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Escrito por: CHIKI FABREGAT
La primera vez que vi al que hoy es mi agente, le puse ojitos. Ni cuenta se dio, pero juro que yo me pavoneé frente a él para que me viera. Soy muy clásica para esto de las citas y de las primeras veces, así que fui mandándole mensajes encriptados cada vez que nos cruzábamos en una feria, un festival, una presentación… Luego pasaron muchas cosas, hasta una pandemia, y lo nuestro se enfrió. Quiero decir, que no había llegado a templarse, pero se enfrió del todo. Aunque, como en las buenas novelas románticas, por muchas trabas que la vida nos puso, terminamos cogiditos de la mano, paseando por el parque central del abismo literario.
Antes de eso, de pasear juntos, miré y remiré a todos los asistentes de la fiesta, me acerqué a unos, le lancé miraditas a otros… No tan guapos, la verdad, pero estaba convencida de que el mío, ese que me gustaba, no tenía interés en mí y tampoco era cosa de quedarse toda la vida esperando. Tengo en mi currículum la valiosísima experiencia de haber escrito, durante seis años y con un entusiasmo inexplicable hasta para mí, a todas las agencias que trabajan con Literatura Infantil y Juvenil de España, al menos a todas las que encontré en innumerables búsquedas, para proponerles que me representaran. De la inmensa mayoría de ellas ni siquiera obtuve respuesta. No eran, no éramos. No estábamos predestinados (por si no te has dado cuenta, últimamente estoy leyendo mucha novela romántica).
Pero igual, antes de empezar a contar nuestra historia, debería haber puesto algo de contexto. En el cine norteamericano hemos visto a escritores que prácticamente no se abrochan los zapatos si no viene un agente literario a poner el dedito para que hagan la lazada y puede que hayamos creído que un agente es una especie de asistente personal. Yo llegué a creerlo. Pero no. No aquí. No lo que yo conozco. No, al menos, para los escritores mortales que no vivimos en un ático con vistas a Central Park.
Un agente es alguien que busca la forma de que la obra de un autor se publique y negocia las mejores condiciones contractuales posibles cuando eso pasa. Que yo haga metáforas de amor con una relación laboral no le quita ni un ápice de realidad a esas palabras: relación laboral. Una agencia es un servicio profesional. No es un novio ni un amigo, ni un padre, no es un tutor, no es un profesor ni un psicólogo, aunque muchas veces también haga esas funciones. Como sus honorarios suelen fijarse en un tanto por ciento de lo que el autor cobrará por la obra, un buen agente se esforzará para encontrar las mejores condiciones, el mejor lugar. Y también por eso, porque sus honorarios dependen de lo que el autor cobra, elige muy bien a quién representa o con quién propone un contrato. Por eso no se va con la primera que le pone ojitos en una fiesta.
Hay agencias que trabajan con obras y agencias que trabajan con autores, aunque las que yo he conocido son más de matrimonio a largo plazo que de encuentro esporádico, y tiene lógica. Un agente invierte tiempo en leer lo que recibe, en decidir si le interesa, en preparar fichas, propuestas editoriales… y lo que espera es encontrar autores que compensen, pasado un tiempo, todo ese trabajo. Las regalías, los derechos de autor de una sola obra no suelen ser cantidades ingentes de dinero así que mejor tener un catálogo de obras de un autor que limitarse a una sola y ver cómo ese autor al que ha abierto las puertas de una editorial, incluso de un mercado que le era inaccesible, posiciona después una obra sobre la que la agencia no tiene derecho ninguno.
Cuando mi agencia y yo pasamos de hacernos guiñitos y lanzarnos miradas a darnos la mano, fijamos las condiciones del acuerdo y las firmamos. Contigo pan y cebolla, sí, pero los domingos yo juego a las chapas. Firmamos un acuerdo en el que las dos partes nos sentíamos cómodas porque nadie, absolutamente nadie, debería firmar algo con lo que no se sienta cómodo.
