Escribir o enseñar a escribir, ¿esa es la cuestión?

Escrito por: JAVIER FONSECA

Hay una idea bastante extendida de que el escritor o la escritora necesita la soledad para crear. Como mucho, puede acompañarnos un gato al que acariciamos con mimo a la espera de la inspiración. Tengo que decir que en mi caso hay algo de esto —gato incluido—, pero solo en momentos muy puntuales. Yo necesito gente, contraste, compañía. Supongo que a esto ayuda el hecho de que, además de a escribir, enseñe a escribir.

Creo que una de las cosas que más me gustan desde que me dedico a la literatura es el contacto con los lectores y con los alumnos. Y no deja de resultarme bastante curioso el hecho de que una de las preguntas que más se repiten en los cursos, festivales, encuentros… tiene que ver precisamente con esta doble vertiente de mi trabajo.

¿Qué es lo que más te gusta: escribir o enseñar a escribir?

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Siempre respondo de la misma manera: las dos actividades me hacen disfrutar y aprender; se retroalimentan; sufro con ellas; me dan de comer; me divierten; me cansan; me dan la oportunidad de compartir con otros mis inquietudes, mis deseos, mi visión del mundo y ponerlo todo en entredicho. Las dos actividades me complican la vida.

Acabo de releer el inicio del párrafo anterior y me doy cuenta de que debería haber dicho que siempre me escapo de la misma manera. Reconozco que son palabras poco comprometidas. Resultonas, para salir del paso, que hacen que me sienta bien, aunque no respondan exactamente a lo preguntado. Es, también, una respuesta tramposa que busca tantear hasta dónde está dispuesto a llegar mi interlocutor. En la mayoría de las ocasiones, después de esta huida, o bien la conversación se agota y se cambia de tema; o bien, tirando del mismo hilo, nos lleva a concretar y hablar de cuestiones más específicas. 

Poco antes del verano, en un encuentro con jóvenes en un instituto, ocurrió algo diferente alrededor de esta pregunta. Por regla general es de las primeras cuestiones que surgen al empezar los encuentros, pero en este caso justo acababa de proponerles que escribieran una historia a partir de una metáfora que ellos mismos habían creado, cuando una chica de dieciséis años que no dejaba de dar vueltas a su bolígrafo entre los dedos la lanzó. No pensé mucho y acudí a mi respuesta tipo, a fin de que la audiencia no se distrajera demasiado. Me había costado un esfuerzo meterlos en la dinámica del taller y no quería perderlos. Ella me escuchó atenta, pero en absoluto dio por zanjado el asunto:

—Vale. Pero, si tuvieras que elegir ¿con cuál te quedarías?

No había provocación en su tono ni en sus ojos marrones, era una mirada sincera, interesada y exigente, que sostenía la mía con el exceso de confianza que da la juventud y el sentirse en territorio seguro. Aprovechando que estábamos trabajando la metáfora, le dije que me gustaban las ventajas de la custodia compartida y disfrutar de los mimos de papá y de mamá.

Me aguantó unos segundos más la mirada sin cambiar el gesto, dejó de girar el bolígrafo en su mano y, aunque estaba claro que mi respuesta no le había convencido, no insistió. Sus compañeros y compañeras, como me temía, aprovecharon para volver a las conversaciones, comentarios y sonrisas, lo que hizo que el profesor dijera dos o tres nombres en voz alta, diera un par de palmadas… y todo siguiera igual. Volví a recordarles cuál era la tarea que les había encomendado y, entre rumores y cuchicheos, se pusieron a escribir.

La chica de los ojos marrones iba lanzada. Su mano se deslizaba sobre el papel a mayor velocidad de la que tenían sus pensamientos. A su alrededor, el run run de los murmullos poco a poco se fue acallando, hasta que se produjo ese instante mágico en el que el silencio toma las riendas sin que nadie lo imponga y todo encaja. La maquinaria se engrana y todo fluye. Ocurre siempre, más tarde o más temprano, da igual lo alterados que estén los asistentes. Es un momento al que he asistido muchas veces, que podría compararse al instante en que, en invierno, un lago helado hace ¡crack!, se asienta y ya puede patinarse sin peligro; a cuando la nata está bien montada y sabes que, si das la vuelta al recipiente, no se va a caer. Aquellos chicos y chicas se habían lanzado sin vértigo a escribir, se deslizaban sin miedo. Habían soltado lastre y volaban

Justo en ese momento, la chica de los ojos marrones levantó la cara del papel. Estaba muy cerca de ella y pude ver cómo tenía las pupilas dilatadas. Tenía la sensación de que me estaba mirando, pero no me veía. Sus ojos y su pensamiento estaban en otra galaxia. 

