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Escrito por: CHIKI FABREGAT
Camino al aeropuerto escucho los últimos capítulos de El peligro de estar cuerda, de Rosa Montero, narrado por la autora. Es extraño oír su voz contándome todo esto, porque la veo, veo sus dedos llenos de anillos gigantes moverse arriba y abajo y sus gestos… Es extraño, sí, pero sobre todo es reconfortante escuchar el mensaje: los artistas estamos un poco locos. Rosa insiste muchas veces a lo largo del libro en que da igual la calidad de la obra, da igual si se trata de genios o de artistas del montón o incluso malos. Esto también me reconforta. Yo, como ella, pienso mucho en la creatividad, pero no para saber de dónde viene, sino cómo entrenarla. Deformación de oficio docente, supongo.
Tomo asiento y me abrocho el cinturón como indican los tripulantes de cabina, que nos urgen a todos con amabilidad, pero con firmeza. Ni que estuviéramos huyendo, pienso. El hombre que se sienta a mi lado es muy grande. Alto, ancho, de dedos largos y fuertes. La mujer al otro lado del pasillo, también.
Despegamos. El hombre se agarra con esos dedos grandes al reposabrazos. Juraría que es más grande que hace un momento. Dos filas por delante, un pasajero se pone en pie para coger algo del compartimento de equipajes. Parece altísimo. Diría que gira un poco el cuello para caber. Su pelo roza el techo del avión.
Todos son altos.
Todos son cada vez más altos.
¿Están creciendo?
Atravesamos una turbulencia, la luz se apaga una décima de segundo y, al volver, nada es igual. Me rodean extraterrestres, seres extraños, hombre y mujeres modificados genéticamente… ya decidiré eso luego. Se despojan de sus trajes humanos, de su apariencia ficticia, ¿son trajes?, esto lo decidiré también. Garabateo a bolígrafo, en un cuaderno que no sé en qué momento he sacado de la mochila. ¿Es esto la locura, Rosa? No es exactamente que huyan, solo se marchan. Ser distinto no es fácil, pero tampoco tan difícil, ellos lo saben. Yo lo sé, lo he usado en varias historias. Vuelan todos juntos para montar una colonia donde ser sin que nadie los juzgue. Por eso vamos a una isla, tiene todo el sentido del mundo. Las islas también aparecen en mis historias, me lo dijeron el otro día. ¿Seguiremos en este mundo o habremos saltado a otro? ¿Esa turbulencia…? ¿Por qué estoy yo en este avión? ¿Es error, una trampa, el destino? Soy la elegida, claro. Aún no sé para qué.
El comandante saluda, dice que estamos a punto de llegar. Poco importa que en las camisas de quienes me rodean, el hombre alto, la mujer alta, haya un logo de un equipo deportivo (baloncesto, me la juego). Poco importa ya que hubiese una lógica para todo esto porque tengo mi historia.
En muchos de los encuentros que hago con niños y adolescentes les propongo un juego: cada mañana inventad algo sobre la primera persona desconocida que os crucéis: está aquí porque su casa ha desaparecido por arte de magia; ese perro que lleva en realidad es su abuelo, hechizado; es un espía y busca en el barrio a una superbruja oculta tras la apariencia de una niña. La única norma es no poner límites. Si se nos ocurre algo loco, imposible, adelante con ello. Si hacemos esto durante un par de minutos cada mañana, al cabo de unos pocos días sentiremos el deseo de saber más, de alargar más lo que estamos inventando. En unas semanas, la creatividad estará tan entrenada que veremos historias en cada punto al que miremos y ya no tendremos que sentarnos a esperar que lleguen la musa y la historia a visitarnos (os cuento un secreto: ni la una ni la otra vienen solas y mal va a irnos si nos sentamos a esperar). Si buscamos las historias, si entrenamos la creatividad, ya no dependeremos de la locura, aunque podemos abrazarla. Si tenemos cien principios o cien personajes o cien situaciones es fácil que una nos sirva para arrancar. Si solo tenemos una es mucho más difícil.
Al aterrizar, una persona con un cartel me está esperando. Junto a ella hay otra mujer. «Tú eres Chiki», me dice, y me coge del brazo como si fuésemos gemelas separadas al nacer. Así se lo dice al día siguiente a alguien de la organización que nos pregunta si somos amigas: «separadas al nacer». Y me río por dentro pensando en que ella también inventa historias. Asisto a su presentación y habla de creatividad y enseña una caja de herramientas llena de objetos que, para ella, potencian la creatividad. Yo también hablo de mi caja de herramientas en los colegios, aunque nunca he usado una de verdad. Me gusta muchísimo la idea. «La creatividad se entrena», dice. Mierda, estoy segura de que escribí esa misma frase ayer cuando empecé este artículo en el avión. Busco en las notas. Sí. Nos separaron al nacer o nos abdujeron las personas altas. Paramos a tomar café en un edificio colonial precioso. Gabinete Literario se llama. Venga ya, parece una broma, una casualidad demasiado forzada. Nos reímos y lanzamos hipótesis de por qué el nombre. El edificio es antiguo, seguramente en origen era un gabinete literario. ¿Qué demonios es un gabinete literario? Lo gracioso es que, en la hora y pico, puede que dos horas que estamos allí sentadas, tomando café, a ninguna se nos ocurre buscar en internet el origen del edificio o del nombre. Que la realidad no te estropee una buena historia. Que la documentación no te estropee una buena historia. Hay un tiempo para imaginar, para crear, para dejar que el cerebro encuentre el hilo y otro para ejecutar, para escribir, para corregir. No pongáis nunca trabas al primero, porque sin ese tiempo creativo no hay arte. No hay escritura. Las historias no son un grano a punto de explotar, no apretamos con dedos para que salgan (¿y por qué ahora esta metáfora tan asquerosa? ¿Me he vuelto loca ya?).
