Diario finés. Cuarta entrada

Diario escrito por: Lorena Briedis
Desde la Orivesi Collage of Arts de Finlandia
Durante el #IntercambioEdEOrivesi
Del 18 de enero al 18 de marzo de 2016

Kuuti

29 de febrero, 2016

Un miércoles por la mañana, desde el ventanal de nuestra clase de Poesía, lo vi aparecer sobre la nieve. Risto rayaba la pizarra con uno de sus mandalas y hablaba en finlandés, sobre una de las cinco o seis cosas —seguramente— de las que siempre habla Risto cuando habla de poesía —sobre las emociones, los sentidos, la filosofía, la intuición, el arte o el amor—, y quizá, por todo eso, lo vi aparecer sobre la nieve.

Lo primero que hice fue dudar de aquella visión. «Demasiada poesía, demasiado finlandés o demasiado chamanismo: una de tres o tres en una», pensé, temiendo que se me hubiese ido la dosis con alguna de las prescripciones del Maestro Jedi. Así que volví a los mandalas de la pizarra y allí me estuve diez, veinte segundos —doscientas veces más del tiempo que dicen que tarda una imagen en desaparecer de la retina— hasta que, confiando en que aquella ilusión ya se hubiese diluido en la luz, volví a girarme hacia la ventana. Y, otra vez, volví a verlo. El unicornio seguía estando allí sobre la nieve (como el dinosaurio de Monterroso).

Entonces, ya me olvidé de la pizarra, de los mandalas y de Risto y, allí mismo, desde nuestra aula, me entregué absolutamente a aquella visión como si fuera lo más hermoso que hubiese visto nunca jamás sobre la tierra. Era de esperarse lo que sucedería a continuación: me enamoré.

Ya mi amiga Erika, en alguna ocasión, me lo había advertido. «Lorena, tú vas a terminar enamorándote de una sirena alada. O algo así». Y la verdad es que a nada estuvo de pegarse la tómbola porque entre una sirena alada y un unicornio lo único que hay es un cornio, o sea, un cuerno (y no una concha como algunos habéis malpensado;-). Así que allí estaba puesto, tal cual, con el cuerno de perfil sobre la nieve, recién aparecido. Ese día, además, el cielo estaba blanco, muy blanco. Pudiera haberse dicho que el cielo era un reflejo de la nieve o viceversa.

«You have to love what anyone loves (because people only love what everyone loves). You have to love something that anyone loves and make it your own», nos había dicho Risto, recién, en una de las últimas clases.

Entonces, le hice caso y, muy discretamente, me puse de pie, me vestí y salí al jardín. Fue emocionante volver a ver a mi unicornio de lejos al aire libre, fue emocionante caminar hacia él, ir acercándome, poco a poco, hasta encontrarnos frente a frente. Así que me quedé allí, parada sobre la nieve junto a él, mirándolo. Me quedé así un buen rato. No necesité tocarlo. Me bastó llenarme los ojos con verlo. No tenía nombre y entendí que solo yo podía llamarlo porque esa es la única forma de hacer algo nuestro: llamándolo (llamándolo, si es posible, por su nombre más secreto). Así que recordé aquel nombre que le había escuchado a una de mis alumnas en nuestro taller de teatro y que, en su momento, me pareció el nombre finlandés más adorable: Kuutti.

Ya estaba empezando a amanecer y la primera luz del sol hacía que mi unicornio brillara con esos diamantitos diminutos que dicen los finlandeses que hay en la nieve. Me pareció, entonces, que Kuutti era otra de las preciosas milagrerías de la nieve misma, una variación boreal de su fauna más inocente.

Al cabo de unas semanas, he de decir que no sé qué fue de él, pero desapareció. Cayeron nuevas nevadas, salió el sol, se ocultó, llovió, volvió a nevar. En su momento, nunca le vi las alas —aunque supuse que las tenía plegadas— así que con los estragos del último invierno digamos que Kuutti —o prefirámoslo así— voló con todos sus diamantes.

Así es cómo, de este amor finlandés y colegial, me quedará para siempre ese estribillo de Los Beatles escrito y tarareado en el revés del cuaderno como una visión eterna (y como uno de los trips más amorosos).

Kuutti in the sky with diamonds.

#IntercambioEdEOrivesi
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