Todo ocurrió en apenas un parpadeo. Como el Halcón Milenario cuando alcanza la hipervelocidad, algo en esos ojos se deshizo en millones de partículas de luz y, al recomponerse, esa chica había cruzado a otra dimensión. Retomó entonces la escritura con la misma fluidez, pero de una manera más ordenada. 

Acababa de asistir a una epifanía, un instante de creación total.

Llevo más de quince años dedicándome profesionalmente a la literatura. En ese tiempo he publicado libros, adoptado una gata, me he formado, me han invitado a eventos culturales, he viajado gracias a la literatura, me han entrevistado, he borrado manuscritos, he recibido más rechazos que aceptaciones, he firmado mis libros en ferias y librerías… Podría decirse, pues, que cumplo con todos los requisitos para considerarme escritor

Aun así, esa palabra —escritor— preside la pared de mi despacho. Ocho letras de madera que me lo tienen que recordar cada vez que levanto la vista del ordenador.  

En cambio, el destello de esos ojos, su energía, se han quedado dentro de mí. Nadie tiene que recordármelos. Ahora, cada vez que propongo un ejercicio creativo en un taller, lo hago con la esperanza de que aparezca otro par de ojos que se deshaga en luz y se reintegre en ese momento de escritura total. Y tengo que decir que ha ocurrido varias veces, lo que me lleva a pensar que venía ocurriendo antes, aunque yo no me diera cuenta.

Escribir o enseñar a escribir. Sigo pensando que no es necesario optar. Lo cierto es que me cuesta concebir lo uno sin lo otro. Pero, si a pesar de todo tengo que elegir, chica de los ojos marrones, acaricio a mi gata, cierro el ordenador y me quedo contigo.

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Acerca de los autores

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Javier Fonseca

Autor de Literatura Infantil y Juvenil, con más de veinte publicaciones a su nombre o bajo seudónimo (Isaura Lee), entre ellas Pastel de moras, El visitante del otro lado, Zampalabras o Amigos imaginarios. En Escuela de Escritores imparte clases de LIJ y de escritura creativa y relato para jóvenes y adultos, de proyectos y LIJ en el Curso de especialización en la enseñanza de Escritura Creativa y de Poesía Infantil en el Máster de Poesía. desde 2014 es responsable de las recomendaciones de LIJ de la revista cultural Adiós.

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Lucía Emmanuel, profesora de Escuela de Escritores - IMG300 - fotografía de Ático 26

Lucía Emmanuel

Licenciada en Física y Máster en Cultura Científica e Innovación. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores en el área de Informática. Imparte un Laboratorio de metáforas y fue alumna de la IX Promoción del Máster de Narrativa de Escuela de Escritores. En 2019 participó en el curso europeo de formación de profesorado de la EACWP. En 2021 publicó su primer poemario, Muro con buganvilla, con la editorial Amargord, reeditado en 2024 por Buenos Aires Poetry.

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Alejandro Marcos, fotografía de Isabel Wagemann- IMG2-675

Alejandro Marcos

Coordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.

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Lara Coto

Lara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.

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Mariana Torres, profesora del Máster de Narrativa en Escuela de Escritores - IMG570 - fotografía de Gaby Jongenelen

Mariana Torres

Nació en Brasil en 1981, y reside en Madrid. Es diplomada en Guion por la ECAM y forma parte de Escuela de Escritores, donde imparte clases desde 2004. Su libro de relatos, El cuerpo secreto, fue publicado en Páginas de Espuma en 2015. Como escritora forma parte del proyecto CELA (2017-2019) y de la lista Bogotá 39 seleccionada por el Hay Festival (Bogotá39-2017).

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Chiki Fabregat

Coordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.

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