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Escrito por: ALEJANDRO MARCOS
Puede parecer que no, pero a veces en literatura es necesario un poco de vergüenza. No nos referimos, por supuesto, a la vergüenza que podríamos sentir al tratar algún tema delicado o políticamente incorrecto. A la hora de escribir siempre es recomendable aparcar ese tipo de vergüenza.
Tampoco queremos decir que haya que dar vergüenza con nuestros textos. Mucho menos vergüenza ajena. Puede que este sea el peor tipo de vergüenza que se puede dar con los textos (y para el que siempre os aconsejamos técnica y trabajo). No, tampoco nos referimos a este tipo de vergüenza.
De la vergüenza de la que os queremos hablar hoy es de la vergüenza que sentimos al compartir algún texto. De esa sensación de vacío, parecida a la que sentimos justo un segundo antes de que comience la caída en una montaña rusa. Una mezcla de miedo y de pudor. Sí, pudor puede ser un buen sinónimo. Porque es importante diferenciar la vergüenza que nos da compartir un texto que quizás no esté bien trabajado y que se relaciona más con cómo van a percibir los demás nuestras capacidades como escritores; de la vergüenza que nos da compartir algo que es muy nuestro, como si estuviéramos haciendo una confesión de un oscuro secreto a un grupo de desconocidos. Nosotros hablamos de esa segunda vergüenza.
Tuve una profesora que siempre decía que, si el texto nos da un poco de vergüenza, es que en él hay algo bueno. Y lo decía precisamente por la relación que tiene esa vergüenza con el pudor. A veces, un texto literario es prácticamente una foto de nosotros desnudos. Hay gente, por supuesto, que no sentiría ninguna vergüenza al compartir una foto desnudo ante decenas de personas, pero otros somos un poco más pudorosos. Y lo mismo pasa con algunos de nuestros textos.
Esto quiere decir que a veces ponemos algo muy nuestro en lo que escribimos y el hecho de que eso vaya a ser recibido por los demás (y consecuentemente juzgado) nos da vergüenza. Un pequeño punto de miedo y de preocupación. A medida que avancemos en nuestra carrera como escritores y que vayamos dominando la técnica, ese miedo o esa vergüenza irán disminuyendo, pero nunca desaparecerán. Y creo que está bien que no lo hagan.
Quiero hacer un alto en el camino para aclarar que no nos estamos refiriendo (necesariamente) a textos autobiográficos o en los que se recree algún episodio de nuestras vidas especialmente emotivo y conectado con nuestro ser. Para nada. Podemos escribir un texto que hable sobre elfos y dragones y sentir la misma vergüenza porque hemos puesto en él mucho de nosotros mismos.
A veces nos cuesta reconocer que todos estamos en contacto con muchas verdades a lo largo de nuestra vida, que somos muy capaces de aprehender la realidad subjetiva que nos rodea y trasladarla al papel. Cuando conseguimos traspasar algo de ese sentimiento de conexión, cuando sentimos que hemos hablado de algo importante, es cuando aparece la vergüenza al compartir el texto.
Es importante, eso sí, estar preparados para compartir dicho escrito. Es necesario que hayamos asimilado el hecho de que la emoción que yo he trasladado al texto no soy yo mismo, por lo tanto, todo lo que se diga del texto (bueno y malo) no se está diciendo de mí mismo, sino del texto. Esta separación es básica para cualquier aspirante a escritor, pero se hace muy complicada a medida que los textos tocan lo personal. De nuevo, lo personal aquí no tiene por qué querer decir compartir experiencias reales que nos hayan sucedido.
La literatura, como cualquier arte, tiene como finalidad última la de conmover, esto es, trasladar al lector una emoción determinada, un fragmento de realidad. Hacer que el lector aprehenda algo de igual modo que si lo hubiera experimentado en sus propias carnes.
Y eso se logra cuando ponemos de nosotros en los textos, cuando somos sinceros con los textos y no estamos pendientes de los receptores de los mismos. Se logra escribiendo con honestidad y conectando con nuestras emociones. Parece que estoy hablando en este artículo de cosas muy serias y muy trascendentales, pero creo que es necesaria esa conexión para escribir cualquier tipo de narrativa.
Es algo normal que al comienzo de nuestro trabajo como escritores nos cueste encontrar esa apertura por la que colar nuestras emociones en los textos sin forzar al lector a sentirse de una determinada manera. A medida que se conocen y se practican las técnicas de escritura, la mente las automatizará y será más sencillo que surja esa conexión. Conocernos a nosotros mismos, como escritores y como personas, es una herramienta poderosísima para dotar de verdad a nuestros escritos.
Dicho todo esto, tampoco creo que sea algo que se puede buscar o forzar intencionadamente, sino que es algo que hay que potenciar. Por eso escribo este artículo, para que a partir de ahora nos fijemos más en esos momentos en los que escribimos algo que nos haga sentir un poco de pudor. Es por ahí por dónde podemos ir si queremos transitar por la emoción en nuestros escritos. Si, simplemente, nos sentamos y tratamos de ser verdaderos, de ser trascendentales, lo más seguro es que nos quede un texto recargado, forzado y afectado. Y con eso solo conseguiremos precisamente el efecto contrario al buscado: que los lectores no conecten con lo que hemos escrito y que todo el texto les resulte artificial, construido.
También podemos fijarnos en cómo lo han hecho antes que nosotros otros escritores. De hecho, ya sabéis que esta es siempre una técnica maravillosa para interiorizar cualquier tipo de herramienta literaria. Si estamos atentos cuando leemos los libros de otros autores, descubriremos pasajes en los que la emoción nos aflora de manera espontánea. Os aconsejo parar la lectura en ese punto y analizar por qué ha sido así, qué nos está contando el texto y si nosotros seríamos capaces de replicar lo mismo si lo aplicamos en nuestros textos.
Sé que el artículo de esta semana es un poco abstracto, pero si alguna vez habéis sentido algo de pudor al compartir un texto, sabéis de lo que hablo, ya que seguramente sea un escrito que ha recibido muy buen feedback por parte de los lectores.
Coordina los departamentos de Formación, Calidad y Relaciones Internacionales. Además, junto a Chiki Fabregat, se encarga de la Capacitación Docente en Escritura Creartiva. Imparte cursos de escritura desde 2012, es profesor, junto a Javier Sagarna, de la asignatura de Proyectos del Máster de Narrativa. Escribe acerca de narrativa en el blog de la Escuela y codirige, con Lara Coto, nuestro podcast. Desde 2019 trabaja como Project Manager en el proyecto CELA.
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