Entrevista a Natalia García Freire sobre su primera novela ‘Nuestra piel muerta’
Natalia García Freire nació en Cuenca, Ecuador, en 1991. Es periodista y ha colaborado en diversos medios, como la BBC Mundo, Univisión, BG Magazine y Letras del Ecuador. Natalia formó parte de la VIII Promoción del Máster de Narrativa, donde escribió su primera novela, Nuestra piel muerta, que tras ser descubierta por los editores de La Navaja Suiza en uno de los encuentros literarios que el Máster de Narrativa organiza con el sector editorial, se ha convertido en un éxito de crítica y público: la edición en español de The New York Times, la aupó entre las mejores novelas publicadas en 2019.
(HF) Del Máster de Narrativa a The New York Times… ¿Cómo te sentiste al encontrar tu primera novela entre las mejores novelas publicadas en español en 2019?
(NTG) Fue una sorpresa total. No conozco a Jorge Carrión, aunque he leído sus columnas desde hace tiempo, y nunca imaginé llegar a esa lista. Siempre digo que existe una «otra» Natalia, que es a la que le pasan esas cosas, así que por un rato mi estado es de incredulidad, de pensar que algún tipo de extraña suerte ha llevado mi libro a esa lista, pero que está sucediendo en otra dimensión. Porque la publicación del libro en ese sentido tiene un resultado muy extraño: de repente te das cuenta que hay gente en el otro lado del mundo leyendo eso que escribiste, incluyéndola en una lista de los libros del año, mientras tú estabas en tu casa, leyendo o mimando al gato, o trabajando como maestra en un aula con 40 niños que creen que tu nombre no es Natalia sino teacher y es todo tan extraño, que tienes que imaginar que le sucede a alguien más para no caer desmayada en ese momento. Lo increíble es que en algún lado alguien te está leyendo y solo puedes pensar cuántas veces a lo largo de tu vida leías libros que te causaban una impresión tremenda y pensabas en el autor sin tener ni idea de lo que significaba para él ser leído, sin saber que quizá gritaba para adentro de la emoción y para ti era un ser más o menos fantástico. Entonces te planteas: ¿Cómo diablos llegué hasta aquí? Recuerdo, por ejemplo, que en la librería Tipos Infames le pusieron el sello Canela Fina al libro, mi pareja bromeaba con que, conociéndome, eso era como si hubiese recibido el Nobel o un Pulitzer porque él sabía cuántas veces había ido yo a esa librería cuando vivía en Madrid a ojear los #canelafina y se habían convertido para mí en una especie de lista sagrada.
(HF) Nuestra piel muerta nació como tu proyecto de fin de máster. Cuéntanos un poco sobre su creación.
(NTG) Para empezar, me planteé escribir sobre la casa de mi abuela, pero a través de la ficción. La idea era utilizar las sensaciones y las emociones que esa casa provocaba en mí para crear una ficción: la idea de la casa era el centro de todo. Durante meses solo tuve una primera escena, la de una casa a la que una noche llegan dos viajeros. En las clases de la asignatura El Personaje Literario, con Mariana Torres, la llamábamos la historia de los viajeros. Durante el último año del Máster rearmé el proyecto muchas veces, pero en mis sesiones de escritura, en las clases, en las conversaciones con los compañeros y en las tutorías con Javier Sagarna aparecían muchas pistas que me indicaban que tenía que seguir con la casa. Era de la casa de la que quería hablar, de su luz y oscuridad, de la muerte y la locura que la habitaba y de cómo esa casa nos había habitado también a todos los que la rondamos o vivimos en ella. Así que después de muchos intentos y cambios seguí con esa idea. Esa primera escena se transformó, muchas otras aparecieron y la historia de los viajeros, Lucas y la casa se convirtió finalmente en Nuestra piel muerta. Todo eso en una especie de escritura que creo que nunca voy a poder repetir, esa escritura acompañada, casi colectiva que se crea en el Máster de Narrativa.
(HF) Hemos conocido a dos personajes, Eloy y a Felisberto, en los que vemos un posible guiño a autores que quizá te han inspirado. ¿De dónde más se nutre la voz narrativa de Natalia García Freire?
(NTG) Efectivamente, los nombres de Eloy y Felisberto son un homenaje a dos autores: Eloy Tizón y Felisberto Hernández. Los dos me parecen únicos e inimitables. De Eloy Tizón me maravilla la capacidad de crear luz con el lenguaje, como si entre sus palabras se abrieran pequeñas grietas y entonces una luz que asoma desde el texto te deslumbra, pero no te ciega. De Felisberto Hernández adoro la forma de hacernos caer en sueños lúcidos; lo lees y es posible seguirle la pista hasta mundos oníricos y cuando menos te das cuentas estás flotando en medio de un jardín inundado con una mujer atrás que no termina de contarte la historia más fascinante del mundo. Ese manejo del lenguaje que puede iluminar o literalmente hacerte soñar me interesa como lectora y cuando escribo es con esa búsqueda, ese perseguir al lenguaje hasta tocarlo para crear con él no textos, sino sensaciones es con el que me siento ante la hoja en blanco.
