La cantera de Escuela de Escritores presenta su nueva antología
La cantera de Escuela de Escritores presenta el sábado 3 de junio su nueva antología de relatos. Tras Escrito la noche anterior, Con mala letra y Punto y seguido los alumnos del curso ‘Algo que contar’ que dirige Juana Márquez presentan VTT, Vicios de transmisión textual: treinta y cinco nuevos cuentos de otros tantos autores y autoras de entre 12 y 17 años que han sido gestados, esbozados, corregidos y editados con mimo cada mañana de sábado desde el mes de octubre en el curso de Escritura Creativa para adolescentes ‘Algo que contar’.
El próximo 3 de junio a las 19:00 h. lo celebraremos con todos ellos en la presentación en la sede de Escuela de Escritores en Madrid (calle Covarrubias, 1).
“No serviré por más tiempo a aquello en lo que no creo, llámese mi hogar, mi patria o mi religión. Y trataré de expresarme de algún modo en vida y arte, tan libremente como me sea posible, tan plenamente como me sea posible, usando para mi defensa las solas armas que me permito usar: silencio, destierro e inteligencia”.
(El retrato del artista adolescente, James Joyce).
Antes de comenzar a hablar de VTT, imaginemos algunos antecedentes a la trama: hoy es un sábado como cualquier otro, supongamos que de primavera. Todos los sábados, a las once y media de la mañana, imparto clases a un grupo de adolescentes en la Escuela de Escritores de Madrid. Hoy, como es sábado, no será una excepción. Hasta este punto, por tanto, nada parece ser extraordinario.
Sin embargo, un detalle hace que volvamos la cabeza y que fijemos nuestra atención en lo que ahí acontece: mis alumnos me esperan sentados en el suelo. No uno, ni dos, sino cinco. Cinco adolescentes sentados en el suelo de la calle Covarrubias, justo en el esquinazo donde, a estas horas, empieza a calentar el sol. Charlan como si fueran el coro de alguna tragedia griega. Sí, pero también podríamos suponer que están en una playa, todos en bañador y sentados en sus toallas mullidas; o en el campo, alrededor de un mantel de cuadros donde pueden observarse aún los restos de la merienda, en alguno de esos planetas que describía Ray Bradbury en sus crónicas marcianas. Pero no, están sentados en plena calle, en el centro de Madrid, en el único sector triangular de la acera vestido de fiesta por el sol de una primavera que anda a pasos torpes, como si no supiera qué hacer con tanta luz. Y ellos siguen con su coro porque así son ellos.
Debo buscar las llaves en el bolso y, mientras siguen hablando de ¿cooperación? ¿lucha? ¿fanatismo? ¿lenguaje sexista? ¿el amor?, abrir la puerta e invitarlos a entrar. Luego, con cuentagotas, van llegando los demás. Tarde, muchas veces. Caras de sueño y móviles que suenan dentro de las mochilas. Ansia de sugus y miradas al vacío. Maquillaje a destiempo y ojos hinchados por quién sabe qué llanto.
Y toda la literatura por delante esta mañana tibia de primavera y el resto de los días.
Estos, y no otros, son los treinta y cinco autores de este libro.
Sí, son adolescentes. Hoy, este sábado, me ha dado por recordar a James Joyce al verlos ahí, sentados en el suelo de la calle Covarrubias. Y más concretamente he pensado en su álter ego de juventud, Stephen Dedalus, en su Retrato del artista adolescente. Así, mientras buscaba las llaves en el bolso o mientras pasaba lista o mientras explicaba las pautas que debían seguir en el siguiente ejercicio literario, me ha dado por sentir que estaba rodeada en ese instante de artistas adolescentes, de sus retratos. Uno a uno.
Los he mirado, sentados ya en la mesa de trabajo, y también he recordado a todos los que, sentados aprovechando el sol de cualquier calle de este mundo me envían sus relatos por internet, o los que aprovechan el verano para sentarse en mitad de la noche, de cualquier modo, y escribir los relatos que componen este libro. Como Stephen Dedalus, todos dicen al unísono: “Tengo que expresarme como soy”.
Me pregunto siempre lo mismo cuando intento explicar la magia que se produce cuando conjugamos el binomio adolescencia más escritura: ¿Qué es lo que hace que estén tan hermanadas? ¿Escribir y crecer son la misma cosa? ¿Qué es escribir para un adolescente?
Y así, con la respuesta de Stephen Dedalus, doy con la respuesta a la pregunta: escribir, para un adolescente, es su única obligación, prácticamente el único mandato sentido desde dentro, el único timón con el que dirigir el desorden de sus vidas.
El adolescente siempre busca expresarse. Buscar y hacer entender su modo de estar en el mundo. Sentarse en el suelo de la calle Covarrubias cuando se sabe que queda muy poco tiempo (francamente muy poco) para darse a sí mismo el permiso de sentarse en el suelo de la calle Covarrubias. Y ahí se produce la magia. El adolescente quiere hablar, hacerse escuchar, expresarse. Se pinta el pelo de colores o no lo hace: cualquiera de las dos cosas sirve para situarse en uno de los dos hemisferios en los que cualquier acto, por insignificante que parezca, divide al mundo en dos partes bien diferenciadas. Así, cuando escriben, siento que perciben que llevan en su voz un altavoz incorporado: podría decirse que gritan. Y, aunque no siempre de los modos más acertados —qué duda cabe de que aún les queda mucho por aprender— aciertan en lo fundamental. Porque solo gritando, gritando fuerte a los oídos de nadie, gritando cuando nada puede oírte, puede concebirse que un escritor fabrique la buena literatura.
Por tanto, VTT es un libro a voz en grito. Es un libro irreverente, sentado en el suelo. Es un libro que llega tarde a clase y que lleva el pelo de colores, con rastas y viste con camisetas de mamá rotas a tijeretazos sin que ella se dé cuenta o con los cordones de las zapatillas sin atar. VTT es un libro que canta a voces con la voz infantil que sus autores tienen tan cerca, es un libro de zapatos sucios y sabor a beso de cerveza, un libro en el que cada autor deja en sus páginas algo tan precioso como el tiempo irrecuperable de los calcetines flojos, del peso de las mochilas en los hombros, de esa época en la que todos creemos (de nuevo) que todo comienza (otra vez).
Como el sol en primavera, VTT deja triángulos incómodos en las aceras. Pasen y siéntense.
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