Escrito por: ALEJANDRO MARCOS

Hay un tema del que muy pocas veces se habla y que es importante para cualquier escritor: el espacio de trabajo.

Félix J. Palma reflexiona sobre ello en su libro Escribir es de locos y me ha hecho reflexionar sobre la poca importancia que le damos normalmente a algo tan relevante. Después de todo, los escritores pasamos muchas horas sentados en el mismo sitio y necesitamos una dosis alta de concentración, por lo que lograr un espacio adecuado que nos facilite la escritura es fundamental para nosotros.

Lo ideal es contar con un espacio propio, sin distracciones, sobrio, con una mesa amplia y bien iluminada, sin ruido y, ya puestos a elegir, con vistas a un paisaje relajante. Como ya imagináis, eso es casi imposible para la mayoría de los mortales. Sobre todo, aquellos que convivimos con gente en casa o con vecinos, los que tenemos que comer y trabajar en la misma mesa o los que no contamos con una puerta para separar el lugar de escritura de otros espacios de la casa. Digamos que, en este aspecto, como dice Félix J. Palma, todos luchamos por alcanzar el despacho ideal y hacemos lo que podemos mientras tanto.

Escribir en estas circunstancias no es ideal, desde luego, y entiendo que haya gente que tenga que buscar otros espacios para escribir. Ya sean bibliotecas, cafeterías o incluso habitaciones de hotel. Lo cierto es que admiro a esa gente que es capaz de escribir en una cafetería sin distraerse con la gente o que puede concentrarse en una biblioteca con el trasiego constante de personas. Para mí, cambiar de espacio de escritura supone semanas de no escribir nada hasta que me he habituado al nuevo espacio. Claro que quizás yo sea demasiado exagerado.

En esos casos, en los casos en los que es más difícil concentrarse en casa que en cualquiera de estos otros lugares, entiendo perfectamente que el escritor salga de casa. Después de todo, un texto en el que nos hemos concentrado menos (o más difícilmente) siempre será mejor que uno que no se escriba.

Sin embargo, hay un tipo de escritor que escribe fuera de casa con el que hay que tener cuidado. O, mejor dicho, en el que hay que evitar convertirse. Se trata del escritor que necesita estar fuera de casa para escribir. Con un «necesitar» en negrita y en mayúsculas. Es decir, aquel que solo escribe fuera de casa.

De estos escritores, los hay que escriben en las cafeterías casi exclusivamente por el postureo de escribir en una cafetería. Es gente que escribe poco, y que justifica esa escritura con el lugar en el que escriben. Como su producción suele ser mínima, necesitan que otras personas vean que están escribiendo para sentir que escriben. Para saber si eres un escritor de este estilo, te recomiendo medir tu productividad cuando escribes en una cafetería y cuando lo haces en otro lugar. A estos escritores suele acompañarles, también, una foto con el café y el portátil en Instagram. Como ya os dije, cuidado con contar que se escribe en lugar de escribir.

También los hay que se cogen una semana o un mes de vacaciones y se encierran en un hotel a terminar la novela en la que están trabajando. En nuestras cabezas, el plan suena genial. Fuera el teléfono, las preocupaciones y las distracciones. Solo nosotros y nuestra novela. El resultado no suele ser tan ideal. Como ya sabemos, el trabajo de escritura es un trabajo muy exigente a nivel mental y, por tanto, que cansa con facilidad. Lo más normal es que, en un día bueno, podamos escribir cuatro o cinco horas; seis si estamos especialmente inspirados. ¿Qué vas a hacer con el resto del tiempo del día en un hotel?, ¿ver la tele?, ¿leer?, ¿ir al bar? No sé. ¿Seguro que tenías que irte a un hotel para eso? Este tipo de comportamientos hace que corramos, además, el riesgo de defraudarnos. Ponemos todas las cartas en que no escribimos porque no contamos con el espacio o el tiempo necesarios. Sin embargo, ¿qué pasa si nos vamos a un hotel y nos bloqueamos o no logramos alcanzar las expectativas impuestas? Y suele pasar. Suele pasar porque un ritmo muy duro de escritura no puede mantenerse durante mucho tiempo sin tener una vía de escape, de distracción y de relax mental. Es verdad que no hacerte la comida ni tener que limpiar te puede ayudar mucho a extraer tiempo para la escritura, pero tener demasiado tiempo también puede ser contraproducente. No digo que vayamos a ponernos a querer matar gente como en El resplandor, pero corremos mucho riesgo de acabar mandando todo al carajo.

Lo que sí que creo que puede funcionar es una escapada de fin de semana, incluso de cuatro días, para darle un último empujón a una historia o para verla del tirón si hablamos de una novela. Incluso acudir a algún retiro con otros escritores, con los que se pueda compartir al final del día una cerveza y una reunión en la que se hable del estadio de trabajo de cada uno. Esa parte social puede ayudarnos a equilibrar y liberar la carga de trabajo y de presión de meternos de lleno en un proyecto.

No es por ser abuelo cebolleta, pero si no eres capaz de escribir en casa o en una biblioteca, no sé hasta qué punto vas a poder hacerlo en un hotel. Desde luego, si te funciona, por favor, estoy deseando escuchar el secreto para anotarlo y hacerlo en mis próximas vacaciones.

De momento, yo voy a seguir buscando mi despacho ideal y recomendando a todo aquel que quiera leerme que se busque un buen rincón en el que escribir y que lo haga suyo. Sentirse cómodo en un lugar y conocerlo tan bien que no se distraiga con absolutamente nada de lo que haya por las paredes hará gran parte del trabajo de concentración. A mí es lo que más me ayuda para entrar, a veces, en la zona de la escritura.