Versos dados para hacer temblar los puentes

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Escrito por: LUCÍA EMMANUEL

En poesía existe algo que se llama los versos dados. Puede que no aparezcan en los manuales de escritura ni en los libros sobre teoría poética, pero es algo que todo poeta ha experimentado alguna vez. Se trata de aquellos versos que, mágicamente, hacen acto de aparición en nosotros. Vienen de nuestro interior, reconocemos en su trazo nuestro puño y letra, pero al mismo tiempo nos hacen preguntarnos: «¿de verdad he escrito yo esto?» Tal y como llegan, permanecen, sin que debamos alterar ni corregir palabra alguna, ya que nacen con una fuerza inusitada. Un regalo que a los poetas nos encantaría recibir todos los días.

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Recuerdo una historia que me contaron en la universidad cuando era estudiante de Física: la caída de un puente debido a la marcha de un grupo de soldados. Al parecer, el ritmo de los pasos militares al unísono había conectado con la frecuencia propia del puente hasta hacerlo entrar en resonancia, lo que provocó fuertes temblores que terminaron por tumbarlo junto con todos los soldados. Una anécdota trágica a la par que curiosa para comentar durante la clase de Mecánica y Ondas. Ya no recuerdo si era una historia real o una leyenda urbana, pero gracias a este artículo de la revista Jot Down, descubro que sucedió de verdad. «El 12 de abril de 1831 el puente colgante de Broughton se vino abajo mientras lo cruzaban setenta y cuatro soldados en formación», dice el artículo. Sin embargo, tal y como nos aclara a continuación, el motivo de derrumbamiento no fue que la marcha de los soldados hiciese al puente entrar en resonancia, sino el mal estado de su estructura. 

En el artículo literario que hoy nos atañe, nos quedaremos con esta imagen como metáfora. Al fin y al cabo, escribir poesía es una forma de pedir permiso para cruzar ese puente colgante que todo lector aloja en el pecho. Los poetas buscamos que, tras el paso de nuestras palabras, nuestros lectores no queden indemnes, que algo se mueva dentro de ellos, queremos hacerlos entrar en resonancia. Cuando escribimos poesía, buscamos el temblor.

A veces, incluso los buenos poemas necesitan un tiempo para entrar en nosotros. Las palabras hacen su labor despacio, el bisbiseo de sus pasos sobre el puente empieza como ligeras cosquillas hasta que la vibración se contagia en toda la estructura. Un poema se construye hasta el más ínfimo detalle. El ritmo es tan importante como la imagen, su sonido es tan importante como su sentido, ya que cualquier palabra o fonema disonante puede romper una atmósfera conseguida, cualquier ruido inapropiado puede expulsarnos del poema. 

Frente al trabajo de hormiguita que ejerce el ritmo, los sonidos cuidadosamente colocados uno al lado del otro adentrándose poco a poco en el puente, los versos dados actúan de forma arrolladora, como un latigazo directo al núcleo de la catenaria.

Los versos dados contienen algo así como una verdad profunda, más allá de nuestra conciencia, sensibilidad o nuestro propio raciocinio. Es por eso que a menudo nos parece que han sido escritos por una mano que no es la nuestra. Da la impresión de que no decimos a través de ellos sino que ellos dicen a través de nosotros. Lorena Briedis, escritora de esta casa, diría que este hecho tiene que ver con la mística y que la poesía es un acto de fe. Según ella, nos sentamos a escribir como quien baja a picar en una mina húmeda y oscura. Parafraseando a esta profesora y amiga: «cuando aparezca una de esas minúsculas pepitas de oro, que nos pille trabajando». Que es otra forma de decir que no podemos quedarnos parados a la espera de que lleguen las musas.

Ahora, si los versos dados son algo así como un regalo de los dioses, algo que llega cuando menos lo esperamos un día de inspiración elevada o en un momento de contemplación profunda, ¿es posible ir a buscarlos, salir a su encuentro?

