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Escrito por: ALEJANDRO MARCOS
En el blog hemos hablado varias veces de cómo podemos mejorar nuestros textos de terror. O bien diferenciando entre los dos niveles de terror o bien desgranando por qué no es buena idea emplear los sustos en nuestros textos. Ya sabéis que, para nosotros, el terror es un género complicado de escribir porque implica una subjetividad que no tienen, por ejemplo, la literatura maravillosa o la ciencia ficción.
Por eso, en esta ocasión, queremos ampliar un elemento que tiene relación precisamente con eso que hablábamos en el anterior artículo de que los sustos no funcionan en el terror literario. Y no funcionaban, permitidnos que lo recordemos, porque el terror en literatura se construye con atmósferas y ambientación mucho más que con golpes de efecto. Las apariciones repentinas, el sonido de una banda sonora y los gritos funcionan en el cine, pero casi nunca en un libro.
Esta característica, que a priori podría parecer una limitación del terror escrito frente al cinematográfico, es también una herramienta poderosa si se usa correctamente. Lo bueno de que la sensación de terror dependa tanto de la atmósfera es que hace que se pueda construir el terror con casi cualquier cosa.
De hecho, hoy me gustaría hablaros de algunas técnicas que podéis emplear para construir el sentido del terror con elementos cotidianos y del día a día.
Antes de meternos en faena, quizás alguien pueda preguntarse por qué emplear este tipo de elementos pudiendo recurrir a otros que van a colocar al lector en una posición más cercana al terror de forma sencilla: es decir, usando elemento que provoquen rechazo o asco.
La respuesta es sencilla: porque se alejan más del cliché. Los clichés en el terror son diferentes a los clichés de otros géneros porque en el terror es muy fácil que los elementos pierdan cualquier fuerza evocadora si se usan de manera repetida. Por ejemplo: dar miedo con una mansión vacía, con cortinas que se mueven, sonidos de truenos y relámpagos, etc. nos sirve quizás para situar al lector, pero no para provocarle verdaderamente miedo. Son clichés, los leemos y pensamos: ok, una historia de miedo.
Sin embargo, si conseguimos que los elementos cotidianos entren en nuestras historias de terror, el posible efecto que lograremos se potenciará mil veces. Por eso es habitual encontrar ahora historias de terror que suceden a plena luz del día, por ejemplo. La mañana es un momento del día en el que normalmente nos sentimos seguros y confiados, si el horror puede alcanzarnos allí, en algo tan cercano, nos provocará un miedo mucho más potente que el que se produce de noche.
Y ahí radica la potencia precisamente, en la cotidianidad y la cercanía de estos elementos. Dar miedo con una pistola o con una mansión no tiene el mismo efecto que hacerlo con una cama y un par de bombillas en un apartamento estándar. Poca gente tiene acceso a casas abandonadas, pero todos nos metemos en la cama por la noche.
Ahora bien, tal y como decíamos al principio, el uso de clichés nos ayuda a situar la historia por lo que el empleo de elementos cotidianos nos alejará de esa situación y, por lo tanto, habrá que hacer un esfuerzo narrativo extra por anclar esos elementos al sentimiento terrorífico. Y para ello podéis emplear alguno de estos consejos que os damos a continuación.
Desnaturaliza el elemento. Aléjalo de su uso cotidiano o de su normalidad. Que nieve en verano, que aparezca un cuchillo en la habitación de un niño, o una cuna en un sótano, o una pala en un baño, etc. Un elemento cotidiano en un entorno distinto favorece el extrañamiento y el extrañamiento es el primer paso que nos dirige al terror. ¿Qué hace este destornillador en la mesilla de noche? Ojo, que aquí no nos tenemos que referir a elementos potencialmente peligrosos, que puede ser simplemente un oso de peluche o, como hemos dicho antes, una nevada. Lo importante es conseguir que el lector se pregunte por qué hace allí el objeto.
Cárgalo de significado. Si el oso de peluche es un juguete que antes hemos visto dentro de un arcón o que pertenece a un niño que murió previamente en la casa, nos bastará sacarlo a la luz en cualquier momento para cargar el texto de mal rollo. Aunque sea pleno día y los personajes estén dando una fiesta. Incluso si suena Abba de fondo. El color de las paredes, la canción que suena en la radio, una conversación escuchada en el metro. Todo puede tener su carga de terror si previamente hemos trabajado con la carga de significado porque dará a la escena un enfoque totalmente nuevo.
Une el elemento a algo terrorífico. No es lo mismo mostrar una piscina que una piscina en la que haya un cocodrilo. El destornillador en manos de un desconocido, aunque nos encontremos en un garaje, puede cargarse de significado terrorífico si lo empuña, por ejemplo, un hombre enmascarado. Tengo un amigo que dice que, si se aplica la suficiente presión, cualquier cosa es un cuchillo. Sin llegar a tanto, es cierto que, en las manos adecuadas (o inadecuadas, mejor dicho), cualquier cosa puede convertirse en un arma o en algo peligroso. Es algo que ya se ha hecho, por ejemplo, con trituradoras de papel, guillotinas de oficina o incluso con picahielos. Vemos estos objetos con asiduidad y nunca nos sentimos amenazados, pero si alguien los empuña, la cosa cambia.
Seleccionar estos elementos cotidianos es más sencillo de lo que parece. Todos los días nos rodeamos de objetos que no vemos porque estamos demasiado acostumbrados a ellos. Para encontrar estas joyas entre lo que nos rodea hay que entrenar la mirada del escritor y tomarse un tiempo para analizar nuestro entorno. Incluso es posible que a veces hayamos sentido mal rollo al ver algún elemento lejos de su función o fuera de su localización. Aprovechad esa sensación, guardadla en la memoria y aseguraos de tomar nota de ella. Nunca se sabe cuándo vas a necesitar asustar a tus lectores con un osito de peluche.
Coordina los departamentos de Formación, Calidad y Relaciones Internacionales. Además, junto a Chiki Fabregat, se encarga de la Capacitación Docente en Escritura Creartiva. Imparte cursos de escritura desde 2012, es profesor, junto a Javier Sagarna, de la asignatura de Proyectos del Máster de Narrativa. Escribe acerca de narrativa en el blog de la Escuela y codirige, con Lara Coto, nuestro podcast. Desde 2019 trabaja como Project Manager en el proyecto CELA.
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