(HF) Escribir es, para muchos, una relación con la luz y la oscuridad. ¿Qué recuerdas con más cariño de este libro? ¿Cuál fue el reto más duro?
(NTG) Recuerdo con mucho cariño un acercamiento que tuve con mi madre en el proceso de escritura. En una especie de ejercicio periodístico le pedí que me respondiera una entrevista por email, pues creo que en persona no lo habríamos podido hacer, por las emociones que salieron. En su respuesta, mi madre fue muy sincera sobre muchos hechos que sucedieron cuando ella era pequeña y durante su vida en la casa de mis abuelos y fuera de ella. Eso no llegó al libro como información, sino como una intención de sinceridad, yo quería escribir buscando eso que ella me había entregado, esa ternura y verdad en cada palabra. El reto más duro fue encontrarme con preguntas que no quería ni siquiera plantearme sobre la locura, la muerte, la enfermedad que quedaron latentes mucho después de la escritura y que desencadenaron crisis que por un tiempo incluso me impidieron escribir.
(HF) ¿Hay una experiencia autobiográfica detrás de la composición de este libro? ¿Te costó separarte, como autora, de la historia que cuentan tus personajes?
(NTG) Existe una experiencia autobiográfica, pero de alguna forma no me interesaba contarla, sino acercarme a esa experiencia para encontrar las preguntas que quería plantearme durante la escritura. Para mí, escribir es siempre un acto de imaginación, es muy importante armar la historia, encontrar cada verdad dentro de los personajes y para eso debía estar cerca, pero no ser mis personajes. De modo que lo autobiográfico en la novela se encuentra en el centro de ella, de alguna forma como susurros, como secretos que están ahí habitando la ficción.
(HF) Críticos, escritores, lectores, de todos ellos hemos escuchado lo mismo: en Nuestra piel muerta hay un manejo exquisito del lenguaje lírico y de las estructuras narrativas. ¿Cómo describirías tu estilo?
(NTG) No sabría describirlo. Reescribo mucho hasta encontrar la voz, el estilo. Es algo parecido a una intuición, a un sonido, muy leve, que necesito y que logro sentir tras muchas reescrituras. Cuando escribo suelo ser como una niña que se distrae con todo. Tengo que recordarme constantemente que estoy contando algo en concreto. Por eso escribo mucho y comienzo cada reescritura en un nuevo documento, porque tengo que rehacerlo todo. En las primeras escrituras van quedando palabras o ritmos y solo después de esa especie de escritura investigativa logro dar con mi estilo y con la voz que necesito. A veces escribo dos páginas y luego recorto uno o dos párrafos que van a servir y sé que lo demás fue necesario porque me divirtió mucho: esa niña pudo mirar todo y logró entender qué detalle va a ser imprescindible para luego concentrarse en la idea que quiere mostrar y contar al lector.
(HF) Casas que se derrumban, oscuridad, enajenación, insectos… ¿de qué nos habla Nuestra piel muerta?
(NTG) Nuestra piel muerta habla de una niñez cuyo encuentro con el relato que rige su mundo es violento y necesita ser destruido. En este sentido, habla de la búsqueda de otro génesis, de la necesidad de otro relato como única salida a la oscuridad. Y, sobre todo, habla de una búsqueda del lenguaje de la locura, de una búsqueda constante de la luz en los lugares más orgánicos y palpables, esas cosas que olvidamos cuando dejamos de ser niños y que enterramos bajo la tierra como un secreto y también como un tesoro.
(HF) Después de volcar la idea en el papel, ¿cómo fue el proceso de la corrección? ¿Algún consejo que nos puedas dar tras tu experiencia?
(NTG) Armen puzzles. Bueno eso es lo que yo hago siempre que empiezo un nuevo proyecto. Durante la escritura de Nuestra piel muerta, Matías, mi pareja, me regaló un puzzle del Jardín de las Delicias del Bosco. ¡Fue hermoso! Cuando no estaba escribiendo, estaba en el piso armando el rompecabezas, pieza por pieza, buscando los matices, colores y formas exactas que podían unirse. Siento que la escritura requiere esa precisión, la idea de que hay una sola palabra que calza en cada lugar, como los rompecabezas. Y la escritura misma, en mi caso, es una constante corrección, no existen como procesos separados. Cada párrafo, página, capítulo nace de la corrección de una primera idea coja, que con muchas correcciones parece empezar a sostenerse.
(HF) Viniste desde Ecuador a presentar tu libro en Madrid. ¿Por dónde te podrán ver los lectores próximamente?
(NTG) Seguiré viviendo en Ecuador donde, por ahora, enseño inglés a niños de cinco años; tengo, con Matías, un pequeño jardín despeinado donde crece lavanda, tomillo, suculentas y bonsáis; un gato que duerme cada vez más y un pequeño taller en el centro de la ciudad donde escribo los fines de semana.
(HF) Como siempre que nos topamos con algo bueno, queremos más. ¿Hay algún proyecto del que nos puedas adelantar algo?
(NTG) Antes de venir a Madrid a presentar Nuestra piel muerta empecé a escribir una novela corta que se desarrolla en un pueblo de la Sierra donde un día algunos de los habitantes desaparecen entre los maizales. Esa es la idea, la escritura apenas empieza.
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