Escrito por: LUCÍA EMMANUEL
Mi hijo me ha traído margaritas del parque. No sabe decir margarita, no sabe aún lo que es una flor, pero entiende el concepto: “vamos a llevarle margaritas a mamá”, le parece una idea fantástica y se aventura con su carrito de bebé vacío por el césped. Se tropieza y se levanta, coge más margaritas de las que sus manos pueden sostener y las coloca en el carrito, luego en la caja vacía de los palitos del pan. Más tarde entra por la puerta, corre hasta el despacho de la casa y me entrega tres margaritas arrugadas. Es la primera vez que me regala flores.
Ahora mientras barro el suelo, con él ya acostado y la casa con luces de dormir, salen más margaritas de debajo de los muebles y de entre las cajas de libros por abrir, y pienso: qué raro, soy madre y tengo un hijo que me trae flores, y también pienso en la suerte que tengo por este amor inesperado, por esta casa luminosa, por poder hacer lo que quiero y lo que siento. En la meditación que a veces nace de las tareas cotidianas me desbordo de amor y esa sensación es la más especial, pues necesita ser expresada y convertirse en escritura. Y donde digo amor, podría decir soledad o tristeza o incluso ira, otras emociones que también me han podido llevar a la escritura en el pasado. Aunque, puestos a elegir, prefiero escribir desde el amor.
Hoy es el día de coger un libro entre las manos y sentir su peso, su valor, la profundidad o genialidad de la historia que cuenta, la manera en que llegó hasta ti, el valor personal que tiene. Mientras recojo flores del suelo, mezcladas con migas, polvo y pelusas, pienso que desconozco lo que es un libro como mi hijo desconoce lo que es una margarita. También que bastaría con abrir cualquiera de esas cajas y coger un libro al azar para desempolvar dos historias: la que cuenta el libro y la de cómo ese libro llegó hasta mí para quedarse. Luego podría coger otro y trasladarme a otra historia, a otra esencia, a otra época, a otra yo. Y es que de los primeros libros que me regaló mi padre, ese Mago de Oz y Alicia en el País de las maravillas de solapas blancas, a mis últimas lecturas recientes, más parecidas a ensayos autobiográficos que a novelas, mi idea sobre lo qué es un libro, lejos de afianzarse, se ha vuelto de lo más difusa y enigmática.
Cuando era niña y creía saber lo que eran los libros, cumplí quince años y leí Cien años de soledad. Y cuando el realismo mágico y la magia del boom latinoamericano hicieron estallar todos sus fuegos artificiales, cumplí veinte, leí El lobo estepario y descubrí la novela de autodescubrimiento o el Bildungsroman. Y a los veinticinco cuando viví en Marsella y aprendí francés leí libros que no se parecían en nada a lo que había leído hasta entonces, como El arrebato de Lol V. Stein. Y cuando creía ya tener una idea sobre el amor leí La insoportable levedad del ser y cuando por un momento creí que las novelas me habían dejado de interesar leí Canto yo y la montaña baila y cuando tuve un hijo y no sabía situar ese aluvión de nuevos sentimientos leí Aguas madres y después de bucear entre distintas lecturas poéticas, llegué a lo que llamo los libros raros, que no se sabe muy bien qué son o cuál es su género, como Bluets, El trabajo de los ojos o Biografía del silencio. Desde que tengo uso de razón llevo descubriendo lecturas tan disímiles como fascinantes, ese infinito nacido de un junco de que nos habla Irene Vallejo.
Recuerdo una tarde en el Máster, una clase de literatura contemporánea en la que Rubén Abella nos habló de El Maestro y Margarita, novela de Mijaíl Bulgákov, autor que se había ganado la enemistad de Stalin y que quemaba su propia obra igual que el protagonista de su novela, el Maestro, quemaba la suya. Esa clase en concreto me impactó porque me hizo replantearme qué eran los libros, pero desde un nuevo prisma: la fragilidad y vulnerabilidad de algunas obras, su lucha por la supervivencia. Rubén nos contaba cómo la primera versión del manuscrito fue quemada por su autor y después reescrita y trabajada en versiones sucesivas hasta que, prácticamente ciego, le dictaba correcciones a su esposa, que inspiró el personaje de Margarita. Fue ella quien, después de su muerte, terminó la obra, que tardó más de veinte años en ser publicada. Algunos libros existen de puro milagro.
Y yo que lo que quiero es eso, escribir libros, tengo tantas ganas que me angustio por qué historia escribir, por qué contar, si tengo algo que contar, si sé de algo que pueda resultar interesante, cuando en realidad no se trata de saber cosas sino de sintonizar con una emoción y tirar del hilo. Así que hay que sentarse a trabajar, corregir, tachar, reescribir, subrayar, descartar, obrar tal vez un milagro. Aunque el mayor trabajo sea precisamente el de sintonizar, pararse a quitar el ruido, limpiar una emoción de todo lo demás para después volcarla y que se cuele con ella el ruido de migas, polvo y pelusas, que es también la vida. Me lo enseña mi hijo, maestro de correr por campos de flores.
A mí en este día que no me regalen rosas. A mí que me regalen margaritas y libros que me hacen preguntarme qué son los libros.
Licenciada en Física y Máster en Cultura Científica e Innovación. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores en el área de Informática. Imparte un Laboratorio de metáforas y fue alumna de la IX Promoción del Máster de Narrativa de Escuela de Escritores. En 2019 participó en el curso europeo de formación de profesorado de la EACWP. En 2021 publicó su primer poemario, Muro con buganvilla, con la editorial Amargord, reeditado en 2024 por Buenos Aires Poetry.
Más informaciónLicenciado en Filología Hispánica y diplomado en Guion por la ECAM. En los últimos años ha desarrollado su actividad como escritor en redes sociales, donde acumula decenas de miles de seguidores. Cada viernes, los relatos que publica en su perfil personal se convierten en historias virales en Twitter. Autor de las novelas Las chicas del muro (Ediciones B) y El escritor y la espía (Planeta).
Más informaciónLara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.
Más informaciónCoordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.
Más informaciónCoordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.
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