La alumna del Máster publica ‘Muro con buganvilla’, el poemario que escribió como proyecto de fin de estudios
Lucía Emmanuel (Bilbao, 1985) es licenciada en Física con un Máster en Cultura Científica e Innovación. Iba para novelista y en 2014 comenzó a formarse en el Itinerario de Novela de Escuela de Escritores. Años más tarde se embarcó en el Máster de Narrativa (obtuvo la beca al mejor expediente de la IX Promoción) y cuando llegó el momento de trabajar en su proyecto de fin de máster decidió que la historia que necesitaba contar solo podía ser dicha desde la poesía. Así nació Muro con buganvilla, un poemario que ahora publica la editorial Amargord. Conversamos con Lucía sobre el duelo literario, sobre quiénes son esos personajes, Muro y Buganvilla, y qué llevó a una narradora a estrenarse como poeta.
(HF) Muro con buganvilla teje varios temas, todos hilvanados con un don estético propio de una poeta: los padres, la infancia, el hogar, la identidad propia… ¿Quizá el más evidente de todos es el duelo?
En el proceso de escritura estaba empeñada en negar lo evidente: que se trata de un libro de duelo. Quizá porque pensaba que el duelo de mis padres ya estaba terminado hacía mucho. Pero este es un duelo que sucede en un espacio literario. Es distinto. Es volver a la memoria para reconstruir un hogar con lo presente y lo ausente. Abrir la caja de Pandora y tratar de darle forma de libro. Sí, claramente el tema central es el duelo.
(HF) Te conocemos como narradora, y para muestra los dos relatos tuyos que hemos publicado en La Rompedora: Don’t panic y El niño orquesta. El lirismo en su prosa se percibe desde las primeras líneas. ¿Por qué elegiste el verso en este caso?
Comencé mi formación literaria por la narrativa. No se me pasó por la cabeza la poesía en ese momento, pero es cierto que mi estilo tiene mucho de poético. El lirismo aparece en casi todo lo que escribo, como una llamada a la poesía que estaba ahí desde el principio. Con este proyecto me sentí bastante vulnerable. Mi escritura se volvió tímida, insegura. Así que me centré en lo pequeño: mirar cosas cercanas, juntar pequeñas piedras, que al final fueron poemas.
“Elegí la poesía porque quería construir una sensación más que contar una historia”
(HF) Este poemario fue tu proyecto de fin de máster, algo totalmente rompedor en la tradición de este programa de narrativa. ¿Qué te llevó a tomar esta decisión?
Cuando comenté en el máster que quería escribir sobre mis padres, me advirtieron de que era algo muy muy difícil, y no les faltaba razón. Sentí un bloqueo muy grande hasta que me di cuenta de que, aunque necesitaba escribir sobre ellos, no quería contar su historia. Así que la única forma de llevarlo a cabo fue esa: olvidarme de contar una historia y tratar de construir una sensación, como se hace en poesía. Ahora existe en la Escuela un Máster de Poesía donde tienen todo el sentido este tipo de proyectos, pero, en su momento, hacer un poemario en un Máster de Narrativa fue algo bastante rompedor, sí. Por suerte, estuve muy bien acompañada por profesores como Daniel Montoya o Luis Luna.
(HF) El título de tu poemario: ¿Por qué un muro y una buganvilla?
En un taller corto al que asistí en la Escuela, Manuel Vilas me dio un consejo: debía darles a mis padres un nombre literario, tal y como hizo él con los suyos en Ordesa, donde les da nombre de compositores clásicos. Nunca encontré el nombre para los míos, pero sí la esencia de cada uno. En el libro mi padre es un muro, algo que hace referencia a su profesión de arquitecto, pero también a la construcción de un hogar y un poco a su carácter, que tenía algo de calmado y reservado. Mi madre, en cambio, se parecía más a una buganvilla, enérgica y colorida. Además, en el poemario relaciono el universo (y la fuerza) de las flores con el de la danza, porque ella era bailarina cuando era joven.
“Poner límites a mi memoria y centrarme en la casa de mi infancia ordenó mis ideas”
(HF) La estructura de la obra nos recuerda a los capítulos en una narración. También hay una sensación de recorrido a través de espacios. Por otra parte, está la propia estructura de tus poemas. ¿Qué hay detrás de estas decisiones?
