El oficio del escritor es un lugar solitario. Muchas son las horas que una pasa en soledad al escribir y esa es, para bien o para mal, la grandeza y la miseria de este oficio. Las ideas, las tramas, los trazos se planifican en el silencio. Y por más consejos, charlas u opiniones que se pidan, en el momento de empezar a escribir el escritor siempre estará solo. Es precisamente esa soledad la que hay que defender con uñas y dientes si se quiere encontrar la voz propia. Pero también la soledad, a veces, puede mermar la paciencia y el espíritu del que aún no ha encontrado a su lector.
Ese silencio estaba cuando me apunté para participar en una conferencia sobre novela histórica. Era la primera vez que oía hablar de NAWE (National Association of Writers in Education). Tampoco había estado nunca en York. Tenía curiosidad por saber qué tanto se hablaría en esas conferencias. Así que salí del tren con la curiosidad de una estudiante. Nada más salir de la estación, el tiempo se congeló. Sin ser antigua, parecía que la ciudad no había sido rozada por la modernidad. A York la atraviesa un río, y una catedral gótica se erige destacando en altura y majestuosidad entre las pequeñas casas con techos a dos aguas. Era inevitable hacer la conexión con los escenarios de Harry Potter, callejones con tienditas que en vez de vender varitas vendían ositos Teddy y salones de té donde la parafernalia de los terrones de azúcar compite con los selfies de los turistas. Siguiendo la falda del río llegué hasta el hotel. La quietud del exterior se tornó en bullicio nada más salir del ascensor. La reunión de escritores dedicados a la educación había arrancado viento en popa. En uno de los recesos, en sus tazas de té o café los participantes mojaban galletas mientras comentaban lo interesante que había resultado la charla que acababa de concluir en tal o cual salón, porque había muchas simultáneas. La sonrisa de los participantes y de los organizadores manifestaba lo evidente: la soledad del escritor tiene un límite y se congratula cuando se deja aparcada un rato, aunque sea un fin de semana, para convivir y compartir con personas que se dedican al mismo oficio. Novelistas, poetas, dramaturgos, guionistas y profesores de escritura creativa reunidos para compartir experiencias solitarias durante un fin de semana completo. Todos llevábamos la sonrisa puesta.
Lo maravilloso fue comprobar cómo los países anglosajones tienen tan desarrollada y estructurada la enseñanza de la Escritura creativa. En Inglaterra, Australia, Estados Unidos y Canadá la enseñanza de la Escritura Creativa no es una asignatura extraescolar del grado en Literatura, o en el posgrado de algún Máster. No, no. Ellos tienen una licenciatura completa para aprender el oficio. No solo el de escritor, sino de especialista en el tema, el de crítico literario, editor. Hablar con profesores y directores de estas licenciaturas fue, sin duda, lo mejor de este viaje. El intercambio a todos los niveles, tanto de información académica, como los distintos modos de aproximarse al estudio de la materia, fue indispensable para entender mejor cómo se puede enseñar la escritura creativa en las aulas. Y también, como el atleta que acude a una competencia internacional para medirse entre iguales, la experiencia pone a prueba los conocimientos y la valía de uno mismo. Fue sin duda, una experiencia enriquecedora desde todos los puntos de vista. Una experiencia que procuraré repetir en otras ediciones, porque además de conocer otros enfoques pedagógicos, son pequeños claros que se abren en las tempestades. El escritor, me dije al volver del viaje, no siempre tiene que crear en soledad. Y, acto seguido, me senté a escribir en silencio.
Este proyecto es posible gracias al Servicio Español para la Internacionalización de la Educación. Queremos agradecer al SEPIE la gran oportunidad que nos brinda de cara a la formación de nuestros profesionales en diferentes países europeos. También agradecemos a la EACWP la gran oportunidad que nos brinda de cara al intercambio con otras escuelas europeas.
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