Diario de viaje (1) Por Jesús Pérez

Escrito por Jesús Pérez
Proyecto Escuela de Escritores 2019/2021
para EuropaESCultura, subvencionado por Erasmus +
enseñar a escribir, aprender a enseñar

Europa es Cultura: enseñar a escribir, aprender a enseñar

Por la huella

15 de julio, 2019

Los días 7 al 12 de julio de 2019 los pasé en Alden Biesen, Bélgica, en un castillo que los Caballeros Teutones fundaron allá por el año mil doscientos algo, antes de la tercera Cruzada, en un teacher’s training course organizado por la European Association of Creative Writing Programmes (EACWP) y hay un número de cosas que me gustaría compartir.

La primera es que Europa existe. Eso es lo que sentí cada uno de los días que pasé en un lugar cercano a Holanda y Alemania hablando de escritura, y de otras cosas, con gente de Portugal, Italia, Francia, República Checa, Rusia, Bélgica, Suecia, Finlandia, España e incluso los Estados Unidos. Europa existe y es un lugar magnífico.

Lo segundo que quiero compartir es que los hombres belgas, había tres en el curso, tienen las manos muy grandes, dos veces las mías: más gruesas, más largas, más fuertes. Uno de ellos, Daan, un admirador de España, me dijo que en nuestro país, la mayoría de las vallas que levantan tienen grietas al año de hacerlas, y me explicó por qué: por la base, dijo, en Bélgica las hacemos por lo menos siete veces más profundas. También me habló de distintos tipos de hormigón y las veces que salí a correr por los pueblos alrededor del castillo vi cómo trabajaban los belgas en sus casas y lo perfectas que las tenían.

La calidad de los profesores es una tercera cosa a compartir, sí, Martino Gozzi, Jenny Tunedal y Daniel Billiet, calidad cada uno a su modo: el desnudo de Martino el primer día, la bondad de Daniel y la cualidad de duende de Jenny. Me gustaron todos, pero Jenny me dejó marcado por su inmenso respeto hacia todos, por su timidez, por el calor que ofrecía desde su aparente fragilidad, por la importancia que daba a las palabras, el peso que tenían. De algún modo me hizo pensar en Suecia, y en sus bosques, y en alguna figura humilde y hermosa de su mitología, y también me hizo pensar en Virginia Woolf, en lo que debió de pensar cuando descubrió la importancia que tienen las palabras. Esa era Jenny. Algo intangible. Algo valioso que mostró al contarnos el método de trabajo de su escuela basado en estudios feministas que muestran que en cualquier reunión en la que hay hombres las mujeres tienden a hablar menos tiempo que ellos y a menudo son “overtalked”, que es lo que pasa cuando estás hablando y alguien te corta para hablar él.

Eso en su escuela no lo permiten. Tampoco permiten que al dar tu opinión te escudes en el estoy de acuerdo con lo que ha dicho X o no estoy de acuerdo con lo que acaba de decir Y; lo que importa es tu opinión, lo que tengas que decir por ti misma y tienes cinco, diez, quince minutos para desarrollarlo sin que nadie, nadie, pueda interrumpirte. Porque lo que dices es valioso, y yo te respeto. Gracias, Jenny.

La excursión a Maastricht también estuvo bien. Fuimos en bicicleta, unos veinte kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, por rutas que atravesaban la campiña belga, la rica campiña belga debería decir, campos de cereales, pero también de frutales, e invernaderos con fresas que al parecer –Bárbara, te creo-, estaban muy ricas. Y ganaderías: vacas, ovejas, caballos. Y el río Mosela. Y Maastricht. Y en Maastricht, Holanda, la vida que tiene cualquiera de sus ciudades, el buen rollo, un té bajo una arcada y una librería –hermosa, de las más hermosas que yo haya visto nunca- en una iglesia; Bárbara decía que era una catedral, pero Bárbara es de Bilbao.

Un checo actor y una holandesa editora –editora de George Saunders en holandés- que además canta como los ángeles, y una americana super atlética con unos ojos azules preciosos que se convertían en transparentes cuando habla de su hija, y unas portuguesas que parece que bien podrían haber inventado la dulzura, y una francesa “mala, malísima que no obedecía las reglas”, y una rusa que a mí me parecía primitiva y divertida a la vez, filósofa y un italiano al que imaginé sin barba recitando citas jasídicas, una alemana que, cuando alguien sugirió que quizá había faltado sexo en el curso, dijo que todavía quedaban tres horas –sí, Sigrid, sí-, y un finlandés que en esos días escribió su primer poema, y Erik y sus bicis, y Valerie, mi esposa de ficción, tomando notas de todos y cantando con una voz prodigiosa, y Magdalena y sus conexiones españolas no demasiado felices, y Daan, su amor hacia el español. Y los españoles, claro: Fany hablando de polacos y chinos; Ana, la gallega; Teresa, la de la voz suave; Hada, mi instagramer favorita, y Bárbara contando chistes, tan vital que casi no cabe en el globo. Y Lorena, claro, qué trabajo más excepcional mantener a un grupo tan variado siempre arriba, siempre en lo alto. He dejado a Jenny para el final. Por la huella.

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