Hace unos años en un curso de Técnicas Narrativas me pidieron hacer un resumen sobre un libro famoso en el campo de la escritura creativa llamado El gozo de escribir. Su autora, Natalie Goldberg, nos habla de los beneficios de la escritura automática, de la autenticidad de los primeros pensamientos cuando no están sometidos a ningún tipo de juicio. Nos recomienda escribir a diario durante un buen rato sin un plan definido. Escribir lo primero que se nos pase por la cabeza y seguir adelante. Para Goldberg, en esos pensamientos sin juicio ni siquiera actúa el yo personal, por eso pueden resultarnos extraños o perturbadores, pero eso significa que están cargados de energía. Hay un fragmento del libro que me gusta especialmente: «Hay que escuchar el pasado, el presente y el futuro, y la voz del color que entra por la ventana (…). Absorber las cosas sin juzgarlas para escribir la verdad de las cosas».

Goldberg propone un ejercicio al que llama «El Samurai», que recomienda específicamente para poetas. Se trata de escribir un texto en modo automático y luego aplicar la técnica del samurai: subrayar aquello que sentimos vivo, aquello con una fuerza especial, y tachar lo demás. Nos cuenta que William Carlos Williams le dijo una vez a Allen Ginsberg: «Si la energía de una poesía se encuentra toda en un verso, corta todo lo demás y deja solo aquel verso». 

En su momento no presté demasiada atención al ejercicio, pero meses después me fue muy útil para terminar un proyecto de poesía. Una de las secciones que me quedaban por construir tenía que ver con mi infancia. Me estaba resultando especialmente difícil, ya que me sentía muy alejada de la sensación de ser niña. Entonces recordé el ejercicio del samurai. Empecé a escribir sobre mi habitación de cuando era pequeña, tratando de no pensar. Durante todo el tiempo que escribí en modo automático tuve la sensación de que no había nada válido sobre el papel, nada rescatable al terminar el ejercicio. Cuando releí el texto, espada de samurai en mano, fui tachando y tachando. La mayoría de lo escrito eran cosas sin sentido. Sin embargo, ahí estaban los detalles que servirían para reconstruir poéticamente mi habitación de niña: la pared verde de gotelé y la lámpara de papel con forma de globo aerostático, las estrellas luminosas del techo y los playmobil detenidos en la última escena familiar dentro de su casa de juguete. Y, para mi sorpresa, escondido entre todos los objetos polvorientos, agazapado en la penumbra, un verso que se convirtió en uno de los más certeros del libro. Un verso dado.

Ojalá esta experiencia personal sirva a otros poetas a la hora de encontrar una frecuencia de vibración determinada. Ojalá contribuir al temblor de los puentes. 

Acerca de los autores

Lucía Emmanuel, profesora de Escuela de Escritores - IMG300 - fotografía de Ático 26

Lucía Emmanuel

Licenciada en Física y Máster en Cultura Científica e Innovación. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores en el área de Informática. Imparte un Laboratorio de metáforas y fue alumna de la IX Promoción del Máster de Narrativa de Escuela de Escritores. En 2019 participó en el curso europeo de formación de profesorado de la EACWP. En 2021 publicó su primer poemario, Muro con buganvilla, con la editorial Amargord, reeditado en 2024 por Buenos Aires Poetry.

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Lara Coto, profesora de Escritura Creativa para Adolescentes en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Ático26

Lara Coto

Lara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.

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Alejandro Marcos, fotografía de Isabel Wagemann- IMG2-675

Alejandro Marcos

Coordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.

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Chiki Fabregat, fotografía de Isabel Wagemann- IMG2-675

Chiki Fabregat

Coordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.

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Mariana Torres, profesora del Máster de Narrativa en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Gaby Jongenelen

Mariana Torres

Nació en Brasil en 1981, y reside en Madrid. Es diplomada en Guion por la ECAM y forma parte de Escuela de Escritores, donde imparte clases desde 2004. Su libro de relatos, El cuerpo secreto, fue publicado en Páginas de Espuma en 2015. Como escritora forma parte del proyecto CELA (2017-2019) y de la lista Bogotá 39 seleccionada por el Hay Festival (Bogotá39-2017).

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