de porque, evidentemente, soy su profe). Y eso es lo que voy a hacer esta semana en el artículo. Os voy a explicar por qué creo que no debéis usar onomatopeyas en vuestros textos.

Aunque todos lo sepáis, vamos a comenzar incluyendo la definición de onomatopeya. Una onomatopeya es, según la RAE, una palabra cuya forma fónica imita el sonido de aquello que designa. Eso en su segunda definición, porque en la primera se refiere al proceso de formación de una palabra a partir de un sonido. Pero la definición que a nosotros nos interesa es esa segunda definición. Miau, boom, crack, catapum, etc. son algunos ejemplos de ellas. Son palabras comunes que empleamos en nuestro día a día con bastante asiduidad, pero que, a mi modo de ver, quedan extrañas en un texto literario. ¿Por qué?

Antes que nada quiero dejar claro que estoy excluyendo los cómics, novelas gráficas, mangas, etc. de eso que he llamado «texto literario» y que conste también (los dioses de felpa me libren) que normalmente cuando hablo de textos literarios incluyo todas esas categorías. Todo esto tiene una razón lógica que ahora comprenderéis, no es esnobismo literario (hace mucho que me vacuné de eso).

La cosa es que yo considero que un escritor cuenta como materia de trabajo con la palabra. Al igual que un pintor cuenta con la pintura o un escultor con el mármol o la madera. Las onomatopeyas imitan sonidos. Son palabras, es cierto, pero intentan ser otra cosa. Poner una onomatopeya, para mí, sería como colocar la foto de un personaje en lugar de describir su aspecto. Tu materia son las palabras, tienes que reconstruir ese ruido con las palabras, no con sonidos. Cuando yo uso una onomatopeya (evidentemente, señores, la primera pecadora es una servidora) siento que estoy siendo vago, que he me ido a la solución más sencilla y que además estoy haciendo trampa.

En el caso de los cómics o la novela gráfica es distinto porque ellos usan, además de las palabras, las imágenes. El uso de la palabra está mucho más limitado y la onomatopeya en este caso es la unión perfecta entre la imagen y la palabra para construir un sonido. No olvidemos que en los cómics la propia forma en la que se escribe la palabra ya remite al sonido muchas veces. Todos podemos imaginar ese BOOM escrito en mayúsculas y con las oes muy grandes encima de una explosión. Ahí estamos usando las palabras y las imágenes para construir un sonido. En literatura pura y dura eso no sucede.

¿Está mal emplear las onomatopeyas? No necesariamente. Son palabras al fin y al cabo. El que quiera usarlas es totalmente libre de hacerlo. Yo no lo recomendaría si no hay una razón narrativa detrás suficientemente poderosa. Y, sí, vuelvo siempre a la razón o justificación narrativa. Yo solo me permito usar onomatopeyas cuando refuerzan la sensación que quiero transmitir en el lector y, a la vez, me ayudan a conseguir el ritmo adecuado para lo que narro. Por ejemplo: si un personaje espera una llamada importante y justo el teléfono empieza a sonar cuando ha salido de casa y ha cerrado la puerta, puedo reproducir la onomatopeya ring mientras el personaje busca las llaves y trata de abrir la puerta. Y puedo repetirla muchas veces para reforzar esa urgencia y para marcar el paso del tiempo, por ejemplo entre las distintas frases, para así dar un ritmo más acelerado a la escena. Incluso puedo repetirla y hacer que se repita tres veces (las repeticiones en tres siempre funcionan bien rítmicamente, ya hablaremos de eso otro día) y así acelerar aún más la urgencia. En este caso concreto el lector se verá mucho más metido en la acción que si simplemente escribo: el teléfono volvió a sonar.

Pero puede haber otros casos distintos. Lo importante, como le digo yo a mis alumnos siempre, es que tenga una justificación. Imaginad que estáis escribiendo una novela sobre un guionista de cómic. Puede que el incluir onomatopeyas en la novela sea un modo de acercar el tema y el argumento de la misma a los lectores. Habría una justificación y tendría sentido con lo que se cuenta.

Por último una advertencia final. Las onomatopeyas no funcionan nada bien con los narradores en primera persona. No solemos usarlas cuando estamos haciendo un discurso aunque a veces las empleemos al hablar en un entorno coloquial. De hecho, en los diálogos, en algunos, es donde mejor suelen funcionar porque caracterizan muy bien al personaje y nos dan buena información sobre él sin necesidad de usar el narrador. Todos podemos imaginar la clase de persona que habla usando muchas onomatopeyas.

Otros recurso que yo considero que rompen ese uso de la palabra como materia son el uso de cursivas (más allá del uso que le da la RAE al tipo de letra) o, por ejemplo, las letras de colores. Lo siento por La historia interminable, pero yo me la leí por primera vez con tinta negra únicamente y la entendí y disfruté exactamente igual que si hubiera estado en otro color. Incluso puede que más porque a veces este tipo de recursos distraen de lo verdaderamente importante. Si no es algo que se vaya a notar al leer en voz alta, probablemente sea un recurso superfluo.

¿Vosotros qué opináis?, ¿usáis onomatopeyas? Lo consideráis un recurso algo engañoso o algo útil.

Acerca de los autores

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Alejandro Marcos

Coordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.

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Chiki Fabregat

Coordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.

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Jorge Corrales

Es Licenciado en Filología Hispánica y diplomado en Guion por la ECAM. En los últimos años ha desarrollado su actividad como escritor en redes sociales, donde acumula decenas de miles de seguidores. Cada viernes, los relatos que publica en su perfil personal se convierten en historias virales en Twitter. Entre 2012 y 2022 ha sido profesor de español y Escritura Creativa en la ciudad de Berlín.

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Lara Coto, profesora de Escritura Creativa para Adolescentes en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Ático26

Lara Coto

Lara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.

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Mariana Torres, profesora del Máster de Narrativa en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Gaby Jongenelen

Mariana Torres

Nació en Brasil en 1981, y reside en Madrid. Es diplomada en Guion por la ECAM y forma parte de Escuela de Escritores, donde imparte clases desde 2004. Su libro de relatos, El cuerpo secreto, fue publicado en Páginas de Espuma en 2015. Como escritora forma parte del proyecto CELA (2017-2019) y de la lista Bogotá 39 seleccionada por el Hay Festival (Bogotá39-2017).

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