Nunca me ha gustado esa tendencia extendidísima de hablar de los libros como si fueran hijos: mi quinto bebé, ha sido un parto largo, mis niños… Mi reticencia tiene que ver con la capacidad para asumir críticas, creo, mis obras son mejorables, estoy segura, mis hijos son perfectos y no vengas a decirme lo contrario. Y con la consideración de la escritura como oficio y como trabajo. Trabajamos, nos esforzamos, escribimos cuando nos apetece mucho y cuando nos apetece menos. Aunque nos olvidamos demasiadas veces de esa parte primera, de ese tiempo en el que la historia tiene que germinar. Nuestra mente necesita abono, necesita ser tierra fértil (vaya, ahora no escribimos hijos, escribimos geranios, soy la reina de las metáforas absurdas). La curiosidad es el método natural de entrenamiento del artista. Escuchamos, miramos, cotilleamos. Y ahí nacen las historias.
Mi propuesta, para no dejar esto en otro artículo en el que Chiki que se mira el ombligo y cuenta lo que ve, es que entrenéis la creatividad, que cada día inventéis un diálogo entre la primera persona desconocida a la que os crucéis y la última persona conocida a la que habéis visto. Que os preguntéis quién es esa persona desconocida y por qué ha aparecido justo ahí. No esperéis que de ahí salga la escaleta de vuestra próxima novela, ni siquiera es necesario que toméis notas, que escribáis. Solo os invito a imaginar ese diálogo durante los cinco minutos que camináis del metro a la oficina, mientras esperáis en la cola de la panadería o en la puerta del cole de los niños.
En el vuelo de vuelta saco el cuaderno para terminar el artículo y me encuentro una lista de palabras que he escrito en algún momento, no recuerdo cuándo. Están escritas en columna, casi pidiendo que ponga algo al lado. Mi amiga Laura, que es la reina de las rimas, me ha mandado un WhatsApp rimado así que decido hacer parejas de palabras rimadas. Espinilla-cotilla; telón-religión; volcán-capellán.
El cerebro se activa y paso las páginas del cuaderno buscando una limpia porque se me ha ocurrido algo y no quiero que se me olvide. Sé, me conozco y he pasado por esto mil veces, que no volveré a mirar esas páginas. Que posiblemente esa idea tan guay que se me ha ocurrido se quede en nada. Tengo ciento de cuadernos en los que apunto, tomo notas, escribo párrafos enteros que jamás miro, pero que sirven para germinar semillas.
Entrenad la creatividad, enterrad semillas, rimad palabras, inventad la vida de quienes se crucen en vuestro camino, haceos preguntas, sed cotillas. Sed creativos a tiempo completo. Abrazad la locura.
Si no fueras escritora, me pregunta muchas veces en los encuentros, que serías.
Una loca triste y desesperada. Eso sería.
Coordinadora de los cursos presenciales en Madrid y Getafe y, de los cursos por videoconferencia y, junto a Alejandro Marcos, del posgrado de formación de profesores que imparte Escuela de Escritores en colaboración con la Universidad de Alcalá. Es también la coordinadora del departamento de Atención al Alumno y de la Jefatura de Estudios de Literatura Infantil y Juvenil. Licenciada en Filología Hispánica por la UCM.
Coordina los departamentos de Formación, Calidad y Relaciones Internacionales. Además, junto a Chiki Fabregat, se encarga de la Capacitación Docente en Escritura Creartiva. Imparte cursos de escritura desde 2012, es profesor, junto a Javier Sagarna, de la asignatura de Proyectos del Máster de Narrativa. Escribe acerca de narrativa en el blog de la Escuela y codirige, con Lara Coto, nuestro podcast. Desde 2019 trabaja como Project Manager en el proyecto CELA.
Responsable del departamento de Informática de Escuela de Escritores, donde trabaja desde 2003. Es diplomada en Guion por la ECAM y escritora. Imparte clases en el Máster de Narrativa. Forma parte de la Asociación Europea de Programas de Escritura Creativa (EACWP), a través de la cual ha realizado intercambios de profesorado con otras escuelas.
Lara Coto estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Durante cuatro años se formó en diferentes cursos de Escuela de Escritores. En 2017 y 2018 trabajó como Project Manager en el proyecto CELA. Imparte cursos en la Escuela desde 2021 donde también coordina el Departamento de Atención al Alumno. En 2024 publicó su primera novela, Materna, con la editorial Del Nuevo Extremo.
Licenciada en Física y Máster en Cultura Científica e Innovación. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores en el área de Informática. Imparte un Laboratorio de metáforas y fue alumna de la IX Promoción del Máster de Narrativa de Escuela de Escritores. En 2019 participó en el curso europeo de formación de profesorado de la EACWP. En 2021 publicó su primer poemario, Muro con buganvilla, con la editorial Amargord, reeditado en 2024 por Buenos Aires Poetry.
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