Nueve reflexiones de un funambulista

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Escrito por: RUBÉN ABELLA

A propósito del estilo

En narrativa, creo yo, no hay una jerarquía del estilo. Tan válido es el barroquismo selvático de Gabriel García Márquez como la esquelética esencialidad de Agota Kristof. Lo que cuenta es el decoro en su sentido retórico; es decir, la adecuación del lenguaje al género, al tema y a la condición de los personajes de una obra. En otras palabras: el ensamblado de la forma y el fondo.

Convendría añadir que, al contrario de lo que mucha gente cree, detrás de la transparencia hay siempre mucho trabajo. En sus cartas y diarios, Kafka —poseedor de uno de los estilos más cristalinos que ha dado la literatura— comenta a menudo lo que cuesta —y el placer que da— escribir una frase perfecta. En una carta a Paul Auster, Coetzee dice que el lector nunca debe sospechar las horas de intensa labor que se esconden tras un párrafo nítido. La claridad requiere oficio.

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A propósito de la técnica

Toda historia tiene su tramoya, su trabajo de carpintería. Se trata de una labor difícil, que no se percibe a primera vista y que, sin embargo, hace que una narración funcione. No basta con que una historia sea interesante: hay que contarla bien. Esto no quita, sin embargo, para que buena parte del trabajo del escritor se base en la intuición. No es la técnica, creo yo, sino el instinto fabulador lo que te lleva en una dirección u otra, a menudo medio a ciegas, sin distinguir con claridad el camino. Las obras literarias se levantan sobre un delicado conjunto de equilibrios: entre el instinto y la técnica, entre la acción y los sentimientos, entre las escenas y las partes narradas, entre la voz y el silencio, entre la disciplina y el corazón. Escribir es un acto de funambulismo, un precario caminar por un cable a merced de los vientos opuestos del instinto y la razón.

A propósito del bloqueo

El bloqueo existe y puede durar horas o años, incluso convertirse en un mal permanente, y ha hecho sufrir a innumerables escritores de mérito. A bote pronto me vienen a la memoria Tolstoi, Fitzgerald, Truman Capote, Juan Rulfo… Me llaman la atención los autores que presumen públicamente de no haberlo padecido. Es como vanagloriarte en un hospital de estar sano. Me parece un poco temerario, un innecesario desafío a la suerte. Por muy bien construida que esté tu casa, nunca sabes cuándo van a aparecer las goteras.

A propósito de los géneros narrativos

Cortázar decía que la novela es al cine lo que el cuento es a la fotografía, y yo estoy de acuerdo. Podría usarse también una analogía atlética: la novela es al maratón lo que el cuento es a los cuatrocientos metros lisos. Son dos distancias muy distintas que precisan musculaturas narrativas diferentes. La novela es una guerra de trincheras que requiere paciencia y mucha disciplina. El cuento, sin embargo, es un ataque por sorpresa, una emboscada. La novela es un combate de boxeo que se gana por puntos. El cuento —al igual que el microrrelato— ha de ganarse por KO. Son géneros con reglas propias, que buscan efectos diversos en los lectores. La elección de uno u otro depende de la historia que se quiera contar. Hay historias que te piden tres mil palabras. A otras les hacen falta cien mil.  El secreto está en saber escucharlas.

A propósito de la memoria

La memoria es muy creativa. Rellena con material propio los grandes huecos que deja el olvido —es aterrador pensar en la cantidad de cosas que olvidamos— y colorea a su gusto lo demás. En este sentido la memoria, al igual que la experiencia, es personal e intransferible. Lo que una persona recuerda sobre su pasado familiar, por ejemplo, no tiene por qué coincidir con lo que recuerdan sus hermanos. Cada cual experimenta y recuerda las cosas a su modo. La memoria es también un mecanismo de defensa que nos protege, al menos en parte, del lado doloroso de la vida. Y el asunto se complica cuando empezamos a usar términos como «falsedad» o «verdad». Todos tenemos recuerdos «creativos», por llamarlos de alguna manera, pero eso no quiere decir que sean falsos. Yo guardo en mi mente una imagen nítida de mi madre empujando el coche de bebé en que me transportaba. Me dicen que es imposible, que me lo he inventado. Yo no discuto.

