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Escrito por: ALEJANDRO MARCOS
A pesar de lo mucho que hayamos leído antes de que decidamos convertirnos en escritores, hay un defecto que compartimos todos los escritores noveles en nuestros primeros textos y que después, cuando pasa el tiempo y echamos la vista atrás, resulta uno de los defectos más horrorosos y uno de los que más nos avergonzamos: la exageración. Siempre entendiendo exageración como afectación y aplicándola a la intención del escritor de transmitir al lector una serie de sentimientos y sensaciones, es decir, de conmoverlo.
La exageración del principiante puede darse de varias maneras. Una de ellas es la exageración en cuanto a los temas que se tratan en nuestras historias. Cuando empezamos a escribir sentimos una ansiedad en la que parece que esa obra en la que estamos trabajando es la única que vamos a escribir en nuestra vida y, por tanto, tenemos que plasmar en ella todos los temas que nos atormentan. Y ya sabéis el dicho: Quien mucho abarca, poco aprieta. Lo mejor que podemos hacer cuando somos noveles en la escritura es coger un solo tema y tratar de desarrollar o profundizar en un aspecto relativo a él. De otro modo probablemente nos quede una historia dispersa que no habla de nada en lugar de hablar de todo.
Otra exageración que solemos cometer está relacionada con las acciones que introducimos en el texto. Si queremos mostrar un personaje que de pena, le obligamos no solo a vivir en la calle en invierno, sino que además le introducimos una violación, una politoxicomanía, un cáncer y una alergia a la felpa. Mira, no. No funciona así la escritura. Un personaje que duerma en la calle ya va a despertar nuestro sentimiento de compasión, a no ser que seamos máquinas frías sin sentimientos o abogados. Si procedemos a acumular tanta exageración en un personaje que encima, probablemente, no va a ser el principal, estamos resultando irónicos, incluso cómicos y quizás estemos provocando el efecto contrario al pretendido en el lector.
También podemos exagerar con la manera que tienen los personajes de ser afectados por los acontecimientos de la historia. Esto es algo que suele ocurrir con asiduidad y tiene algo de culpa la literatura clásica. Ya desde el teatro y la épica griega, los personajes tienden a ser un pelín afectados y exagerados con la manera en la que se toman, sobre todo hablando, las desventuras por las que el autor les hace pasar. Pensad en el lenguaje de los personajes de las tragedias griegas, los de Shakespeare o la manera de hablar tan afectada y enrevesada de las damiselas de las novelas del siglo XIX. Como vemos no es algo de lo que nos hayamos librado hace tanto, por lo que hay mucha literatura con este defecto. Pero, ojo, que es un defecto solo bajo nuestros parámetros, puesto que para la época era un recurso validísimo y, es más, servía para reflejar la época de la narración.
Por último, podemos exagerar con el lenguaje tratando de «conmover» de una manera forzada y poco efectiva al lector. Los lectores por lo general tienen un detector de afectación bastante sensible y en seguida sienten rechazo por aquellos narradores que intentan forzarlos de manera poco natural a que sientan determinada cosa al leer sus textos. Tiene que ver un poco con lo que hablábamos antes de exagerar con los acontecimientos que narramos, aunque aquí el acento estaría puesto en la manera en la que narramos esos acontecimientos. Suponed que en lugar de decir que nuestro personaje está durmiendo en la calle en una noche fría decimos que aquella noche era la más fría de todas las que el ser humano ha conocido y que cualquier persona que se expusiera a ese frío sería la persona más desdichada del mundo pues habría de sufrir congelaciones eternas que nadie desearía ni al peor de sus enemigos. Bien, vale, narrador, ya lo hemos pillado, hacía un frío de narices y nuestro pobre personaje está en la calle. ¿Qué más?
Hoy en día buscamos la naturalidad. Crecemos dentro del lenguaje narrativo (sobre todo del audiovisual) y no necesitamos tanta afectación para comprender lo que el escritor nos ha querido transmitir. En este caso, que al final de lo que hablamos siempre es de conmover y trasladar sentimientos al lector, menos siempre es más. Una pequeña escena simple, quizás sin diálogos, puede transmitir mucho más que una en la que el personaje grite de desesperación y el narrador nos aturulle con un montón de palabras enrevesadas y adjetivos antepuestos (sí, odio los adjetivos antepuestos).
No hay nada que saque más a un lector de una obra que el sentirse forzado a pensar o sentir de una manera. Es lo que convierte un texto literario en un panfleto de la opinión del autor. Y estoy seguro de que todos estáis pensando en una obra en concreto que alguna vez os haya hecho sentir así.
Sin embargo, no todas las exageraciones son nocivas. Esto es literatura, no matemáticas (gracias a los dioses de felpa), por lo que no hay normas exactas ni irrompibles. Las exageraciones serán beneficiosas para nuestro texto cuando pretendamos con ellas un objetivo concreto. Por ejemplo el caso de la hipérbole. La hipérbole, aparte de un concepto matemático que constantemente me hacía suspender, es una figura retórica que consiste, precisamente, en emplear la exageración de algo en un texto con un fin estético. Por ejemplo si acumulamos desgracias inverosímiles sobre un personaje para despertar la comicidad. También podemos exagerar con la afectación de un narrador o de un personaje para que el lector desconfíe de él y no se crea lo que dice sin necesidad de ser explícitos.
¿Os ha pasado?, ¿alguna vez habéis leído una obra en la que sentisteis que el autor estaba echándoos del texto? Quizás leyendo alguna vez uno de vuestros textos de principiante habéis detectado esa exageración que os ha hecho sonrojar pensando que ha habido gente que lo ha leído. Dímelo en los comentarios.
Coordina los departamentos de Formación, Calidad y Relaciones Internacionales. Además, junto a Chiki Fabregat, se encarga de la Capacitación Docente en Escritura Creartiva. Imparte cursos de escritura desde 2012, es profesor, junto a Javier Sagarna, de la asignatura de Proyectos del Máster de Narrativa. Escribe acerca de narrativa en el blog de la Escuela y codirige, con Lara Coto, nuestro podcast. Desde 2019 trabaja como Project Manager en el proyecto CELA.
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