Escrito por: CHIKI FABREGAT
«¿Para qué escribes?» es una pregunta que hemos tenido que responder casi todos en algún momento. Yo (ahora) lo tengo claro. No es para publicar, no es para ganar un premio, no es por dinero, aunque todo eso esté entre los objetivos de la escritura profesional y yo he hecho de la escritura mi profesión. ¿Para qué escribo, entonces? Para emocionar. Esa es mi respuesta. Necesito los premios, las publicaciones, el dinero para seguir haciéndolo, pero mi objetivo es provocar una emoción en quien me lee, aunque solo sea una persona. Mi primer poema de amor, torpe, una mala imitación de sabe dios qué poeta romántico, lleno de ripios, de corazones y de almas, no llegó nunca a su destinatario, pero fui feliz un tiempo imaginando que lo leía y se emocionaba.
Tuve una alumna, hace muchos años, que se apuntó al curso de Escritura Creativa después de que sus amigos le insistieran porque «mandas mensajes de texto muy bonitos». Aquella chica disfrutaba escribiendo, entre otras cosas, porque sus amigos disfrutaban leyendo lo que escribía. Ese placer primero, el de escribir para proporcionar placer a otros, el de escribir por escribir, sin pensar en editoriales ni en corrientes de mercado ni en premios ni en ventas ni en número de lectores, no deberíamos olvidarlo.
Escribir porque nos gusta hacerlo.
Escribir porque sabemos hacerlo.
Escribir porque encontramos placer en hacerlo.
Escribir porque proporcionamos placer a otros.
Escribir, en definitiva, porque quienes escribimos no sentimos el deseo de darnos a través de la palabra de lunes a viernes, de ocho a tres, ni impelidos siempre por la necesidad de una entrega.
Embarcarse en un proyecto, sea novela, libro de relatos, poemario, álbum ilustrado… Implica un compromiso a largo plazo y, en la mayoría de los casos, un objetivo más o menos comercial. Pensar, bocetar, probar voces, escribir, maldecir, abandonar, volver, escribir, corregir. Y, después, buscar un destino para eso que hemos escrito. Es un placer también, no cabe duda. Son, de hecho, muchos placeres pequeños que se siguen en fila como hormiguitas camino del hormiguero, pero hay algo más salvaje, más caótico, más espontáneo en escribir fuera de ese circuito.
Durante meses publiqué en Facebook casi a diario una escena reflejando lo que había visto en el metro esa mañana. Era algo corto, inmediato, lo escribía en el teléfono mientras recorría el trayecto de casa a la escuela. Fue una época maravillosa para mi autoestima de escritora porque había gente que se reía, se enfadaba, se enternecía leyendo aquellas minihistorias. Incluso una vez me dijeron: «ah, tú eres la de las historias del metro» y en mi cabeza sonó como: «ah, tú eres la que me emociona casi a diario». También suponían un valiosísimo ejercicio de escritura, porque siempre nos esforzamos para dar lo mejor, aunque solo vayamos a ponerlo en Facebook.
Después llegaron la pandemia y el confinamiento. Y mientras el mundo hablaba de muertos, de cifras, de dolor, yo decidí contar una cosa bonita cada día. A veces una línea o dos. Y llegó un momento en el que otras personas me contaban sus cosas bonitas, me las regalaban para que yo escribiera sobre ellas. Y me agradecían el rayito de luz que suponían en medio de tanto dolor. También esa emoción compartida me animó a seguir escribiendo.
Y, ojo, que cuando hablo de emoción no hablo (solo) de emociones positivas o dulces o ñoñas. Yo soy de escritura bonita y dulce y ñoña, pero otros hacen humor o protestan o lanzan poemas arrojadizos. Cada cual debe descubrir dónde se encuentra el centro de su placer.
