Entrevista a Montserrat Iglesias: «No puede haber un escritor si no hay antes un lector»

La alumna de la X Promoción del Máster de Narrativa publica en Lumen «La marca del agua», la novela en la que trabajó como proyecto de fin de estudios.

Montserrat Iglesias llegó a la X edición del Máster de Narrativa en octubre de 2018 con una historia que de alguna manera, como nos cuenta en esta entrevista, llevaba escribiendo toda su vida. Una historia que nos habla de la memoria de nuestro pasado inmediato, de cómo era la España de no hace tanto tiempo, del conflicto entre la tradición y el progreso inexorable, de la necesidad de arraigo, de secretos familiares, de esas mujeres que no hace tanto no pudieron ―o a las que no dejaron― elegir su propia vida, de la desaparición del mundo rural y también del amor por la naturaleza. Esa historia se convirtió en la novela La marca del agua, el proyecto narrativo con el que se graduó, que llegó a manos de María Fasce, directora literaria de la editorial Lumen, en el último encuentro entre editores y alumnos del Máster organizado por Escuela de Escritores y que ya se puede encontrar en las librerías.

Entrevista a Montserrat Iglesias (por Humberto Franco)

¿Cómo recibiste la noticia de que Lumen estaba interesada en publicar la novela?

Estaba trabajando y vi que entraba un mail de María Fasce, la directora literaria de Lumen, en mi bandeja personal. Por razones que ahora no importan, yo esperaba una negativa y pensé: «¡Qué señora tan educada! Al menos me contesta». Terminé lo que estaba haciendo y cuando al fin abrí el mensaje, recuerdo que, tras el saludo, la primera frase era: «Un mail veloz para decirte que me ha impresionado tu novela», y me preparé para lo que me parecía un «pero» evidente. Tardé en reaccionar porque no era capaz de unir la materialidad de las palabras con su sentido. Pero, de repente, todo se hizo real y empecé a gritar como una loca y a correr por el pasillo. Nadie en casa entendía lo que decía, así que yo gritaba más y ellos entendían mucho menos. ¡Hasta los vecinos vinieron alarmados por el escándalo! Tras esa tarde, me llevó bastante tiempo creérmelo del todo. De hecho, al día siguiente, al volver del instituto donde imparto clases, llegué a parar el coche en el arcén porque tuve la absoluta certeza de que todo había sido un error y de que María Fasce se había equivocado o de novela o de correo electrónico o de Montserrat.

¿Qué te animó a cursar el Máster de Narrativa?

Llegué al Máster por casualidad, o tal vez no. Desde un año antes tenía claro que mi vida debía ir hacia otro lugar, pero no sabía cuál. Durante la primera parte del 2018 solté muchas amarras personales e incluso dejé el que parecía que iba a ser mi puesto de trabajo para el resto de mi vida. Sin embargo, hasta el mismo 17 de julio de 2018 no tenía ni idea de hacia dónde quería conducir mis pasos. Me presenté a la última convocatoria de las pruebas de acceso al Máster después de haberlo visto en internet la tarde anterior. No conocía la Escuela ni había hecho un solo taller literario en cualquier otro sitio, y, de repente, me vi frente a Ignacio Ferrando (jefe de estudios del Máster) diciendo que eso era lo que había deseado toda mi vida (te mentí, Nacho, lo siento). Pero, sin lugar a duda, fue una de las mejores decisiones que he tomado en mis cuarenta y cinco años ya cumpliditos. Diría incluso que la segunda mejor: la primera fue soltar amarras a tiempo y no resignarme a no ser feliz.

«No escribo pensando en un género, sino en la trama, los personajes, el espacio y el tiempo del relato».

Inundaciones, desarraigos, una muerte, marcas que ha dejado el agua en el pueblo de Hontanar. ¿Cuál ha sido la marca en la escritora?, ¿de dónde surge la pulsión por escribir esta historia?

En realidad, La marca del agua lleva conmigo desde los dieciséis años. Yo empecé a escribir desde que aprendí a usar el lapicero, pero lo abandoné por completo cuando a esa edad intenté escribir un cuento llamado «El pantano» y fui incapaz de sacarlo adelante. Era la historia de mi familia paterna. Mi padre nació en un pueblo llamado Linares del Arroyo, en la provincia de Segovia, que desapareció bajo el agua de un pantano; uno de los primeros embalses de todos los que se construyeron en España a partir de la década de los 50. Dicen que no se puede sentir nostalgia de lo que no has conocido. Os aseguro que se puede si te la tatúan desde la infancia. Mi abuelo, el Marcos verdadero, era un castellano puro de ese tiempo: adusto y muy reservado. Nunca le oí más palabras de las puramente imprescindibles. En el único momento en el que hablaba en catarata era al recordar Linares. Mi marca son sus recuerdos y los de mi padre, y los de tanta otra gente que ha vivido y ha ido muriendo con esa pena.

