La escritura salvaje es para el verano

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Escrito por: LUCÍA EMMANUEL

Ya es oficial: mañana inauguramos el verano. Cada vez que llega este momento, siempre tengo la misma sensación: mi cuerpo teme acercarse a las temperaturas sofocantes, no consigue desprenderse del todo de las chaquetas, camina por la sombra para que el sol no le ciegue en los ojos, quiere estirar los minutos para terminar todas las tareas pendientes, se resiste a pasar la página de un curso moribundo ya.

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Tal vez no sea lo habitual, pero yo prefiero las estaciones intermedias, los entretiempos confortables, no me gustan los extremos. Prefiero el otoño al invierno, la primavera al verano. Cuando viví durante unos años en el sur de Francia, para mí los días tenían un exceso de luz y en más de una ocasión me encontré añorando la neblina norteña. El verano no es mi momento del año; y ni las vacaciones, los viajes o los baños en el mar conseguirán convencerme de lo contrario. Sin embargo, sí que hay algo que me encanta, algo que debo reconocerle, además de los helados nocturnos, una cualidad literaria respecto a las otras estaciones: la escritura salvaje es para el verano. 

No busquéis en este artículo ningún consejo literario. No lo vais a encontrar. No todo en escritura son consejos ni a mi parecer es lo más importante. De todos los talleres de escritura que he hecho en mi vida (y, creedme, son muchos) lo que más he valorado siempre no son los consejos para construir personajes complejos, historias verosímiles o acciones que hagan avanzar la trama. Lo que más me gustaba de esos talleres era cuando los profesores se quitaban por un momento el sombrero de profesores, abrían el pecho y sacaban su corazón de escritores para ponerlo sobre la mesa. En esos momentos te contaban cosas sobre su relación íntima con la escritura, sobre sus creencias personales, su filosofía literaria propia. En esos momentos breves te hablaban de escritor a escritor y conseguían de verdad inspirarte. No sé si este artículo conseguirá inspiraros o no, pero sí sé que os lo comparto con el corazón sobre la mesa.

Hay dos tipos de niños: los que aman los campamentos de verano y los que los aborrecen. Los niños son propensos a las emociones extremas: o les encantan las cosas o las odian, sin término medio. Yo, en el tema de los campamentos, era del segundo tipo. Algo que no os extrañará demasiado por el modo con el que ha comenzado este artículo. Había algo que me daba pereza en las actividades programadas, tener que andar en bicicleta a la hora de andar en bicicleta, tener que jugar a la pañoleta, el escondite y demás juegos comunitarios en el momento de los juegos, tener que convivir con muchos niños desconocidos en un lugar fuera de casa… En el fondo, yo era una niña tranquila que se entretenía mucho sola y a la que le gustaba ir a su aire y los campamentos eran todo lo contrario a eso. Ir a un campamento suponía hacer un montón de actividades divertidas, puede ser, pero era el principal enemigo de aquello que se les promete a todos los niños en verano: el tiempo libre. Aunque luego me aburriese de mis juguetes o echase de menos el barullo constante de otros niños alrededor. Daba igual. Era una cuestión de principios: yo lo último que quería hacer en verano era domesticar el tiempo. 

Esa cualidad salvaje que posee el tiempo libre, ese no planificar, no saber qué vas a hacer de tu día, cómo terminará tu semana, qué pensamientos invadirán tu mente, con quién te toparás de pronto por la calle, se parece un poco a la sensación de cuando comienzas a escribir. En el origen la escritura es salvaje. Desde la pasión pura y el más puro desconocimiento se escribe por primera vez igual que se ama por primera vez. Con el paso del tiempo y los aprendizajes sucesivos, todo termina por domesticarse de alguna forma. 

Después de tantos años y tantos cursos, después de conocer técnicas y pasar horas de trabajo frente a poemas, relatos o capítulos de novela, el camino de la escritura se vuelve algo más nítido, también más preciso y certero. Pero, inevitablemente, la palabra de algún modo se «cosifica». La palabra ya no es palabra en su naturaleza primigenia, sino que es palabra con una función determinada, destinada a un texto concreto, a una historia, a un poema, a un proyecto seguramente más grande, tal vez a un proyecto de años. En el momento en el que adquieres un compromiso personal con la escritura, cada palabra escrita es valiosa, cada palabra escrita cuenta, aunque sea como ejercicio de entrenamiento cuyo contenido termines descartando. Solamente hay un momento en el que se puede recuperar la energía del principio, la emoción primera frente al papel, sin proyectos, compromiso, conocimiento, precisión o técnica. Solo la magia del verano puede hacer que la escritura vuelva a ser salvaje. 

Por eso, pese a que mi cuerpo me mande señales de alarma, aunque se agobie al ver los primeros síntomas veraniegos alrededor, mi alma de escritora sabe que es el momento de escribir junto a los ríos, de escribir en los parques, de manchar las hojas de tierra, arena, gotas de agua de mar. De ser niña otra vez, lejos de los campamentos, dueña de bicicletas sin destino preciso, exploradora de ululares nocturnos. No hay consejo posible ante esta estampa como no sea el de olvidar, olvidarlo todo y revolcarse en el papel con las manos sucias de barro.

Hasta aquí mi reflexión compartida. Mi propuesta de invocación de ese escritor, esa escritora salvaje que lleváis dentro. Mi oda estival a la palabra libre. Mi manifiesto contra la domesticación del tiempo. Mi road trip, como el de Jack Kerouac en La carretera, novela escrita del tirón sin puntos y aparte, que me recomendó mi amigo y profesor de esta escuela, Luis de la Iglesia, amante y practicante de la escritura salvaje y los road trip vitales. Mi invitación a la escritura sin reglas ni signos de puntuación.

Acerca de los autores

Lucía Emmanuel, profesora de Escuela de Escritores - IMG300 - fotografía de Ático 26

Lucía Emmanuel

Licenciada en Física y Máster en Cultura Científica e Innovación. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores en el área de Informática. Imparte un Laboratorio de metáforas y fue alumna de la IX Promoción del Máster de Narrativa de Escuela de Escritores. En 2019 participó en el curso europeo de formación de profesorado de la EACWP. En 2021 publicó su primer poemario, Muro con buganvilla, con la editorial Amargord, reeditado en 2024 por Buenos Aires Poetry.

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Chiki Fabregat, fotografía de Isabel Wagemann- IMG2-675

Chiki Fabregat

Coordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.

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Mariana Torres, profesora del Máster de Narrativa en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Gaby Jongenelen

Mariana Torres

Nació en Brasil en 1981, y reside en Madrid. Es diplomada en Guion por la ECAM y forma parte de Escuela de Escritores, donde imparte clases desde 2004. Su libro de relatos, El cuerpo secreto, fue publicado en Páginas de Espuma en 2015. Como escritora forma parte del proyecto CELA (2017-2019) y de la lista Bogotá 39 seleccionada por el Hay Festival (Bogotá39-2017).

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Alejandro Marcos, fotografía de Isabel Wagemann- IMG2-675

Alejandro Marcos

Coordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.

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Lara Coto, profesora de Escritura Creativa para Adolescentes en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Ático26

Lara Coto

Lara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.

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