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Escrito por: ALEJANDRO MARCOS
Las figuras retóricas, sobre todo las de significado, juegan con el significado connotativo y denotativo de las palabras para provocar sensaciones y sentimientos en el lector que no están normalmente asociados al significado usual de la palabra. Digamos que son las que convierten el lenguaje cotidiano cuya finalidad es comunicar en lenguaje poético, cuya finalidad es conmover.
Que nadie se asuste, sé que las figuras retóricas son las grandes temidas (o unas de las grandes temidas) de las clases de literatura del colegio y el instituto, así que no voy a aburriros con una explicación de su funcionamiento o su significado. Iré directamente a la aplicación en la literatura de género.
De pequeño, yo solía pensar, erróneamente, como casi todo lo que pensaba en aquella época, que las figuras retóricas solo servían para la poesía, quedando apartadas o relegadas del lenguaje narrativo de la novela o los cuentos. Craso error. Entre las muchas que se utilizan en narrativa podemos encontrar metonimias, sinécdoques, ironías, hipérboles, comparaciones, metáforas, símbolos, aliteraciones, hipérbatos, etc. Por nombrar algunas de las más utilizadas.
Cuando empecé a escribir y, sobre todo, a enseñar a escribir literatura fantástica, ciencia ficción y terror, me di cuenta de que el uso de estas figuras retóricas, que por otro lado es igual de común que en la literatura realista, podía prestarse a problemas de comprensión a los que no se presta en los escritos realistas. Lo voy a ilustrar con un ejemplo que siempre utilizo en mis clases:
Durante un ejercicio, un alumno escribió un texto sobre un dragón que habitaba en una cueva. A la hora de describir esa caverna, el alumno utilizó una metáfora para indicar que las paredes de roca estaban muy calientes. En concreto escribió que la montaña tenía «paredes de fuego». Esto, en un texto realista, hubiera pasado como una figura retórica más, bastante visual y efectiva. Sin embargo, en la clase, metidos ya en la literatura fantástica, tuvimos que preguntarle al alumno si se refería a que las paredes estaban muy calientes o a que estaban, literalmente, hechas de fuego. ¿Por qué no? Una vez he aceptado que pueden existir dragones, puedo aceptar perfectamente que existan paredes de fuego (y muchas cosas más).
Básicamente, lo que había pasado era que no se había dejado claro por el contexto si el recurso se trataba de un elemento imposible más de la historia o de una figura retórica. Por eso hay que tener especial cuidado con estas figuras en los géneros de lo imposible. Para solucionar el problema no hay más que convertir la metáfora en una comparación y asunto resuelto (decir «paredes calientes como el fuego» o «paredes como fuego»).
La cosa es que no solo sucede con la metáfora. Otras figuras retóricas se prestan a esta interpretación literal que puede causar confusiones. Por ejemplo: Si decimos que en una batalla participaron cien mil espadas (figura que es una sinécdoque, es decir, que nombra al todo por alguna de sus partes o una metonimia, si nombramos una cosa por otra con la que tiene contacto), puedo estar refiriéndome a que lucharon cien mil hombres con espada o a que, literalmente, cien mil espadas encantadas estuvieron batallando entre ellas. ¿Y por qué no? O, siguiendo con la sinécdoques, podría darse que una madre tuviera seis bocas que alimentar (sin que a esas bocas les pertenezca, por necesidad, un cuerpo).
Lo mismo ocurre con algunas hipérboles. De hecho hay muchísimos ejemplos con esta figura retórica. Podemos imaginar un mundo en el que literalmente «lluevan chuzos de punta» o en el que alguien «devore los libros», tenga el «corazón en un puño» o «llore a mares», etc.
Tenéis que tener en cuenta que es probable que no haya confusión con las figuras retóricas más utilizadas (nadie creerá que una princesa tiene la boca literalmente de fresa o el cuello de cisne si yo utilizo esas imágenes en mis textos (aunque sí pensarán que soy bastante poco original e incluso un poco anticuado)), por lo que las que corren más peligro son las figuras retóricas personales que creamos expresamente para nuestros escritos. Y es una pena porque son las más potentes y las más eficaces (como le pasaba a nuestro alumno de las paredes de fuego).
Con esto no estamos diciendo, ni mucho menos, que no sea recomendable utilizar las figuras retóricas. Lo que queremos decir es que en literatura fantástica (mucho más que en la ciencia ficción, realmente), hay que tener cuidado cuando introduzcamos algunas figuras retóricas ya que pueden causar confusión. Nada más. Con una pequeña revisión pueden convertirse esas confusiones en algo comprensible.
Además, como yo siempre digo, hay que intentar darle la vuelta a las dificultades y convertir las debilidades en fortaleza. Si en literatura fantástica hay peligro de que las figuras retóricas sean tomadas de manera literal, ¿por qué no convertirlas en elementos imposibles y hacer de ellas el centro del relato? Es decir, ¿por qué no escribir una historia en la que un dragón viva literalmente dentro de una cueva cuyas paredes estén hechas de fuego? Esto no es algo nuevo, creedme, hay gente que ya lo ha hecho (por ejemplo Juan Carlos Márquez en su relato «El corazón de papá», en el que un padre aparece un día en casa con el corazón literalmente en el puño). Creo que es una buena idea no solo para volver a nuestro favor algo que puede convertirse en un problema, sino para romper alguna racha de bloqueo o de escasez de ideas.
El castellano está lleno de expresiones que tomadas de forma literal pueden abrirnos todo un mundo de posibilidades, pero si habláis otros idiomas, podéis también inspiraros en ellos. Siempre me ha gustado la expresión inglesa de «llover perros y gatos», que es otra hipérbole, y no descarto algún día escribir un relato basado en esa idea.
¿A vosotros os ha pasado algo similar alguna vez?, ¿conocéis más textos escritos usando esta técnica o conocéis otros recursos que puedan causar problemas en los géneros imposibles? Hacédnoslo saber y dadnos amor en los comentarios.
Coordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.
Más informaciónCoordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.
Más informaciónRedactor de nuestro canal de Twitter. Es Licenciado en Filología Hispánica y diplomado en Guion por la ECAM. En los últimos años ha desarrollado su actividad como escritor en redes sociales, donde acumula decenas de miles de seguidores. Cada viernes, los relatos que publica en su perfil personal se convierten en historias virales en Twitter. Entre 2012 y 2022 ha sido profesor de español y Escritura Creativa en la ciudad de Berlín.
Más informaciónLara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.
Más informaciónNació en Brasil en 1981, y reside en Madrid. Es diplomada en Guion por la ECAM y forma parte de Escuela de Escritores, donde imparte clases desde 2004. Su libro de relatos, El cuerpo secreto, fue publicado en Páginas de Espuma en 2015. Como escritora forma parte del proyecto CELA (2017-2019) y de la lista Bogotá 39 seleccionada por el Hay Festival (Bogotá39-2017).
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