En esta edición fueron 205 los microcuentos presentados a concurso
El fallo del concurso de microrrelatos ‘Getafe Negro’ cerró este sábado 24 de octubre la XIII edición del festival de novela policiaca de Madrid. En esta edición fueron 205 los microcuentos presentados a concurso y cinco los finalistas seleccionados por el claustro de profesores de Escuela de Escritores.
Posiblemente esta ha sido la edición más especial del festival, no solo por el esfuerzo organizativo de convertir esta cita en un evento virtual -y con éxito, ya que contó con más de 1.000 conexiones diarias en la mayoría de sus conferencias, presentaciones y mesas redondas- sino también por ser capaz de reunir una programación que reunía, entre otros, a Don Winslow, Joël Dicker, Javier Cercas, Manuel Vilas, Ana Merino, Javier Menéndez y Enrique Llamas.
Desde Escuela de Escritores queremos felicitar al Ayuntamiento de Getafe, a su área de Cultura y al comisario del festival, Lorenzo Silva, por su trabajo y agradecerles que cuenten con nosotros un año más en este concurso que nació con la primera edición del festival. La frase que propusimos en este ocasión era una adaptación de las primeras palabras de la novela de Patricia Hightsmith Ese dulce mal: «No era el remordimiento lo que le impedía conciliar el sueño».
La ganadora del concurso ha sido Ángeles Navarro Peiro, de Madrid, con el microrrelato titulado Eutanasia, y que podrá disfrutar como premio de un curso trimestral de Escritura Creativa en Escuela de Escritores y del cheque regalo de 400 euros cedido por Grupo de Empresas Airbus.
No era el remordimiento lo que le impedía conciliar el sueño. Lo hecho bien hecho estaba. Había tenido que desembarazarse del viejo. Se levantó de la cama y fue a buscar un vaso de leche. A su paso, todo se lo recordaba. La chimenea, junto a la que urdían las tramas. La mesa de cocina, que olía a café y a bollitos de canela cuando entretejían los hilos. También el lecho donde soñaban juntos, tan vacío ahora. Lo echaba muchísimo de menos en todos los lugares que habían compartido, en los que el sonido de la lluvia exterior se confundía con el teclear rítmico del portátil. Por más que lo intentó, no había encontrado otra salida. Sus novelas, antaño superventas, ya solo las compraban los seguidores más fieles, y antes de que a ambos se los tragara el olvido o, peor aún, el cabrón del alzhéimer, en su última obra decidió valerse de un asesino a sueldo para matar al comisario.
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