Hablamos con Adolfo Gilaberte, profesor de Escuela de Escritores y alumno del Máster de Narrativa, sobre ‘Coleman’, su segunda novela
Del intimismo del «hombre-isla», el Ezequiel de su primera novela, al asesino existencialista que reflexiona sobre su propia muerte, Coleman. Adolfo Gilaberte, profesor de Escuela de Escritores y alumno de la III Promoción del Máster de Narrativa, vuelve con su nueva novela (Coleman, Mármara Ediciones, 2021) a retratar a un nuevo antihéroe: “no nos conmueve tanto ver a gente que es muy feliz todo el tiempo, y sí a los que son, al menos, igual de desgraciados que nosotros”, nos cuenta en esta entrevista en la que repasamos los temas, las influencias y el proceso de creación de Coleman.
Comencemos echando la vista atrás a tu primera novela: en Ezequiel (Mármara Ediciones, 2017) escuchamos una voz intimista, la del hombre que se recompone palabra a palabra. La atmósfera es más lírica, como la del poeta walseriano que salió a dar un paseo. Ahora hemos conocido a un asesino a sueldo, un ser que habita en la sombra pero que también ha amado y resentido la pérdida. ¿Cómo fue tu camino hasta encontrarte con Coleman?
Ha sido un caminus interruptus. Empecé un primer borrador hace diez años. Formaba parte de ese material narrativo que vamos acumulando para retomar en algún momento posterior o nunca. Pero así fue. Buscaba un nuevo proyecto después de Ezequiel y Coleman ––esa antigua historia sobre un asesino a sueldo que tiene que hacerse cargo de su madre anciana–– se colocó en primera fila. Emocionalmente conecté enseguida con aquel montón de páginas, puede que unas treinta, y me di cuenta de que esa iba a ser mi siguiente novela. Creo que es importante esa conexión, el instante preciso en el que sabemos que lo que pretendemos contarnos de nosotros mismos y de cuanto nos rodea va a estar justo ahí, en esa historia, cuento o novela, y no en otra, en esos personajes de los que nos serviremos para explorar la realidad y sus grietas.
Leer Coleman es asistir a un maridaje perfecto entre literatura y cine. No hay referencia a películas o actores que no tenga una función precisa a la hora de contar la historia del protagonista. ¿Nos cuentas un poco más sobre cómo fue usar estas referencias como recurso narrativo?
Fui consciente de esas referencias a medida que iba escribiendo y la revelación se dio de manera natural. El caso es que supe que con esta novela quería hacer un homenaje al cine, del que soy un completo enamorado. No las he contado yo, pero al parecer en Coleman hago referencia directa a veinticinco películas y a alguna más de manera tangencial. Dijo el escritor uruguayo Felisberto Hernández que él escribía sobre lo que sabía y sobre lo otro. Yo he escrito sobre cine porque me apasiona y algo he ido aprendiendo con los años; y ‹‹lo otro›› es lo que desconocemos, esa zona de oscuridad, profundísima en mi caso, de todo aquello que ignoramos y que, como narradores o contadores de historias, debemos explorar. Además, insertar escenas de películas como reflejo de escenas o situaciones que vive Coleman era una forma de escribir menos. Economía narrativa. Bromeo, claro. El cine nos muestra las imágenes directamente, los escritores y las escritoras hemos de construirlas desde la nada, desde el vacío y el silencio, así que pensé que estaría bien construir algunas imágenes de Coleman con imágenes de cine. Un juego.
“La muerte, decía Virginia Woolf, es el enemigo, pero también es el momento en que la historia, nuestra historia, adquiere sentido”.
“Nacemos con la muerte dentro. Está ahí, a la espera.” ¿En esta frase nos confirma Coleman el tema de esta novela? La muerte le acecha en cada página…
Si algo tenía claro cuando retomé el manuscrito de Coleman era que el personaje no iba a redimirse, tampoco quería que sufriese un cambio significativo, o no del modo en el que sabemos que ha de cambiar un personaje de ficción, ese arco emocional y psicológico por el que debe pasar para llegar a ser alguien diferente a quien era cuando la historia comenzó. Pero iré por partes. La muerte. Tenía que estar en toda la novela, claro, atravesarla de principio a fin. Hablamos de la historia de un asesino a sueldo. Pero no quería que estuviese presente solo por los asesinatos cometidos por Coleman u otros personajes. La idea, no sé si lo habré conseguido, era que su presencia tuviese una textura algo más existencialista. La muerte, decía Virginia Woolf, es el enemigo, pero también es el momento en que la historia, nuestra historia, adquiere sentido. Coleman vive de la muerte. Pero a medida que la novela avanza él comienza a reflexionar acerca de su propia muerte, se hace preguntas, es consciente de su finitud. Y empieza a escribir sobre ello, a interesarse por las palabras que cuentan la muerte. En este sentido, Coleman, aparte de un homenaje al cine, lo es también a la escritura.
