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Escrito por: ALEJANDRO MARCOS
Hoy voy a hablaros de una anécdota. Algo que me pasó hace poco volviendo a casa del trabajo. Sé que en un principio va a parecer que tiene poco que ver con la escritura y con vosotros, pero os pido unos párrafos de paciencia antes de que enfoque esa anécdota hacia algo de lo que, espero, podáis sacar provecho.
Esta historia, no así su reflexión, la conté hace poco por twitter, pero voy a repetirla aquí para poner en situación a los lectores antes de continuar con el artículo. Si eres seguidor de mi cuenta de twitter, siento la repetición.
La historia comienza por la mañana, justo antes de salir al trabajo. Por una de esas alineaciones planetarias, me sobraban diez minutos y me senté en el sofá a leer y aprovechar ese tiempo. Me encontraba leyendo Zen en el arte de escribir, de Ray Bradbury, libro que, ya que estamos, recomiendo a todos aquellos que quieran empezar su carrera como escritores porque el autor da muchos consejos hablando de su experiencia que son impagables. El caso es que, al terminar la lectura, coloqué el marcapáginas y me lo quedé mirando. Se trataba de un marcapáginas que representaba una llave con alas sobre un fondo rosa. Al girar el marcapáginas las alas de la llave se movían, simulando su vuelo. Era una de las llaves de una de las pruebas finales de Harry Potter y la piedra filosofal, de antes de que se estrenaran las películas incluso. Recordé, mientras me dirigía ya al trabajo, que mi madre me había regalado ese marcapáginas en una librería de Soria un verano hacía muchos años. No recuerdo si fue algo que yo le pedí, pero me suena más a que fue un consuelo porque en la librería no encontramos el libro que yo buscaba.
Ese verano, eso sí lo recuerdo bien, fue el primer momento en el que yo empecé a tomarme más en serio la escritura. Tenía un cuaderno donde había empezado una novela (tendría que revisar la casa de mis padres para buscarlo) y estaba dispuesto a comenzar un diario personal. De hecho, aquel marcapáginas fue directo a ese diario. Durante muchos meses, diario y marcapáginas permanecieron olvidados dentro de un armario. Me daba demasiada vergüenza escribir el diario por si alguien lo encontraba. A veces escribía cosas, pero me parecían tan personales que solo imaginarme a mis padres o a mis hermanos leyéndolas me ponía histérico. Acaba arrancando las páginas y enviándoselas por correo a mi mejor amigo o tirándolas (en la calle, eso sí, que nadie las leyera en casa).
Cuando asumí que yo no era carne de diario, el marcapáginas pasó a ir siempre conmigo, acompañando al libro que estuviera leyendo en ese momento. De eso hace ya, fácilmente, quince años. Desde entonces, reflexionaba en el autobús, no me había separado de él.
Hice aquella reflexión y acaricié con cariño el marcapáginas. Lo guardé de nuevo al llegar a mi parada y, a la vuelta, volví a leer el libro. Por acabar el capítulo, me bajé del bus leyendo. No fue hasta que no estuve en casa y fui a guardar el libro en su lugar, que no me di cuenta de que el marcapáginas había desaparecido. Probablemente se me cayó al levantarme del bus si, como suelo hacer, me lo había dejado en las rodillas, o se cayó del libro al caminar si lo había puesto al final del libro mientras leía. Lo busqué en la mochila, en el libro, en la chaqueta (incluso salí a la calle), pero nada. Había perdido mi marcapáginas unas horas después de descubrir lo importante que había sido para mí.
Con esto no quiero advertiros que tengáis cuidado con las cosas que más valoráis. O que solo valoras algo cuando lo pierdes (por fortuna yo había valorado aquella misma mañana el marcapáginas). No. Lo que puede interesaros, quizás, espero que sí, es la reflexión a la que llegué yo cuando por fin di por perdido el objeto.
Para mí ese marcapáginas no solo era un trozo de cartón con una cinta verde, ese marcapáginas era un recordatorio de lo que había sido, de lo que fui en un momento como escritor y me ayudaba a ver la diferencia, ver cuánto he alcanzado a lo largo de los años.
Todas esas lecturas, algunas de las cuales probablemente ni recuerdo, forman parte de mi bagaje lector, al igual que mis recuerdos y vivencias son mi bagaje experiencial. Las dos cosas juntas son la base de mi escritura, de mis obsesiones como creador (qué palabra tan bonita, casi parezco alguien importante).
Recuerdo al preadolescente que usaba el marcapáginas para guardarlo en su diario y recuerdo la vergüenza que sentía al exponer sus sentimientos y veo que el escritor que soy hoy en día ya no es así. Creo personajes en los que me siento muy vulnerable, hablo de cosas que me tocan muy profundo, permito que la gente se asome ahí y, aunque siempre me genera algo de vergüenza, he aprendido que los riesgos de ese estilo al final siempre acaban funcionando porque son sinceros. Todo eso que ahora pongo en mis escritos es sincero a más no poder y es algo que el lector nota.
Quizás el marcapáginas, eso quiero pensar, me abandonó para acompañar silenciosamente a otro chaval tímido que no se atreva a expresar lo que siente. Ojalá lo encontrara algún futuro escritor o futura escritora y sus padres no pensaran que ese marcapáginas ajado era basura. Ojalá ahora esté acompañando, sin hacer ruido, pero sin descanso, la evolución de algún adolescente, las lecturas hasta las mil de la noche, el misterio de descubrir un nuevo libro, el ansia por querer escribir algo así.
No voy a negar que me sentí un poco desnudo después de perderlo, como cuando Dumbo pierde la pluma que supuestamente la hacía volar o cuando mi padre me quitó los ruedines de la bici o me soltó en la piscina. Pero, al igual que en esos casos, yo ya sabía nadar y andar en bici y no era consciente de ello. Sabía nadar, sabía montar en bici y ahora sé también volar.
Coordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.
Más informaciónCoordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.
Más informaciónRedactor de nuestro canal de Twitter. Es Licenciado en Filología Hispánica y diplomado en Guion por la ECAM. En los últimos años ha desarrollado su actividad como escritor en redes sociales, donde acumula decenas de miles de seguidores. Cada viernes, los relatos que publica en su perfil personal se convierten en historias virales en Twitter. Entre 2012 y 2022 ha sido profesor de español y Escritura Creativa en la ciudad de Berlín.
Más informaciónLara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.
Más informaciónNació en Brasil en 1981, y reside en Madrid. Es diplomada en Guion por la ECAM y forma parte de Escuela de Escritores, donde imparte clases desde 2004. Su libro de relatos, El cuerpo secreto, fue publicado en Páginas de Espuma en 2015. Como escritora forma parte del proyecto CELA (2017-2019) y de la lista Bogotá 39 seleccionada por el Hay Festival (Bogotá39-2017).
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