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Escrito por: MARIANA TORRES
Todos los personajes literarios enferman antes de morir. Si la muerte fuera repentina, como por ejemplo ocurre en un accidente, la historia perdería interés porque el personaje desaparecería en plena trama, y aunque podamos, como lectores, asistir a las consecuencias de su ausencia, estos personajes que mueren accidentalmente, nunca serán centrales.
Todos los personajes literarios enferman antes de morir. Y, este cambio final, el último punto de giro, es lo que cierra sus historias, su ciclo. Si la muerte fuera repentina, como por ejemplo ocurre en un accidente, la historia perdería interés porque el personaje desaparecería en plena trama, y aunque podamos, como lectores, asistir a las consecuencias de su ausencia, estos personajes que mueren accidentalmente nunca serán centrales. Los personajes literarios protagonistas, si mueren, enferman antes.
Y, si no asistimos a su muerte porque sus historias estén contadas a través de narradores muy centrados en ellos, asistiremos a su enfermedad y a su decadencia. Lo cual, como lectores, nos atrapa.
Cuando a Harold Brodkey, escritor norteamericano, le diagnosticaron sida, tenía algo más de 60 años. «Y así fue como terminó mi vida y comenzó mi muerte», escribió en su último libro. Como afirma el personaje de William Stoner, de John Williams: «La carne es fuerte, más fuerte de lo que imaginamos. Siempre quiere continuar».
¿Cuál es la relación, por tanto, entre protagonismo, enfermedad y muerte? ¿Es necesario que los personajes enfermen y sufran —que su cuerpo quede atravesado por la flecha del dolor— para hacer sólidos a los personajes protagonistas? Todos los personajes que atraviesan ese proceso se convierten en personajes con una capa de profundidad y experiencia que no la tienen los personajes que no lo atraviesan nunca.
Pensemos en tres personajes literarios diferentes y observemos cómo son sus muertes: el teniente Kurtz (personaje importantísimo de El corazón de las tinieblas); Sula, de la novela homónima de Toni Morrison y el singular Aschenbach, de Muerte en Venecia. Las tres muertes están precedidas por un momento de paz, un momento de conjunción con el mundo, como si renunciaran de una forma pacífica a su vida y no tuvieran ningún problema en morir en ese momento. Incluso el personaje de Sula muere de una manera pacífica y sin dolor. O, más bien, es el estado al que llega después de morir, cuando ya no respira, cuando la vida ya no recorre su cuerpo:
En ese estado de recelosa expectación, advirtió que ya no respiraba, que su corazón se había parado por completo. Un resquicio de miedo rozó su pecho, pues sin duda de un momento a otro se produciría una violenta explosión en su cerebro, un esfuerzo por respirar. Entonces comprendió, o más bien intuyó, que no sentiría ningún dolor. Había dejado de respirar porque ya no tenía que hacerlo. Su cuerpo no necesitaba oxígeno. Estaba muerta. Sula sintió que se le formaba una sonrisa en la cara.
Eso sí: ambas muertes, están precedidas por el terror. En el caso de Sula el narrador nos cuenta, muy poquito antes que «el dolor se apoderó de ella». Y, a esa afirmación, le suceden terribles sensaciones físicas que se extienden por todo su cuerpo. El cambio que se opera en Kurtz poco antes de morir, nos lo cuenta Marlow, también es físico y es terrible, al menos desde su punto de vista externo —el personaje de Marlow está tan fascinado con la observación de la muerte como lo está el personaje de Sula al morir su madre, quemada, bailando entre las llamas—. El personaje de Muerte en Venecia, Aschenbach, en cambio, muere de forma plácida. El narrador lo cuenta desde la mirada del joven Tadzio, en la lejanía, cuando se da cuenta de que la cabeza de Aschenbach se levanta para mirarlo en los últimos instantes de vida, y observa cómo sonríe y le hace señas, a modo de despedida, o de invitación.
Es decir, los tres personajes a los que nos hemos referido tienen los siguiente en común: mueren al final de la historia y, esta muerte, está precedida por una enfermedad. Y, al mismo tiempo, en el instante de morir están solos o con desconocidos y atraviesan dos momentos, cada uno a su ritmo: el miedo, el dolor y el terror del cuerpo; y la paz. Sula y Aschenbach atraviesan primero el dolor, para morir en paz; mientras que Kurtz le ocurre al revés, le llega la paz, antes del dolor y el terror. Pero, en los tres casos, han vivido un proceso de debilitación del cuerpo, de sufrimiento físico y de enfermedad.
¿Nos hace esa situación, como lectores, empatizar más con sus circunstancias vitales?
La muerte de los personajes literarios marca algo importante para los lectores: marca que los personajes han estado vivos. Si un personaje muere es porque ha vivido. Y que los personajes vivan es algo que para los lectores es vital. Cuando el personaje muere al final de la novela, el lector cierra un ciclo completo de acompañamiento. Ha seguido a ese personaje en los momentos más importantes de su vida y, además, lo ha seguido en el momento cierre, la muerte, después de eso ya no puede haber nada más. Es decir, el lector cierra el libro sabiendo que ya lo ha conocido todo del personaje, que lo ha exprimido hasta el final.
¿Por qué es atractiva la muerte en la literatura, por qué la muerte es literaria? Porque es una realidad y un destino común para todos, pero, al mismo tiempo, desconocemos el proceso. No sabemos qué hay después. No sabemos cómo nos morimos, no sabemos con seguridad qué sucede realmente porque no lo sabremos hasta morir. Y, cuando nos muramos, no podremos contarlo. Por eso nos interesa escribir y leer sobre la muerte. Se ha dicho cientos de veces aquello de que nadie ha vuelto de la muerte para contarla y, por eso, además, hay tanta literatura de género relacionado con la muerte, con el más allá, y existen los fantasmas y los seres de otros planos. La muerte es un tema artístico. Permite crear e imaginar, es inspiradora.
Lo desconocido nos inspira. Porque lo desconocemos, y porque nos da miedo.
Y, por supuesto, nos gusta leer ficciones sobre temas que nos asustan y que, además, desconocemos. Nos gusta porque leer es una manera de vencer ese miedo. Nadie quiere enfermar y morir en la vida real, pero ¿en la ficción? A todos nos gusta que los personajes atraviesen la enfermedad y la muerte, lo que no queremos es vivirlo en nuestras propias carnes. Como dice Tolstói a través del pensamiento de Pyotr Ivanovich:
Y habiendo reflexionado de esa suerte, se tranquilizó y empezó a pedir con interés detalles de la muerte de Ivan Ilich, ni más ni menos que si esa muerte hubiese sido un accidente propio sólo de Ivan Ilich, pero en ningún caso de él.
Es decir, para vivir muertes y sufrimientos de otros, y tal vez para ensayarlos y prepararnos, es para lo que está la literatura.
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