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Escrito por: MARIANA TORRES
Las épocas en las que no escribimos con toda la asiduidad y energía que estábamos acostumbrados, nos llenan de dudas y preguntas. Los primeros meses y años de la maternidad son una de esas épocas. Nos volvemos locos buscando la manera de volver a escribir. Pero, muchas veces, el camino para regresar a la escritura está en lugares que no habíamos visitado antes.
He leído poco en los últimos tres años. He escrito poquísimo en los últimos tres años. La lectura y la escritura van de la mano o, al menos en mi caso, si no leo con asiduidad no tengo ganas de escribir. En cambio, si leo, si me emociono y motivo con las lecturas —también si me enfado o incluso si las lecturas que selecciono me producen rechazo, hastío o aburrimiento— me vuelven con fuerza las ganas de escribir. Y, estos últimos tres años, me he dedicado principalmente a cuidar, atender y trazar el camino de crecimiento de mi hija. Estaba segura de que cuando empezara el colegio, con sus casi tres años cumplidos, iba a volver a escribir —eso sucedió hace un mes—. Estaba segura de que cuando cumpliera los dos años iba a volver a tener tiempo para leer. Estaba segura de que, el primer año de su vida, mientras era un bebé que dormía enrollado en mi fular, iba a tener ganas de leer. Todas mis seguridades han hecho aguas con efecto dominó.
No es una cuestión de tiempo. El tiempo, por escaso que sea, es una circunstancia flexible, que se acomoda incluso en las épocas más complicadas. Tener tiempo ayuda, evidentemente; pero no es tiempo lo que me falta: es interés. Ocurre como si la nueva escritora que soy ahora, esa escritora que se ha convertido en madre —y, lo pongo en cursiva para marcarlo un poco a pesar de que estaba segura de que nunca lo diría porque me parecía ridículo incluir ser madre o ser padre en algo que uno pudiera decir de sí mismo— no fuera capaz de encontrar el hilo perdido de la madeja de lana. Ese hilo de un color especial que desde fuera se ve tan atractivo y tan interesante que uno no puede evitar tirar para descubrir qué sale de allí dentro.
Y si cuento todo esto ahora, que estamos en octubre, es porque coinciden en el tiempo el tercer cumpleaños de mi hija y el inicio de curso. Las clases de la Escuela se vuelven a llenar de alumnos que entran y salen en los diferentes grupos, que charlan antes de sus dos horas de clase en los sofás de la sala Moby Dick y que salen corriendo de sus trabajos para llegar a su clase de escritura, ese entorno donde saben que, con seguridad, van a escribir.
Hace cuatro años empecé el Máster de Narrativa, cursé el primer año completo y fui tremendamente feliz. Fue el año que me quedé embarazada. Fue el año de la pandemia. Fue el último año que recuerdo haber escrito muchísimo. Y eso fue porque además de leer muchísimo, tenía un grupo de compañeros con los que compartirlo todo y porque tenía unos profesores que nos exigían cada día escribir, leer y volver a escribir. Así que, la solución, parece sencilla, ¿verdad? ¡Apúntate a un curso, cursa el segundo año que has dejado pendiente del máster! Pero a veces, lo más sencillo, se nos antoja imposible de encajar en la logística horaria semanal que exige mucho autobús y recogerse antes de que el carro de caballos se convierta en calabaza. Si tuviera dos horas libres a la semana, me he dicho muchas veces en las últimas semanas, las emplearía leyendo y escribiendo.
Y no es una excusa.
Lo bueno es que en toda enredada madeja de lana siempre se acaba soltando un hilo del que se puede tirar. Un hilo que parece corto y pequeño, que se nos había pasado inadvertido en inspecciones anteriores a la madeja, pero que, de repente, brilla por sí solo. Y es que, si estaba allí, no lo habías visto porque estabas mirando a otro lugar.
Mi hija, con casi tres años, habla perfectamente y ha llegado a ese maravilloso momento en que es capaz de combinar palabras para construir frases o expresiones de creación propia. Cuando el otro día escuché una de esas frases me di cuenta de que llevaba todo este tiempo esperando oír algo así, esperando que me regalara un hilo del que tirar. Porque por alguna extraña exigencia al destino, en mi cabeza yo pensaba que la pista para descubrir el hilo perdido de la madeja debía salir de ella, de esa pequeña persona que ha vivido junto a mí toda la ausencia de escritura (y absoluto desparrame de amor y presencia, evidentemente). Lo más curioso es que su frase, espontánea y sin más, venía envuelta con la palabra “regalo”. Ella no lo sabía, pero me estaba regalando algo muy valioso.
Porque está, también, en esa época en que nos regala tesoros. A su padre le regala fruta de madera envuelta en papel. “Ten, papá, un regalo”. A mí me regala todo tipo de resto natural que encuentra en la calle: hojas, palos, piedras, escarabajos. “Ten, mamá, un regalo”. Pero ha sido el regalo que le dio a su hermana el otro día el que ha pintado de brillante el hilo de la madeja por donde tengo que tirar. Su hermana salía para clase de música y, en la puerta, hizo que bajara la mano, que la abriera y en esa mano abierta depositó un tesoro: “ten, Claudia, te regalo una semilla de helado”.
A su hermana le regaló una semilla de helado. Pero, a mí, me regaló una historia que no se me va de la cabeza desde ese día. Tres años después parece que puedo empezar a desenredar la madeja de lana y que, todo lo que encuentre allí dentro, va a ser nuevo y totalmente desconocido. Ahora, sí, me falta el tiempo para escribirlo. Así que voy a dejar de escribir este artículo ya mismo y a seguir el hilo de esa semilla de helado, a ver a dónde me conduce.
Nació en Brasil en 1981, y reside en Madrid. Es diplomada en Guion por la ECAM y forma parte de Escuela de Escritores, donde imparte clases desde 2004. Su libro de relatos, El cuerpo secreto, fue publicado en Páginas de Espuma en 2015. Como escritora forma parte del proyecto CELA (2017-2019) y de la lista Bogotá 39 seleccionada por el Hay Festival (Bogotá39-2017).
Más informaciónRedactor de nuestro canal de Twitter. Es Licenciado en Filología Hispánica y diplomado en Guion por la ECAM. En los últimos años ha desarrollado su actividad como escritor en redes sociales, donde acumula decenas de miles de seguidores. Cada viernes, los relatos que publica en su perfil personal se convierten en historias virales en Twitter. Entre 2012 y 2022 ha sido profesor de español y Escritura Creativa en la ciudad de Berlín.
Más informaciónCoordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.
Más informaciónCoordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.
Más informaciónLara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.
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