Tres momentos para contar la historia de una familia. Orígenes, deseos, impulsos acallados, el arraigo de la tierra. ¿Cuál es para ti el tema central en La marca del agua?

Cuando me lo preguntaban al comenzar con el proyecto solía decir que era la fuerza inexorable del progreso, que tiene algo contradictorio, pues, a pesar de que sea absolutamente necesario, deja muchas víctimas en su camino. De hecho, el primer manuscrito lo introducía una cita de Walter Benjamin que hablaba de ese viento del progreso que arrasa lo que encuentra a su paso. Sin embargo, ahora me parece que ese no es el tema o no es el principal: seguramente el núcleo de la novela tiene que ver con la pertenencia y la identidad. ¿Quiénes somos? ¿Qué nos define en realidad? ¿Somos lo que ven los demás? ¿Somos lo que amamos? Tal vez esas eran las preguntas que intentaba contestarme en el momento que os digo que rompí amarras. No obstante, si soy sincera, creo que, al final, lo importante de esta novela no son los temas abstractos que pueda abordar, sino su historia. He querido contar una historia y contarla bien; y que cada lector busque sus propios temas y saque sus conclusiones.

«Al principio estaba demasiado preocupada por epatar al personal y aquello sonaba más falso que un euro de madera».

Neorruralismo español, narrativa realista con ambientación rural. Leímos un relato tuyo en La Rompedora, «Sarmiento quemado», en el que escuchamos una voz narrativa muy potente situada en un entorno que también estaba alejado de la ciudad. ¿Qué es lo que más te atrae de este género literario a la hora de escribir?

No cabe duda de que las novelas ambientadas en el entorno rural están teniendo mucho protagonismo en los últimos años. Creo que se debe a que, en España, como explica tan bien Sergio del Molino en La España vacía, se produjo una fractura tan grande en los 50 y los 60 en las zonas rurales del interior que todavía los nietos nos sentimos concernidos. No obstante, y me puedo equivocar, me parece que mi proceso de creación no funciona así. No escribo pensando en un género, sino en la trama, los personajes, el espacio y el tiempo del relato. Son esos elementos los que condicionan el género y la forma de la obra. En todo lo que escribo se repiten dos obsesiones: la familia y la muerte, que están también en el cuento que mencionáis. Y mi familia es rural. En mi casa, de puertas para fuera, todos nos comportamos como perfectos urbanitas. Pero cuando damos la doble vuelta a la llave, seguimos actuando como si mis padres no llevasen instalados en Madrid desde hace más de sesenta años. En mi casa hablo distinto, me comporto de otra manera, reacciono de forma diferente… Y esa es la mujer que escribe, así que es normal que haya acabado en ese género: es una manera de estar en casa dentro de la literatura.

¿Hay autores o libros que te hayan nutrido, en particular, para moldear La marca del agua?

Seguro que hay alguien que encuentra la excepción que confirme esta regla, pero creo que no puede haber un escritor si no hay antes un lector. Puedes tener la historia más interesante del mundo, que, si no dominas la palabra, te va a ir muy mal. Y a la palabra, que es tozuda y díscola como jamás me hubiera imaginado, solo se aprende a domeñarla con la enseñanza de todo lo que se ha leído a lo largo de una vida. Así que imaginad la lista que tendría que hacer. Es verdad que hay referentes que se ven más cercanos: Delibes, Cela, Fernández Santos, Ana María Matute —casi nadie me la ha mencionado en este proceso y hay mucho en él de Historias de la Artámila, por ejemplo Luis Mateo Díez, Llamazares —¡qué hubiese hecho yo sin don Julio!—. Pero siempre hay mucho más que esas referencias directas, pues a cada momento la literatura llama a la literatura y la pareja de Marcos y don Rufino es quijotesca, el caballo es lorquiano, el germen de la madre es la Isidora Rufete de Galdós, la aridez del espacio con sus cúmulos de piedras le pertenece a Rulfo, el carro faulkneriano… Además, tengo que agradecerle a La marca del agua que me haya acercado a obras de la última década, de ese neorruralismo que mencionabais en la pregunta anterior, como a Intemperie, de Jesús Carrasco, que me parece una novela excepcional.

«Ningún autor debería temer la mirada privilegiada de un profesional que ha dedicado toda su vida a mejorar manuscritos».

Fotografía: Ricardo Quesada

¿Qué ha sido lo mejor y lo más duro al escribir este libro?