En ese acuerdo deberían reflejarse el tanto por ciento que cobrará la agencia por el servicio, qué parte de las actividades del autor están contempladas y la duración del contrato. Y mil cosas más, seguro, pero esas me parecen imprescindibles. Hay agencias que representan al autor no solo en los textos que escribe, sino también en las charlas que da, los concursos en los que es jurado, los cursos o cualquier participación en un evento… Lo importante para nosotros, para quienes escribimos, es conocer bien las condiciones del acuerdo y aceptarlas o rechazarlas. Las agencias, en general, no intentan engañar ni estafar ni abusar de nadie, pero a veces esos términos del acuerdo no se conocen de antemano, sea por desidia del autor o por falta de claridad por parte de la agencia, y las alarmas saltan meses después, cuando reclaman el pago por un servicio que no habíamos contemplado. Hay algo que me dijo mi agente cuando empezamos a trabajar juntos y que agradezco muchísimo: no trabajamos para ti, trabajamos contigo. Hay autores que se desesperan porque la agencia no hace lo que ellos quieren, no envía los textos a quien ellos dicen o cuando ellos dicen. Y creo que muchos de los problemas entre autores y agencias se evitarían si esto se supiera desde el principio.
Nosotros firmamos. Y tuvimos la primera cita sobre un tejado, bajo una lluvia torrencial, mientras un montón de chicos muertos nos miraban. Fue bonito, la verdad. Ha pasado el tiempo y seguimos bailando (aunque no siempre llueve ni siempre hay muertos mirando). Al principio hablaba tanto de ello, presumía tanto de mi felicidad que un montón de amigos y conocidos fueron a pedirle relaciones. Sin celos ni malos rollos, que el poliamor es una opción perfecta en esta historia. Ahora soy más comedida y solo escribo cartas de amor cuando quiero hacer un artículo serio sobre agencias literarias.
Tal vez he vuelto a dejarme algo importante por el camino, porque no todo el mundo quiere ir a esa fiesta ni elegir pareja. No todo el mundo necesita una agencia.
Yo, como novia de película de sobremesa, me entregué al amor porque llevaba toda la vida buscándolo. Antes de eso, al terminar una novela me embarcaba en el, para mí, horrible proceso de venderla. No soy buena llamando a las puertas, escribiendo a las editoras para me lean y consideren publicarme. Soy malísima leyendo e interpretando contratos y terriblemente mala negociando condiciones, así que ese proceso, esa segunda parte de nuestro trabajo de escritores, era para mí necesaria y torturante al mismo tiempo. A veces escribía frustrada, pensando en lo difícil que sería vender lo que estaba escribiendo y esa no es forma de afrontar la escritura. El tanto por ciento que pago ahora para que ese trabajo lo hagan otras personas se me antoja diminuto (es una forma de hablar, querido agente. Si me estás leyendo, no hace falta que me subas el porcentaje).
Hay una preocupación que inclina mucho la balanza hacia trabajar o no con agencia, al menos en el sector de la literatura infantil: los concursos. La mayoría de las agencias que trabajan con exclusividad por la obra completa de un autor cobran su tanto por ciento si este gana un concurso literario, porque el premio económico de un concurso literario suele ser un anticipo de los derechos de autor de la obra. Quien ha escrito la obra y ganado ese premio puede sentir que la agencia está cobrando por algo en lo que no ha intervenido. No voy a entrar en esa discusión ni a explicar por qué me parece justo el acuerdo, pero sí es necesario saber, antes de firmar un contrato, si esa condición está sobre la mesa.
Y como esa, todas las demás condiciones deben valorarse antes de tomar una decisión. Cada autor debe hacer su propia lista de pros y contras, porque lo que a mí me sirve, lo que a mí me enamora, a otros les hace fruncir el ceño, poner los ojos en blanco y no sentir mariposas en el estómago (lo sé, lo sé. Es por lo de mis últimas lecturas, lo juro). Hay quien disfruta de ese proceso de venta, del trato con los editores, del control exhaustivo sobre cada paso, cada oferta. Tal vez esos autores no necesiten agencia. Pero yo sí. Yo vivo mucho más feliz. En el platillo de las ventajas pongo no tener que ocuparme de la venta, que ellos tienen acceso a editoriales que yo no conozco y conocen el mercado editorial mucho mejor que yo, así que saben en qué sello podría encajar mi obra. También pesa que tengan acceso a editores extranjeros y, por tanto, puedan vender traducciones de mi obra. O que sepan negociar un contrato y obtener mejores condiciones de las que yo obtendría (de las que he obtenido jamás).