Este texto comenzó a funcionar de verdad cuando encontré la estructura. En una de las tutorías con Daniel Montoya y Javier Sagarna surgió la idea, a partir de mis textos, de centrarme exclusivamente en la casa de mi infancia, de hacer un recorrido a través de ella. Eso puso unos límites a mi memoria familiar, que a partir de entonces se centró en la casa, y ordenó mucho mis ideas. Así, en algunas habitaciones se produce un diálogo con mi padre, en otras con mi madre y en otras soy una observadora de los dos: de “aita y ama”. O, por ejemplo, mi habitación de niña trata sobre mi infancia. Además, mi casa era muy grande, tenía dos pisos y muchas habitaciones, y eso me permitió dar una progresión a las metáforas y a lo que quería expresar.
(HF) Después de haber leído un poemario hecho con tanto cariño y con un resultado estético de primerísima calidad, nos preguntamos de qué fuentes bebe tu poesía: ¿De qué escritores, poetas y artistas se nutre la escritura de Muro con buganvilla?
En ese momento leí muchos libros de duelo, como La isla del padre, de Fernando Marías, o Con mi madre, de Soledad Puértolas. Uno que me marcó especialmente fue Mortal y rosa, de Francisco Umbral. Cuando dejé de lado la idea de contar una historia, comencé a indagar más en poesía. Me encanta La casa encendida, de Luis Rosales, o los poemas de Berta García Faet. Sin embargo, para este libro me acerqué más a poemas breves, como los de Hugo Mujica, o a la poesía del silencio. Los que más me ayudaron fueron Paisaje con pájaros amarillos, de Jose Ángel Valente; Hilos, de Chantal Maillard o 18 días de frío, de Lourdes de Abajo, un poemario que forma parte de la Colección Fragmentaria de Amargord, como el mío.
(HF) ¿Cuáles son tus poemas favoritos de Muro con buganvilla?
Me gusta mucho el comienzo. Esa primera sección donde se dibuja a mis padres antes de ser padres: en los tiempos en blanco y negro. Como dice uno de los poemas: “En ese tiempo de luz y sin colores no son quienes yo conozco: aita y ama”. Me gustó mucho escribir esos poemas, imaginar cómo eran antes de conocerlos. En la parte del medio aparece una escalera, que separa la casa y el poemario en dos: las habitaciones de arriba y abajo. Justo después viene una sección sobre mi infancia, que es otra de mis preferidas porque es la parte más inocente. Recuerdo una sensación muy particular: ese momento nocturno en que eres niña y estás en la cama, mirando las estrellas del techo, y tienes miedo porque es de noche, pero a la vez te sientes segura porque tus padres duermen al otro lado del pasillo. Es algo que desaparece en la vida adulta o, más bien, cuando tus padres ya no están, y para mí es una de las sensaciones más puras del libro.
“Me gusta que cada vez más autores escriban obras híbridas, dejar que el texto tome sus propios caminos”
(HF) Decía Faulkner que, primero, un escritor intenta escribir poemas, porque son lo más difícil; luego, prueba con los relatos, que son lo segundo más difícil, y como tampoco en esto ve su aspiración lograda se vuelca, al final, por la novela. Tú ya has demostrado valía en lo más difícil: ¿Podríamos llegar a verte como novelista?
Sí, me encantaría. De hecho, tengo una novela escrita, muy lírica también, que me gustaría mucho publicar. Quizás ahora tenga un poco de confusión con los géneros o con mi identidad literaria, pero se me pasa cuando veo que cada vez más autores escriben obras híbridas o que hay novelas con una gran carga poética o poemarios en prosa que siguen la estructura del long poem… Me gusta la idea de no clasificar previamente lo que estás haciendo y dejar que el texto tome sus propios caminos. Me gusta y me asusta también, pero escribir cada vez es una aventura nueva.
(HF) ¿Para qué escribe Lucía Emmanuel?
Creo que escribo para decir algo. No porque piense que tenga grandes cosas que compartir, sino porque todos tenemos vivencias y mirada propias. En Cartas a un joven poeta, Rilke comenta que debemos preguntarnos en la soledad de nuestra noche: “¿Debo escribir?”. Yo siempre he sentido que sí, que debo hacerlo. Como si quisiese extraer eso que tengo por decir. Por otro lado, la escritura siempre me ha hecho sentir muy bien y, sobre todo, me permite sentir aspectos distintos de la vida cotidiana: me encantaría poder contagiar esas sensaciones a otras personas.
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