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Escrito por: ALEJANDRO MARCOS
El otro día estaba en mi cuarto planificando mi nuevo proyecto cuando entró mi compañero de piso para preguntarme algo. Al ver que estaba en el escritorio se acercó, un poco azorado porque me había interrumpido. Vio que yo estaba, en ese momento, dibujando un mapa.
Y me dijo:
—Qué susto, pensé que estabas escribiendo y que te había interrumpido.
—Estoy escribiendo —le dije yo.
Él miró las pinturas esparcidas por la mesa, miró mi dibujo y después a mí.
—Ya, bueno, era por si venías a cenar.
No sé si la escena os resulta familiar. No ya por el hecho de que muchas veces la gente piense que puede interrumpirte cuando estás escribiendo como si fuera una actividad liviana en la que puedes recuperar la concentración al instante; sino por el hecho de pensar que el único trabajo verdadero del escritor es la escritura directa de palabras, que la corrección o la planificación son otra cosa que poco tienen que ver con nuestra actividad.
Cuando vivía con mis padres, y al comienzo de convivir con mi pareja y con mis amigos, me costó muchas discusiones hacerles entender que me suponía muchísimo esfuerzo recuperar la concentración si me interrumpían en la escritura. No entendían por qué el hacerme una pregunta que se responde con un sí o un no puede sacarme de la escritura. Bueno, evidentemente, ninguno de ellos es escritor.
Más allá de la pregunta y de la interrupción, que aunque mi compañero de piso no lo sepa, me sacó igual de lo que estaba haciendo, su actitud y su comentario me hicieron reflexionar sobre lo que es y lo que no es la escritura. ¿De verdad no estaba escribiendo en el momento en el que él entró en el cuarto? Yo me encontraba en un estado de concentración similar al que consigo cuando me sumerjo en la escritura. Obviamente el resultado no es el mismo porque los dioses de felpa no han querido dotarme con habilidades plásticas, pero yo, al estar dibujando el mapa, estaba dentro de la historia que voy a desarrollar en él del mismo modo que lo estoy cuando tecleo letras.
Es más, aún no me he puesto a escribir una sola línea de esta historia, pero no ha sido hasta que no me he puesto a dibujar el mapa y a realizar árboles genealógicos como un loco, hasta que no he conseguido ver la historia en todo su conjunto y entender exactamente qué es lo que quería contar. Quizás si me hubiera puesto a escribir directamente la historia sin hacer eso no me hubiera resultado tan eficaz y hubiera tardado mucho más tiempo encontrar la dirección correcta de la novela.
Tengo una amiga escritora que dice que el trabajo de construcción de mundo no es más que una manera que tienen los escritores de engañarse a sí mismos y decir que están escribiendo cuando no lo están. Ella lo llama trabajo de máster de rol. Bueno, tiene razón en parte, pero solo en parte. Lo primero en lo que no tiene razón es que asocia la construcción de mundo única y exclusivamente a la literatura de lo imposible. En concreto a aquella que no se ambienta en nuestra realidad. Mi historia está ambientada en España, en un pueblo de Castilla. No sé si hay algo más realista que eso.
Aunque no necesitara el mapa, pongamos que hubiera elegido un pueblo real en lugar de inventármelo, sí que hubiera tenido que realizar los árboles genealógicos para contar la historia que quiero contar porque de otra manera no sabría cómo se relacionan los personajes entre ellos ni la historia del pueblo. Es decir, que lo segundo en lo que se equivoca esa afirmación de mi amiga es que yo sí que estaba construyendo la historia al hacer ese trabajo de construcción de mundo. Estaba conociendo a mis personajes y sabiendo lo que pueden y no pueden hacer y con quién y con quién no se van a relacionar.
Lo tercero en lo que se equivocaba era lo mismo en lo que se equivocaba mi amigo: no considerarlo escritura. Yo he resuelto más de un bloqueo escribiendo una ficha de personaje secundario o dibujando un mapa alternativo o de una zona concreta. Realizar una actividad no directamente relacionada con la historia y que requiera concentración puede ayudaros muchísimo a despertar el pensamiento lateral y hacer que el cerebro solucione problemas que se encuentran latentes. Esta misma semana, sin ir más lejos, yo he resuelto el probable desenlace de una novela que aún no he comenzado a escribir solo por dibujar un mapa de un pueblo.
¿Y en qué tenía razón? En que hay mucha gente que efectivamente utiliza estas técnicas de construcción de mundo para perder el tiempo o para autoengañarse. Conozco varios escritores que se han metido tanto en la construcción de un mundo que han perdido la perspectiva de la historia que querían escribir. Se han visto atrapados y absorbidos por el efecto de la maravilla de crear todo un terreno completo con sus habitantes, su historia, su mitología, etc. Pero que existan estas personas no deniega la validez de la herramienta. Hay que ser consciente, eso sí, como os digo siempre, de que mucho de ese trabajo de construcción de mundo solo va a aparecer en la historia como trasfondo. Y eso no lo convierte en tiempo perdido. Si nos empecinamos en introducir todo el mundo que hemos creado sin que tenga relevancia o función en nuestra historia, conseguiremos aburrir hasta las ovejas y crear un tratado de historia.
Yo no rebatí a mi compañero de piso. Le dije que sí, que iba a cenar encantado, recogí las cosas y salí del cuarto (total, ya me había desconcentrado…). Y no lo rebatí únicamente porque yo era totalmente consciente de dos cosas: de que me iba a costar mucho esfuerzo explicarle por qué estaba equivocado y porque la experiencia me ha demostrado una y otra vez que, efectivamente, yo sí que estaba escribiendo con mis lápices de colores.
Coordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.
Más informaciónCoordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.
Más informaciónEs Licenciado en Filología Hispánica y diplomado en Guion por la ECAM. En los últimos años ha desarrollado su actividad como escritor en redes sociales, donde acumula decenas de miles de seguidores. Cada viernes, los relatos que publica en su perfil personal se convierten en historias virales en Twitter. Entre 2012 y 2022 ha sido profesor de español y Escritura Creativa en la ciudad de Berlín.
Más informaciónLara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.
Más informaciónNació en Brasil en 1981, y reside en Madrid. Es diplomada en Guion por la ECAM y forma parte de Escuela de Escritores, donde imparte clases desde 2004. Su libro de relatos, El cuerpo secreto, fue publicado en Páginas de Espuma en 2015. Como escritora forma parte del proyecto CELA (2017-2019) y de la lista Bogotá 39 seleccionada por el Hay Festival (Bogotá39-2017).
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