Hay quien se esfuerza mucho al principio, se arregla mucho para cada cita y luego, cuando ya han firmado el acuerdo prenupcial, se vuelve descuidado. Mi amor no. Mi agencia me invita a comer junto al resto de representados en la Feria del Libro de Madrid y pasamos un día estupendo. Y, vale, esto no está en la lista de pros y contras, pero mola tantísimo que tenía que contarlo.
En mi platillo de inconvenientes no he puesto nada. Lo intenté, eh. Lo miré con los ojos de esa amiga sincera que te dice los defectos de tu pareja porque tú no eres capaz de verlos, pero no encontré nada.
Pagar por un servicio para mí no es un inconveniente, es algo necesario, como pago el papel sobre el que imprimo, la licencia de mi tratador de textos o mi suscripción a cualquier plataforma. De hecho, el tanto por ciento que pago de mis (diminutas) regalías se me hace insignificante si en el otro platillo de la balanza están los beneficios. Ojalá ganase otro premio de los que te arreglan un año para no sentir que aporto tan poco a cambio de tanto.
Ser escritor profesional es mucho más que escribir. Es vender la obra, promocionarla, asistir a firmas, encuentros, entrevistas. Es relacionarse con otros autores, conocer a los editores, visitar las librerías. Es aguantar la frustración cuando las cosas no salen bien. Y tener una red de seguridad que te acompaña en ese proceso, que no te deja caer cuando una obra no alcanza los objetivos que te habías fijado, que te invita a comer para que conozcas a tus compañeros, que te manda un mensaje tranquilizador cuando entras en pánico se parece bastante a una relación romántica. O no. Tal vez soy yo y mis dichosas lecturas. Tal vez una agencia solo deba ocuparse de vender los libros y pedirle todo lo demás es un error.
O tal vez lo bueno sea valorar si te hace falta, si te mejora la vida. Y después buscar. Sin prisa, poniendo pros y contra en una balanza, hasta encontrar esa justo que te hace sentir bien. Y entonces darle la mano y pasear por el parque con la tranquilidad de estar haciendo las cosas justo como quieres hacerlas.
Coordina el departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Escuela de Escritores. Ha publicado más de una docena de libros para infancia y adolescencia, entre los que destacan El cofre de Nadie, premio Gran Angular 2021, Recuérdame por qué he muerto, premio Torre del Agua 2023 o Un hada con el ala rota. También ha publicado, con la editorial Páginas de Espuma y Escuela de Escritores el manual Escribir Infantil y Juvenil.
Más informaciónLicenciada en Física y Máster en Cultura Científica e Innovación. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores en el área de Informática. Imparte un Laboratorio de metáforas y fue alumna de la IX Promoción del Máster de Narrativa de Escuela de Escritores. En 2019 participó en el curso europeo de formación de profesorado de la EACWP. En 2021 publicó su primer poemario, Muro con buganvilla, con la editorial Amargord, reeditado en 2024 por Buenos Aires Poetry.
Más informaciónLara es la coordinadora del Departamento de Atención al Alumno. Forma parte del equipo de Escuela de Escritores desde 2017, donde se ha formado en cursos de Escritura Creativa, Relato Breve y Proyectos Narrativos. Desde 2021 imparte clases de Escritura Creativa para jóvenes y adultos. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.
Más informaciónCoordina el Itinerario Centauros más allá de Orión de literatura fantástica, ciencia ficción y terror, en el que imparte clases desde hace casi diez años. Ha publicado las novelas fantásticas El final del duelo, Vendrán del este (ambas con Orciny Press) y Cástor y Pólux (con Ediciones el Transbordador). En enero de 2024 la novela de terror La hora de las moscas con Plaza & Janés. Además ha participado en varios manuales de escritura de Páginas de Espuma y en varias antologías de relato fantástico.
Más informaciónNació en Brasil en 1981, y reside en Madrid. Es diplomada en Guion por la ECAM y forma parte de Escuela de Escritores, donde imparte clases desde 2004. Su libro de relatos, El cuerpo secreto, fue publicado en Páginas de Espuma en 2015. Como escritora forma parte del proyecto CELA (2017-2019) y de la lista Bogotá 39 seleccionada por el Hay Festival (Bogotá39-2017).
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