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Escrito por: ALEJANDRO MARCOS
Decía el gran Ray Bradbury en su ensayo Zen en el arte de escribir (libro del que os he hablado otras veces y que es libro de cabecera para mí y ojalá para todos los escritores) que la escritura debería componerse de trabajo, relajación y ausencia de pensamiento.
En función a esa primera parte, la del trabajo, dice: «Empezando ahora, cada uno de ustedes debería volverse no un esclavo, término demasiado mezquino, sino un socio. Cuando consigan que la existencia y el trabajo sean experiencias copartícipes, la palabra perderá su aspecto repulsivo».
Como siempre, yo estoy muy de acuerdo con esa afirmación de Bradbury. Bueno, con esa y con la anterior en la que dice que la escritura es trabajo y relajación a partes iguales.
Pero centrándonos en la parte del esclavo y el socio, me gustaría hablaros de esas dos maneras diferentes de encarar la escritura y de los efectos que cada una de ellas puede provocar en nuestro trabajo como narradores.
Para empezar, tenemos el escritor esclavo, aquel que se ve forzado a trabajar y que no tiene por qué creer en la finalidad ni los objetivos de lo que está haciendo. Debe trabajar, obedecer y poco más. Son esos escritores que no disfrutan del proceso de escritura. Probablemente son aquellos que quieran ser escritores por las razones equivocadas.
Sí, amigos, puede haber razones equivocadas para ser escritor. Hay gente que no quiere escribir, sino ser escritor. Es decir, gozar del prestigio social que supone haber escrito un libro y de la adulación que (creen) reciben los escritores. No voy a negar que hay mucho ego y autoestima envueltos en cualquier carrera narrativa, pero este tipo de escritores no buscan conmover o contar historias, solo buscan tener libros publicados. Si pudieran, publicarían libros escritos por otros. Veremos muchos de estos aliándose con las inteligencias artificiales dentro de poco tiempo. No es tan raro que a mi correo lleguen mensajes de gente que busque alguien que escriba la historia que se les ha ocurrido.
El caso es que este tipo de escritores (me da hasta cosa llamarlos así), hasta que las inteligencias artificiales se hayan desarrollado del todo o nos hayamos convertido todos en escritores fantasma, no tienen más remedio que convertirse en escritores esclavos y forzarse a escribir.
Mal punto de partida para una actividad. O si no fijaos en la cantidad de niños que se convierten en adultos no lectores cuando los libros pasan de ser un divertimento para convertirse en una obligación evaluable que no tiene en cuenta la posibilidad de disfrute que la lectura puede acarrear.
Un escritor esclavo puede terminar muy fácilmente (y en el mejor de los casos) en una frustración y un fracaso a la hora de llevar a buen puerto un proyecto narrativo.
Tal y como dice Bradbury, creo que la actitud más sana para enfrentarse a un proyecto narrativo es convertirse en socio de nuestra propia escritura. El socio busca el buen fin de la empresa porque su beneficio depende de ello, de la misma manera que debemos buscar el buen fin de un proyecto porque nuestra satisfacción dependerá de ello. No está obligado a trabajar, sino que quiere hacerlo para conseguir un fin. El proyecto no es algo ajeno para conseguir un fin, el proyecto es el fin, es algo que forma parte del socio, algo en lo que se implica.
El socio buscará el beneficio final, claro, pero ese beneficio no tiene siempre por qué traducirse en una publicación (aunque sí se buscará, seguramente, algo de reconocimiento social y un par de palmaditas en la espalda). El beneficio que un escritor socio busca es algo más interno, algo relacionado con la satisfacción personal de la superación y el trabajo bien hecho, del orgullo por lo conseguido. La obra en cierta medida nos representa y, si nos hemos esforzado, eso será suficiente porque lo hemos hecho de buena gana.
Solo el mero hecho de que el esclavo debe trabajar y el socio quiere hacerlo ya hará que todo el esfuerzo que tengamos que hacer para un proyecto sea más llevadero. Si os habéis enfrentado a proyectos narrativos sabéis que siempre vienen mala rachas y que cuando llegan es mejor ser un socio que un esclavo porque al esclavo será muy complicado movilizarlo de nuevo para que se ponga manos a la obra.
Ser socio implica, además, no ser el dueño único, sino que implica compañía. Alguien comparte nuestra carga. Un socio probablemente cuente con una red de apoyo en la que pueda compartir con humildad su trabajo y sus progresos. En igualdad de condiciones, porque no es un jefe, es un socio. Este significado que lleva adjunto la palabra socio de manera secundaria es muy importante para mí. Solo el hecho de ver tu obra como algo en lo que estás colaborando ya ayuda a quitarle parte de la obligación y la carga negativa.
Y eso nos lleva a la segunda palabra que destacaba Bradbury al comienzo de su ensayo: Relajación. Yo, sin que parezca que corrijo a Bradbury, la cambiaría por «disfrute». Tanto la relajación como el disfrute son dos conceptos que no pueden alcanzarse desde la esclavitud. Solo pueden alcanzarse desde el socio porque el socio sí puede llegar a disfrutar con su trabajo.
Es importante destacar esto porque muy pocos de nosotros podrán llegar a vivir de lo que escriban y eso, aunque es un fastidio la mayoría de las veces, también hace que no tengamos la obligación de nada. Esa precariedad (sin querer romantizarla) nos ofrece la libertad creativa necesaria para poder alcanzar el disfrute en la escritura. Si no lo necesito para comer, al menos que disfrute con ello.
Y al hacerlo desde el punto de vista del socio nos aseguramos, además, de que ese disfrute tendrá cierta seriedad, de que se buscará con él la mayor «rentabilidad» posible. Es decir, nos asegurará el compromiso necesario para no abandonar a la mínima de cambio, como probablemente haría cualquier esclavo.
Coordina los departamentos de Formación, Calidad y Relaciones Internacionales. Además, junto a Chiki Fabregat, se encarga de la Capacitación Docente en Escritura Creartiva. Imparte cursos de escritura desde 2012, es profesor, junto a Javier Sagarna, de la asignatura de Proyectos del Máster de Narrativa. Escribe acerca de narrativa en el blog de la Escuela y codirige, con Lara Coto, nuestro podcast. Desde 2019 trabaja como Project Manager en el proyecto CELA.
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