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Escrito por: ALEJANDRO MARCOS

En un artículo anterior os hablaba de que me gustaría parecerme a un niño cuando me acerco a la escritura, hacerlo como hacen ellos todo: con ilusión, a fondo y con muchísima fe. Os dejo el enlace por si queréis echarle un vistazo o releerlo.
Hoy me gustaría hablar también de los niños, pero emplearlos como ejemplo de cómo creo que hay que acercarse a la escritura de géneros.

Publicaciones Blog Escuela de Escritores 'Las reglas del juego', por Alejandro Marcos -IMG915

Supongo que a la mayoría de la gente le pasaba lo mismo, fruto de las herencias de hermanos y de la capacidad de los niños de convertir cualquier objeto en un juguete: entre mis juguetes podías encontrar peluches, muñecos de acción, figuras de animales, una figurita de cerámica a la que le faltaba un brazo y que mi madre había desechado, un perro que movía la cabeza y que jamás llegó al salpicadero del coche, dos piezas de un puzle y muñecos heredados de mi hermano. 

Cuando yo jugaba, jugaba con todo a la vez. 

No me sentaba a jugar con los muñecos de acción, al día siguiente con los coches y al otro con los peluches. Todos los juguetes formaban parte del mismo mundo, como el reparto de una compañía teatral pequeña interpretando diferentes obras (en mis juegos lo único que había en común siempre es que el juego tenía que ser una historia. Pero de eso hablaremos en otro momento).

A medida que fui creciendo, sin embargo, fui separando mis juegos y cuando jugaba con lego, jugaba solo con lego. No podía construir una casa y luego habitarla con figuras de animales de peluche, tenía que estar habitada por muñecos de lego. Cada juego empezó a tener sus reglas y me las tomaba muy en serio. Supongo que fue en esa época cuando empecé a jugar a juegos de mesa o a videojuegos. 

Creo que de esa evolución puede extraerse una enseñanza o, al menos, un paralelismo con la escritura. Cuando empecé a escribir, también lo hacía mezclando géneros y utilizando aquello que tenía más a mano. Podía mezclar personajes, historias, técnicas, etc. Cualquier cosa me valía porque escribía intentando sorprenderme a mí mismo, de la misma manera en la que jugaba. Contándome una historia, sí, pero sin reglas.

Al comenzar mi educación como escritor aquello cambió. Mi aprendizaje me ayudó a poner cada cosa en su sitio y a tener más o menos claros determinados conceptos básicos para la escritura. También me ayudó a diferenciar los géneros narrativos y las herramientas y técnicas que había que emplear cuando se quería escribir cada uno de ellos. Todo ese aprendizaje fue muy útil y me sirvió para ser capaz de terminar mis primeros escritos y sentir que podía hacerlo. Mis historias encajaban en un canon, funcionaban.

Sin embargo, con el paso del tiempo, descubrí que ser demasiado estricto con las reglas de un juego puede hacer que resulte tedioso o que se convierta en una obligación. Y ese no es el objetivo de un juego. Igual que no debe ser el de la escritura. 

Veía que los adultos no seguían siempre las reglas, que a veces decidían que el Monopoly se terminara a las 10 vueltas o que se podían (o no) encadenar robos de cartas al Uno. 

Y disfrutaban. 

Ellos tenían la potestad de cambiar las reglas del juego y no pasaba nada por hacerlo si con ello el juego era más divertido. Y empecé a aplicarlo a mis propios juegos.

Descubrí que a veces era muy divertido que un muñeco enorme destruyera la casa de lego, aunque no formara parte del mismo juguete. O que podían adaptarse las reglas de un juego para hacerlo más divertido, como hacían ellos con el Monopoly o como hace todo el mundo con el parchís o los juegos de cartas. 

Algo parecido, poco a poco, me pasó con los libros. No solo con aquellos que destrozaban todas las técnicas narrativas que yo había estudiado y practicado, sino con los que mezclaban géneros o resultaban inclasificables. 

De ese modo, al igual que hice con los juegos, empecé a mezclar lo que tenía a mano, es decir, mi bagaje vital y lector, dentro de las historias que quería escribir. Sin importar si «las reglas» de dicho género lo permitían o no. 

Hubo veces en las que tuve que recular porque hay ciertas normas que son el pilar base de un género o de un juego, pero por norma general lo que descubrí dándome esa libertad fue algo muy rico, creativo y, sobre todo, que me entusiasmaba. 

En eso se parecen mucho los juegos y la escritura. Es cierto que todos deben jugar con las mismas reglas (hablando, sobre todo, de lector y escritor), pero eso no quita que podamos cambiarlas a medida que las necesitemos o no en nuestra carrera como escritores. Lo más importante es que los jugadores lo pasen bien y que tanto el juego como el libro cumplan con su cometido. 

A la vez que digo esto, también sé que jamás hubiera podido disfrutar tanto de la escritura y de esa nueva libertad si no hubiera conocido las reglas de los géneros previamente. Conocerlas me ayudó mucho a saber qué puedo quitar y qué no a la hora de escribir. Creo fervientemente que si solo hubiera seguido escribiendo de la manera libre en la que escribía cuando no conocía ni las técnicas ni las características generales de cada género, no hubiera sido capaz de terminar ninguna historia. Y, de haberlo hecho, habría sido de casualidad y con una calidad infinitamente menor a la que han terminado teniendo mis historias. Además, las hubiera terminado sin saber cómo lo he hecho o (lo más importante), cómo repetirlo. 

Exactamente igual que el niño tiene que aprender las normas del Uno para después, cuando sea más mayor, poder saltárselas a la torera cuando lleve el juego a la piscina con sus amigos. 

La próxima vez que escuchéis a un grupo de chavales riendo mientras juegan a un juego, lo más seguro es que no estén siguiendo las reglas del mismo al cien por cien. La próxima vez que leáis un libro de género, es probable que el autor tampoco lo haya hecho.

Acerca de los autores

Alejandro Marcos, fotografía de Isabel Wagemann- IMG2-675

Alejandro Marcos

Coordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.

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Chiki Fabregat, fotografía de Isabel Wagemann- IMG2-675

Chiki Fabregat

Coordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.

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Lucía Emmanuel, profesora de Escuela de Escritores - IMG300 - fotografía de Ático 26

Lucía Emmanuel

Licenciada en Física y Máster en Cultura Científica e Innovación. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores en el área de Informática. Imparte un Laboratorio de metáforas y fue alumna de la IX Promoción del Máster de Narrativa de Escuela de Escritores. En 2019 participó en el curso europeo de formación de profesorado de la EACWP. En 2021 publicó su primer poemario, Muro con buganvilla, con la editorial Amargord, reeditado en 2024 por Buenos Aires Poetry.

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Lara Coto, profesora de Escritura Creativa para Adolescentes en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Ático26

Lara Coto

Lara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.

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Mariana Torres, profesora del Máster de Narrativa en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Gaby Jongenelen

Mariana Torres

Nació en Brasil en 1981, y reside en Madrid. Es diplomada en Guion por la ECAM y forma parte de Escuela de Escritores, donde imparte clases desde 2004. Su libro de relatos, El cuerpo secreto, fue publicado en Páginas de Espuma en 2015. Como escritora forma parte del proyecto CELA (2017-2019) y de la lista Bogotá 39 seleccionada por el Hay Festival (Bogotá39-2017).

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