A propósito de los premios

Decía Flaubert que, una vez terminada una obra, él no tenía reparo en venderla ni en recibir aplausos si la obra era buena. Lo interesante de esa afirmación es la nítida frontera que el autor establece entre la esfera pública —el mercado, el reconocimiento, la crítica— y la burbuja íntima e inexpugnable de la escritura, que para él siempre fue sacrosanta. La exigencia al escribir debe venir de dentro, no de fuera. Si luego, “una vez terminada” la obra, llegan las palmadas en el hombro, perfecto, pero no es prudente pensar en ellas cuando se trabaja

A propósito de corregir

Bien entendida, la corrección puede ser una de las fases más placenteras del proceso de escritura. La trama ya está construida, con todo el trabajo que eso supone, y puedes dedicarte a pulir, a mimar los detalles, a iluminar conexiones dentro del texto que antes, cuando estabas ocupado levantando la historia, te habían pasado desapercibidas. Hace falta tenacidad, eso sí. Pero lo mismo puede decirse del resto del proceso. Es importante no olvidar que ya está cerca. Abandonar una novela en la fase de corrección es como nadar kilómetros para ahogarte en la orilla

A propósito del punto final

Si aceptamos la premisa de que, en general, la narrativa refleja la vida, estaremos de acuerdo en que cada historia que empezamos a contar podría conducir a mil finales distintos. Como la vida, la escritura está llena de bifurcaciones, de esquinas que no doblamos, de senderos que se descartan. En definitiva, de historias posibles que jamás contaremos. Escribir es, en ese sentido, un esfuerzo inútil por contener algo que no tiene límites. Y luego, por supuesto, está el lenguaje: los infinitos ajustes que pueden hacerse para redondear una frase, para hacer que un sustantivo brille como merece. Pero en algún momento hay que decir basta. De lo contrario nos pasaríamos la vida escribiendo la misma historia. Quizás lo hagamos, de todos modos.

¿Por qué escribir?

Dice António Lobo Antunes —y yo estoy de acuerdo— que a esa pregunta cada escritor puede dar quince o veinte respuestas verdaderas, aunque seguramente ninguna sincera del todo pues lo cierto es que nadie sabe de verdad por qué escribe: es como preguntarle a un manzano por qué da manzanas. Para Kafka, por ejemplo, escribir era la única posibilidad de vida interior. Italo Calvino escribía para aprender cosas que no sabía y porque nunca estaba satisfecho de lo que había escrito. Virginia Woolf tejía ficciones porque el peso de la realidad la abrumaba y Gabriel García Márquez para que le quisieran. Podemos decir que escribimos porque nos lo pide el cuerpo. Y porque miramos a nuestro alrededor y hay un montón de cosas que no nos cuadran. Y porque nos intriga hasta dónde puede llevarnos lo que escribimos. Y porque hay pocas cosas más bellas que el lenguaje. Y porque queremos hacer sentir a los demás la conmoción que sentimos nosotros cuando leemos. Y porque, si no escribiéramos, no sabríamos qué hacer al levantarnos por la mañana… Podríamos seguir dando porqués, pero el primero es el bueno.

Acerca de los autores

Rubén Abella, profesor del Máster de Narrativa en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Rosa Jiménez

Rubén Abella

Doctor en Filología Inglesa por la Universidad de La Rioja. Su primera novela, La sombra del escapista, recibió en 2002 el Premio de Narrativa Torrente Ballester y con su segunda, El libro del amor esquivo, resultó finalista del Premio Nadal en 2009. En 2007 No habría sido igual sin la lluvia mereció el Premio Mario Vargas Llosa NH de Relatos, Sus tres últimas novelas son Baruc en el río, California e Ictus. Su libro de relatos Quince llamadas perdidas ha sido galardonado con el Premio Kutxa 2020. Rubén Abella compagina la escritura con la fotografía y la docencia.

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Chiki Fabregat, fotografía de Isabel Wagemann- IMG2-675

Chiki Fabregat

Coordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.

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Alejandro Marcos, fotografía de Isabel Wagemann- IMG2-675

Alejandro Marcos

Coordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.

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Lara Coto, profesora de Escritura Creativa para Adolescentes en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Ático26

Lara Coto

Lara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.

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Mariana Torres, profesora del Máster de Narrativa en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Gaby Jongenelen

Mariana Torres

Nació en Brasil en 1981, y reside en Madrid. Es diplomada en Guion por la ECAM y forma parte de Escuela de Escritores, donde imparte clases desde 2004. Su libro de relatos, El cuerpo secreto, fue publicado en Páginas de Espuma en 2015. Como escritora forma parte del proyecto CELA (2017-2019) y de la lista Bogotá 39 seleccionada por el Hay Festival (Bogotá39-2017).

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