Escribe como un niño

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Escrito por: ALEJANDRO MARCOS

De casi todo se puede extraer una lección aplicable a la escritura. Lo habéis comprobado vosotros mismos si seguís este blog desde hace tiempo. Tanto es así, que hoy os quiero hablar de lo que me han enseñado los niños sobre la escritura.

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Los niños son seres inocentes. Viven protegidos por sus padres y sus seres queridos y aún no han sufrido los vaivenes de la vida ni los palos de la madurez. Lo encaran todo con optimismo y con la misma energía e ilusión de la primera vez. Todo es nuevo y todo es maravilloso.

Nosotros podemos imitar ese rasgo suyo para encarar la escritura de nuestros proyectos. Un escritor inocente encarará cada proyecto con ilusión y con esperanza, sin preocuparse del amargo mercado y las dificultades posteriores. También se maravillará ante cada proceso diferente y cada herramienta nueva que descubra y que aplique. Es la parte de la escritura que es bonita y divertida, que no se hace con la cabeza, sino con el corazón. Esta cualidad es completamente necesaria para un escritor.

Eso sí, esta inocencia debe estar complementada con otros rasgos o puede convertirse en ingenuidad, sobre todo cuando ya pasamos nuestra escritura y llegamos al mercado. Ahí no podemos contar solo con nuestra ilusión y tenemos que ser un poco más listos y maduros. La inocencia y la ilusión deben moderarse una vez hemos terminado nuestra escritura, pero son muy recomendables al comenzar cualquier proyecto.

Cuando era más joven, por casualidades de la vida y porque terminé la carrera en plena crisis económica, acabé trabajando un verano en una guardería. Allí pude estar en contacto con muchos niños de diferentes edades que me enseñaron que no hay nada más generoso que un niño, pero tampoco nada tan egoísta. Es algo que después he vuelto a comprobar con mis sobrinos. Cuando un niño quiere algo, lo exige y lo quiere para sí mismo. Primero, él, luego, los demás.

Esto también podemos copiárselo a los niños en la escritura. Primero, nuestra historia, luego, lo demás. Un poco de egoísmo hará que nos sea más sencillo decir que no a todos aquellos «obstáculos» que aparecerán en nuestra cabeza y nuestra vida cuando intentemos escribir. Si somos un poco egoístas, no nos sentiremos mal por no ir al cine con este amigo, por no barrer detrás del sofá otra semana más o por dejar que los platos del fregadero se limpien un poco más tarde. Hacedme caso, los escritores somos los reyes de la procrastinación y un despiste lleva a otro y, cuando nos queremos dar cuenta, ha pasado el día y ya no tenemos energía para ponernos.

Este egoísmo también hará que antepongamos nuestro proyecto a ayudar los proyectos de los demás y que incluso le echemos algo de cara a la hora de moverlo por redes o por editoriales. Eso sí, como todo, en su justa medida. A nadie le gusta un egocéntrico que solo habla de sí mismo y que no se preocupa en absoluto por aquello que ocurre a su alrededor.

Aparte de egoístas, cuando los niños quieren algo, lo quieren ya. Como decía antes, los niños exigen porque para ellos solo existe el presente. Esto es importante porque si solo existe el presente, no encontraremos mejor momento para ponernos a escribir y trabajar en nuestro proyecto que este mismo. Un niño nunca se plantea si le dará tiempo a terminar el juego; cuando tiene ganas, se pone a ello sin más. El tiempo no existe.

Es evidente que a muchos de nosotros nos encantaría que eso fuera verdad, claro, que tuviéramos las mismas obligaciones que los niños y pudiéramos dedicarnos a escribir sin pensar el tiempo y sin que abandonar nuestras obligaciones no tuviera consecuencias. Como no es así, es importante que nos reservemos tiempo sagrado para nuestra escritura y que sea lo antes posible. Igual que los niños, tenemos que exigir ese tiempo que es para nosotros y que los demás deben respetar. Desde nuestra pareja hasta el saboteador interno.

Si ya tenemos la inocencia, el egoísmo y la inmediatez, lo único que nos falta es el juego. Seguro que habéis escuchado muchas veces aquello de que es importante disfrutar con lo que se hace para hacerlo bien. Yo lo subrayo. Nada hay más satisfactorio que jugar con la escritura. Disfrutad con ella, divertíos. Nadie va a valorar lo mucho que sufristeis escribiendo un texto porque es probable que ese sufrimiento ni siquiera se transmita en la obra.

Sin embargo, si os lo habéis pasado bien, eso sí que se nota cuando un lector se acerca a vuestro libro. Vosotros mismos, estoy convencido, lo habéis pensado más de una vez cuando habéis estado leyendo un libro. Y eso es importante porque hay pocos escritores para los que la escritura sea un trabajo real que pague las facturas. Como es así, ¿qué sentido tiene sufrir haciendo algo que hemos elegido de manera voluntaria y que no nos permite vivir de ello? Ninguno. Ya os lo digo yo.

Si no disfrutas escribiendo, te costará el doble ponerte a ello cuando estés atascado o te encuentres en un momento de escritura complicado. Por eso he dejado este rasgo para el final, porque creo que hace un buen sándwich con la inocencia. Si jugamos ilusionados, tendremos menos ganas de perder el tiempo y nos resultará más sencillo alcanzar las metas que nos hayamos propuesto con la escritura.

Como consejo extra, también os recomiendo hacer todo como lo hacen los niños: hasta el fin. Solo los niños juegan a correr hasta que no pueden más o gritan con todas sus fuerzas. Los adultos ya no hacemos eso, ya no nos entregamos. Y es muy satisfactorio escribir como si fuéramos un niño gritando, como si no hubiera nada más importante cada vez y como si no importase si nos quedamos afónicos. La sensación de entrega total es muy satisfactoria en la escritura y hará, de nuevo, que asociemos la escritura a sensaciones positivas.

Seamos más niños, seamos libres, seamos inocentes y juguemos. Juguemos mucho y con todos nuestros textos.

Acerca de los autores

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Alejandro Marcos

Coordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.

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Chiki Fabregat

Coordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.

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Jorge Corrales

Redactor de nuestro canal de Twitter. Es Licenciado en Filología Hispánica y diplomado en Guion por la ECAM. En los últimos años ha desarrollado su actividad como escritor en redes sociales, donde acumula decenas de miles de seguidores. Cada viernes, los relatos que publica en su perfil personal se convierten en historias virales en Twitter. Entre 2012 y 2022 ha sido profesor de español y Escritura Creativa en la ciudad de Berlín.

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Lara Coto

Lara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.

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Mariana Torres, profesora del Máster de Narrativa en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Gaby Jongenelen

Mariana Torres

Nació en Brasil en 1981, y reside en Madrid. Es diplomada en Guion por la ECAM y forma parte de Escuela de Escritores, donde imparte clases desde 2004. Su libro de relatos, El cuerpo secreto, fue publicado en Páginas de Espuma en 2015. Como escritora forma parte del proyecto CELA (2017-2019) y de la lista Bogotá 39 seleccionada por el Hay Festival (Bogotá39-2017).

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