Leo a Begoña Oro cuando cuenta recuerdos de su infancia, cuando resume una presentación en la que ha estado, cuando habla de los pajarillos de su jardín, cuando escribe lo que piensa en su perfil de Instagram y se me despierta el deseo de abrazarla, de darles las gracias por ese regalo; sigo el diario de verano de Patricia García Rojo y, recientemente, sus publicaciones en Instragram y me enamoro de las tierras que visita, de la luz de las casas en las que duerme, del olor de la piel de su hija; leo los hilos en los que Nando López habla de sus encuentros en colegios e institutos y disfruto más que con muchos relatos porque al leerlos quiero ser, estar, acompañar. Me emociono. A todos ellos también los leo cuando publican libros, claro que sí.
Pero esa emoción inesperada, pequeña y deliciosa, es un valiosísimo regalo que pocas veces agradezco en voz alta. Aprovecho para disculparme y enmendar mi error: gracias, amigas, por regalarme vuestras palabras. Deberíamos ser más agradecidos con quien nos emociona.
Y, si le damos la vuelta a esta iniciativa generosa y altruista de regalar emoción a otros, escribir por escribir, publicar entradas en una red social sin más pretensión que la de regalar unos minutos de placer lector y ejercitar el oficio, es también muy beneficioso para quien lo hace. Esos corazoncitos que nos devuelven las redes sociales son una forma de decirnos que vamos por buen camino. Esa amiga que te manda un audio para agradecer lo que has escrito, ese escritor al que admiras que te dice que le ha encantado, esa otra que responde: «qué gusto leerte», quien lo comparte porque cree que tus palabras merecen llegar más lejos.
Todos ellos nos empujan a seguir escribiendo.
¿Puede haber algo mejor? ¿Puede haber una forma más dulce de volver a encontrarnos con aquel placer primero? Porque, si hay placer, repetimos. Dice Rodari que un niño nunca se cansa de jugar, que, muy al contrario, juega y juega para hacerlo cada vez mejor porque, cuanto mejor lo haga, más placer obtendrá. Bueno, lo dice más o menos así en unos artículos que publicó en la prensa durante años y que recoge esa maravilla de libro que es La escuela de la fantasía.
La mayoría hemos empezado en este extraño oficio de la escritura de una forma espontánea, escribiendo un poema una tarde de lluvia, anotando frases que no sabíamos dónde terminarían en una servilleta, inventando un cuento para nuestros hijos o llevando un diario en el que volcábamos la intimidad como quien derrama un vaso de agua y se empeña vanamente en taparlo para que los demás no lo vean.
Pero luego hemos seguido para hacerlo mejor, hemos escrito y escrito y escrito sabedores de que a escribir se aprende escribiendo como a jugar se aprende jugando. Nos hemos apuntado a talleres, hemos devorado manuales, consejos, tertulias… Y todo ello nos ha hecho mejores escritores, sin duda, pero a veces, en ese camino hemos perdido el placer, el deseo, el juego.
Juguemos.
Escribamos.
Disfrutemos.
Volvamos a esa sensación maravillosa primera que nos permite responder, cuando nos preguntan por qué escribimos:
Para sentir esto.
Coordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.
Más informaciónCoordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.
Más informaciónEs Licenciado en Filología Hispánica y diplomado en Guion por la ECAM. En los últimos años ha desarrollado su actividad como escritor en redes sociales, donde acumula decenas de miles de seguidores. Cada viernes, los relatos que publica en su perfil personal se convierten en historias virales en Twitter. Entre 2012 y 2022 ha sido profesor de español y Escritura Creativa en la ciudad de Berlín.
Más informaciónLara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.
Más informaciónLicenciada en Física y Máster en Cultura Científica e Innovación. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores en el área de Informática. Imparte un Laboratorio de metáforas y fue alumna de la IX Promoción del Máster de Narrativa de Escuela de Escritores. En 2019 participó en el curso europeo de formación de profesorado de la EACWP. En 2021 publicó su primer poemario, Muro con buganvilla, con la editorial Amargord, reeditado en 2024 por Buenos Aires Poetry.
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