Rubén de Salas gana la XIV edición del concurso de microrrelatos Getafe Negro

‘La culpa y el sacrificio’: el relato ganador

El fallo del concurso de microrrelatos ‘Getafe Negro’ cerró este domingo 31 de octubre la XIV edición del festival de novela policiaca de Madrid. En esta edición fueron 379 los microcuentos presentados a concurso y tres los finalistas seleccionados por el claustro de profesores de Escuela de Escritores.

«El último día me pareció más largo que ninguno» era la frase con la que debían comenzar todos los microrrelatos que se presentaran al concurso. Así arrancaba la novela La fiebre del heno, uno de los pocos textos de género negro del gran escritor de ciencia-ficción polaco Stanisław Lem; era nuestra forma de rendirle homenaje en el centenario de su nacimiento.

El ganador del concurso ha sido Rubén de Salas Corregidor, de Getafe, con el microrrelato titulado La culpa y el sacrificio, y que podrá disfrutar como premio de un curso trimestral de Escritura Creativa en Escuela de Escritores, un cheque regalo de 400 euros cedido por Grupo de Empresas Airbus y un lote de libros de la Librería Lobo Flaco.

En segundo lugar se clasificó Sara Pinto Herranz, de Ziordia (Navarra), con el microrrelato titulado Jubilación. El microcuento clasificado en tercer lugar fue El caso de la justicia ciega y fue presentado al concurso por Andrea Valeiras, de Orense.

Desde Escuela de Escritores queremos felicitar a los 379 autores participantes y agradecer al Ayuntamiento de Getafe y al comisario del festival, Lorenzo Silva, que cuenten con nosotros un año más en este concurso que nació con la primera edición del festival.

A continuación podéis leer el microrrelato ganador y los dos finalistas:

La culpa y el sacrificio

El último día me pareció más largo que ninguno, incluso más aún que el día que me tumbé por primera vez en la cama de mi celda pensando si seguiría vivo cuando me tocara salir de allí. Cuando lo hice, me esperaban en la puerta de la cárcel mi mujer y el hombre que cometió el robo por el que yo fui condenado. Ella me miraba con los ojos brillantes y media sonrisa en su boca. Él vestía camisa y vaqueros, bien afeitado y pelo corto. Parecía una persona diferente a la que, cegada por el mono, asaltó el bar Casa Andrés mientras el dueño recogía la caja. Yo, en cambio, podía asegurar que no era el mismo. Sin mediar palabra fuimos hasta un Opel Kadett blanco con una pegatina de la Expo92.

—¿Vamos directos a casa, papá? — preguntó mirándome por el retrovisor.

—No, hijo. Vamos a tomarnos unas cañas con Andrés.

Jubilación

El último día me pareció más largo que ninguno. Un mínimo error podía arruinar la operación. Si sus padres no pagaban el rescate, la chica moriría en unas horas, había quedado claro. La comisaría parecía un enjambre; el surco bajo mis axilas revelaba mis nervios.

—Jefe —anunció uno de mis subalternos—, acaban de depositar el dinero en el lugar indicado. Todo saldrá bien.

—Eso espero.

—En un par de horas la chica estará con su familia y tú podrás jubilarte a lo grande.

—Ya, bueno… Voy a casa, necesito ducharme. Avisadme cuando la liberen.

La ducha me sentó fenomenal. Había tantas cosas que celebrar que bajé a la bodega a por un buen vino. Me asomé al cuarto de los trastos:

—Tus padres han pagado el rescate —un atisbo de alivio cruzó el rostro de la chica—, es una pena que hayas visto mi cara.

El caso de la justicia ciega

El último día me pareció más largo que ninguno. Podría haber zanjado todo a primera hora de la mañana, pero sabía que echaría de menos el ajetreo de la comisaría, las charlas banales tras los interrogatorios complicados e incluso el café barato de la máquina. Aquella había sido mi segunda casa durante más de treinta años como policía. El caso de la Justicia Ciega estuvo dando quebraderos de cabeza a todo el equipo durante meses. Las doce víctimas habían sido encubridores en casos de abuso infantil en el pasado. Sus cadáveres fueron hallados con varios tiros en la espalda y sin ojos. Ese fue mi último caso antes de retirarme. Pero no me marché a Florida a vivir mi jubilación dorada: mi destino sería la cárcel. Eché una última mirada a la oficina y entonces, con el bote que contenía los veinticuatro ojos que había estado ocultando, me dirigí al despacho del comisario y me entregué.

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