¿Quizás también la redención del monstruo?
A medida que avanzaba en el proceso de creación de la novela, y el personaje de Coleman se iba construyendo, me di cuenta de que quería hablar de la figura del monstruo, sí, pero también que su composición fuese el resultado de pasiones que son humanas. Es decir, Drácula es una historia de amor, y la de Frankenstein de soledad, de rechazo de su propio creador y después de todo el mundo. Creo que ellos no eligieron ser el monstruo, que a veces no es fácil ser el monstruo, eres todo aquello que los demás odian de sí mismos. Y desde ahí, desde ese concepto más romántico, si quieres, del monstruo, es desde donde construí a Coleman. Hay cierto fatalismo y determinismo en la figura del monstruo y de Coleman. No es fácil la redención para ellos. Eso me interesaba.
¿Y el amor?
No estoy seguro de que en Coleman haya amor. No quería que fuese una historia de amor y pérdida, como sucede en Ezequiel, la idea era que en esta novela apenas hubiera emociones o que estas no fueran amorosas o no amorosas como las entendemos desde un punto de vista romántico. El amor aquí es pura supervivencia, es algo más utilitario que emocional. O eso creen ellos, algunos de los protagonistas. Después de todo, aprender a amar y a ser amados es un camino largo, que, a veces, nos ocupa toda la vida.
¿Qué autores o títulos te han nutrido para escribir esta historia?
La intención era que el tejido de esta novela fuese, como ya hemos dicho, cinematográfico. No literario. Y hablo, claro, de sus referentes artísticos. Sólo hay una mención a una novela, El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati. Y fue así porque me dio un poco de lástima poética no incluir nada que tuviera que ver con la literatura.
“Me interesa la deslocalización en mis historias, que lo que se cuenta pueda suceder en cualquier ciudad, a cualquiera de nosotros”
Documentación. Ese ingrediente con el que hay que tener cuidado de no recargar una historia. Coleman, como cualquier asesino a sueldo que se precie, se mueve por todo el mundo. ¿Esto también implicó un viaje al autor? Por cierto, ¿dónde vive Coleman?
Es cierto que en Coleman ha habido un proceso de documentación mayor que el que hubo en Ezequiel. No demasiado tampoco. Aquella era una novela intimista, que sucedía de puertas para adentro, puertas físicas y puertas emocionales. Y en Coleman quería que el cielo abierto estuviese presente a lo largo de casi toda la historia. Que hubiera diferentes localizaciones reconocibles: Lisboa, París, Croacia, la Costa del Sol. Sin embargo no quería, y eso ya lo hice en la novela anterior, que los lectores supieran dónde viven los protagonistas. Coleman, u Olmo, el mismo personaje cuando no es un asesino, vive en Barcelona, al menos mis referentes imaginarios son de esa ciudad y alrededores. Pero, como ya he dicho, me interesa la deslocalización en mis historias, que lo que se cuenta pueda suceder en cualquier ciudad, a cualquiera de nosotros. La documentación, en este caso, ha tenido más que ver más con las armas, algunos fármacos, ciertos conocimientos médicos… Después de todo, yo nunca he sido un asesino a sueldo. ¿O sí?
Tres partes. Cada una inicia con la caza de un objetivo. ¿Una proyección del esquema clásico de planteamiento-nudo-desenlace? Funciona tan bien, que ni cuenta nos damos de cómo nos va llevando. ¿Cómo elegiste la estructura de Coleman?
Por oposición a Ezequiel. Como un nuevo reto o una forma de no repetirme. Así de sencillo. Ya había probado una estructura con tres líneas argumentales que transcurren en tiempos cronológicos diferentes que van cruzándose para formar el puzle completo, y quería probar otra. Lineal. Sin grandes saltos temporales. Una novela así, enmarcada de algún modo en el género negro, con una trama de acción, venganza y… (no avanzo nada más), tenía que ser ágil, sucesiva, asfixiante, tanto en su escritura como en su lectura. Y eso he intentado.
¿Qué ha sido lo mejor y lo más complicado de escribir este libro?