¿Lo mejor? Ser capaz después de casi treinta años de contar esta historia; haber hecho realmente un camino de vuelta sentimental. ¿Lo peor? ¡Lo que me costó escribir la novela! Sobre todo, hallar la voz, porque al principio estaba demasiado preocupada por epatar al personal y aquello sonaba más falso que un euro de madera. Hasta que un día, después de un enfado que entrará en los anales de la asignatura de Proyectos y una noche entera llorando como no debería de hacerlo una cuarentona de raigambre castellana, me dije: «Esto va a sonar como a mí me salga de… (y aquí que el lector complete con la parte del cuerpo que más le guste)». Creo que ese metafórico golpe encima de la mesa fue clave para el resultado final.

¿Qué fue lo que más te sirvió en el proceso de corrección?

Una vez le oí decir a Juan Carlos Márquez que él apenas corregía porque solo continuaba con un texto cuando se aseguraba de que lo que había escrito ya estaba a su gusto. A mí me ocurre algo parecido, lo que hace que avance muy lentamente. Puedo leer un párrafo cientos de veces y cambiarlo otras tantas. Además, mi ideación de los textos es siempre detalladísima. Solo os digo que el esquema de esta novela tenía veinte mil palabras. Así que, imaginaos… Cuando acabé, estaba todo tan trillado que ya apenas podía apreciar los fallos y para los que tenía claro que existían no encontraba el arreglo, pues, de alguna manera, te acabas obcecando. Fue en el proceso de edición donde se terminó de limar la novela y ahí Carolina Reoyo, mi editora, se convirtió en una persona clave para terminar de pulir aquellas aristas que podían disonar con la voz de Marcos o con su historia. Así que no es qué me sirvió más, sino quién: mi Carolina. Se suele hablar muy mal de los editores, pero o yo he tenido mucha suerte (que sé que también la he tenido), o la «leyenda negra» no está tan justificada. Ningún autor debería temer la mirada privilegiada de un profesional que ha dedicado toda su vida a mejorar manuscritos.

«No nací para decirles a otros adultos lo que tienen que pensar ni hacer con sus vidas».

Hay quien busca remover, educar, entretener, ¿qué efecto le gustaría provocar en los lectores a Montserrat Iglesias, qué la dejaría más contenta?

Educar, no, desde luego. Como soy profesora, sé muy bien lo que significa «educar» y lo hago a duras penas y con un éxito muy relativo entre mis alumnos. Ni educar ni adoctrinar. Eso mis lectores lo tienen que traer hecho de casa porque no nací para decirles a otros adultos lo que tienen que pensar ni hacer con sus vidas. Aunque esto suene muy poco exquisito, me gusta mucho cuando alguien que ha leído la novela me dice que le ha atrapado, incluso que le parece que la ha leído demasiado rápido; o cuando lo que me alaban es la manera en el que uso el lenguaje, haber conseguido un estilo depurado y literario era también una prioridad. Pero, si me tengo que quedar con un efecto, prefiero emocionar, conmover, que el lector sienta que el libro le ha dejado algo y que él se ha dejado algo en el libro. Ya sé que pico muy alto, pero por pedir…

Como cada vez que nos encontramos con algo muy bueno, nos crecen los dientes como lectores. Además, sabemos que eres una autora (y lectora) incansable. ¿Tienes otro proyecto del que te animes a adelantarnos un poco?

Sí lo hay, y espero retomarlo pronto, porque yo necesito mucha calma para escribir y esto ha traído cosas muy buenas, pero sosiego desde luego no. Ya escribí la historia de los abuelos y ahora viene la de los padres. Ya lo he dicho: familia y muerte. Se ambienta en el Madrid de los años 60 y retoma el personaje de Juan, el hijo de Marcos, e introduce a un nuevo personaje femenino, Lourdes. Los dos llevan el peso del protagonismo y la trama. De hecho, uso un narrador equisciente que se alterna en cada capítulo. No hay nada más aburrido que contar el argumento de una novela, pero os dejo cuatro imágenes: una terraza con sol de mañana, otra que mira al Parque del Oeste, el olor a jabón hecho en casa, un descampado y dos tiestos de hierbabuena.

Por último, si no fueras escritora, ¿qué más te hubiera gustado ser?

¡Ay, escritora! Eso es una palabra muy grande. Soy escritora porque escribo, o eso nos decía Alfonso Fernández Burgos. Pero no sé. Lo que me siento es profesora de Lengua y Literatura en Secundaria y eso es a lo que deseo dedicarme hasta que las fuerzas no me den para más. Pero, bien pensado, podría intentar tener dos oficios a la vez: de pequeña quería ser bailarina y monja. No conseguí ninguna de las dos cosas. A ver si ahora tengo más suerte.

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