He disfrutado mucho la escritura de esta novela. Matar es muy divertido. Narrativamente hablando. Eso sí, tuve claro desde el principio que no quería utilizar pistolas, es fácil matar con pistolas, disparas y ya está. El propósito era que Coleman matase de formas dispares pero sin disparar una sola arma, con ingenio y una planificación concienzuda, es todo un profesional. Eso, las escenas de las muertes, ha sido, al mismo tiempo, lo más complejo de escribir. Sucede lo mismo que con las escenas de sexo que incluí en Ezequiel, se componen de muchos pequeños gestos, de detalles concretos, diferentes acciones sucesivas o incluso simultáneas, que para mí son complicadas de construir, llevan más tiempo, son una especie de coreografía, y eso requiere repetición, ensayos y más ensayos hasta lograr la precisión y el realismo que pretendía.
Hace tiempo tuvimos la suerte de leer un primer manuscrito de Coleman. En esta versión publicada hemos visto, incluso, escenas recientes de nuestra realidad. ¿Le diste tiempo a la historia para que respirara? ¿Qué fue lo que más te sirvió en el proceso de corrección?
Una vez empecé a escribir la novela no paré hasta concluirla. Fueron cinco meses, de enero a mayo de 2019, de dedicación casi absoluta a ella. Es posible que eso me haya sucedido y suceda solo esa vez en la vida, que la historia salga de corrido, como si hace ya tiempo que estuviera esperando a ser contada. Y sí, no diré qué momentos o sucesos reales inserté en la trama, pero así es: la realidad siempre al servicio de la ficción.
“No nos conmueve tanto ver a gente que es muy feliz todo el tiempo, y sí a los que son, al menos, igual de desgraciados que nosotros”
Ezequiel, Coleman, obras individuales, distintas. ¿Pero quizá con algunos rasgos que les identifican, como el antihéroe, la pérdida?
La figura del antihéroe me interesa. Siempre me han interesado más los débiles que los fuertes. En la vida y en la literatura. Más los frágiles que los compactos. Además, ya hablando solo de la escritura, creo que los personajes vulnerables, esos eternos perdedores, tienen una carga o un componente dramático mucho más sugestivo e interesante. No nos conmueve tanto ver a gente que es muy feliz todo el tiempo, y sí a los que son, al menos, igual de desgraciados que nosotros. Alguien dijo que nos gusta ver películas, ir al cine, porque durante dos horas son otros los que lo pasan mal.
¿Te gustaría tener un estilo o temática por el que se te reconozca o quizá te gustaría probar por otros derroteros?
Escribí un poemario el año pasado. Se titula Levoraz. Y es lo más difícil que he escrito nunca. La poesía es otro mundo, pero, por suerte, se cruzó en mi camino para ayudarme a contarme algunas de las cosas que me sucedían entonces y que, creo, no hubieran salido de otra forma. No quería tramas, esta vez no quería personajes para acercarme a mi realidad, solo palabras, sonidos, significantes, imágenes. Ha sido una experiencia creativa que, sin duda, repetiré en algún otro momento.
¿Hay algún otro as que lleves bajo la manga? ¿Otro proyecto narrativo? Lo mismo viene en celuloide y no en papel…
Ojalá fuese así como dices. No me importaría rodar una película, es algo que siempre me ha atraído. Pero, de momento, bastante tengo con aprender a escribir. Como conté hace poco en una de las presentaciones de Coleman, he comenzado otra novela. Tuve hace meses una idea reveladora que me pareció interesante y que el maldito de Night Syamalan ha tenido también, o muy similar, en su planteamiento y composición. Él ya lo ha hecho, será su próxima película, Time; nada más comenzar a ver el tráiler hace pocas semanas supe, por el título, que era la misma idea inicial. Mierda. Aunque nada tienen que ver luego los escenarios donde transcurre la historia ni los personajes que la viven. Así que la escribiré de todas formas, no creo que haya más coincidencias entre ambas ni que Syamalan y yo coincidamos tampoco en la vida real. Eso sí, me jode un poquito que hayamos tenido, salvando las inmensas distancias, la misma idea de partida.
Ahora vamos contigo. Graduado del Máster de Narrativa, profesor de Escuela de Escritores y director de su sede en Getafe. ¿Cómo resumirías tu paso por el máster y tu experiencia del otro lado como profesor de Escritura Creativa?
Me gusta mucho ser profesor de Escritura Creativa. Y, además, serlo en Escuela de Escritores, donde me formé cursando el Máster de Narrativa en su tercera promoción (2011-2013). Ahora coordino la sede que la Escuela tiene en Getafe y soy profesor, tanto ahí como en la sede principal en Madrid. Ser profesor o profesora de narrativa es un privilegio: los libros y la literatura, las historias de ficción, los mundos posibles e imposibles, están en tu vida todos los días, forman parte esencial de ella, ¿no es maravilloso?
Si te dedicaras a otra cosa, ¿cuál sería?
Sería coreógrafo. Como Roy Scheider en All That Jazz. Lo tengo claro.
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