Las autoras presentan este sábado a las 19:00 h. en Escuela de Escritores su primer libro de relatos
Estamos muy orgullosos de las once jovencísimas escritoras que este sábado a las 19:00 h. presentan en Escuela de Escritores su primer libro de relatos, ‘Escrito la noche anterior’.
Los cuentos de Raquel Ávila, Lucía Cardona, Lucía Catalán, Sara Colmenarejo, Elena Escalante, Carla Fuentes, Eugenia de Lacalle, Irina Luzzi, Paula Martín, Julia Sánchez-Arévalo y Celia Torrente son el resultado de un año de trabajo y han sido gestados, esbozados, corregidos y editados durante el curso de escritura creativa para adolescentes ‘El cuarto de juegos’, que la profesora Juana Márquez imparte en Madrid.
«A mediados del verano de 2013 mis primos, mi hermana y yo estábamos ya tan desesperados que tirarnos por un precipicio parecía una buena idea si con eso rompíamos la rutina». Así comienza ‘Los retos’, de Raquel Ávila, el relato que abre ‘Escrito la noche anterior’: angustia vital, urgencia adolescente y la valentía para convertirlas en historias… y escribirlas.
Este libro es el resultado de un año de trabajo. Los relatos que en él pueden leerse, todos ellos de escritoras jovencísimas, han sido gestados, esbozados, escritos por primera vez, reescritos varias veces, corregidos y editados por fin durante el curso “El cuarto de juegos” que actualmente imparto en la Escuela de Escritores.
Un libro como este no es un proyecto cerrado, ni siquiera fue nunca un objetivo a alcanzar, sino que se parece más a una isla sin descubrir hacia el que la aventura de escribir ha llevado a estas autoras. Si he de admirar algo en este libro es, sobre todo, el hecho en sí de que exista. Porque es obligado señalar que cada una de estas jóvenes, una vez finalizada su semana de clases en sus respectivos institutos, sus exámenes y sus nervios, sus trabajos de biología, latín o matemáticas, sus intercambios con alumnos de otros países, o todo aquello que forma parte de la vida de una estudiante, se levantaban temprano los sábados y venían a clase con un único objetivo: aprender a escribir.
Desde luego, puedo asegurar que lo han conseguido. Y no porque la obra que ustedes tienen en sus manos sea la mejor de todas las que serán capaces de escribir en un futuro, sino porque en estos relatos están todos los ingredientes de lo que llamamos escritura creativa. Escribir es precisamente lo que estas adolescentes han hecho en este libro: crear historias, vivir a través de las historias, sufrir con sus personajes y con sus miedos, temer al folio en blanco, reescribir una y otra vez sus textos como quien pule un objeto valioso y, lo más importante: ser tan valientes como para dar ese trabajo por finalizado y publicar este libro.
Desde que imparto este curso para alumnos adolescentes en la Escuela de Escritores, intento comprender por qué la escritura y la adolescencia estén tan hermanadas, cuál es la razón de que fluyan juntas de una forma tan natural. De no ser así qué duda cabe que estas alumnas, con la agenda cargada de deberes de todo tipo, no vendrían a clase los sábados por la mañana a que yo, otra profesora más, les propusiera la escritura de un relato para la semana siguiente… ¡ellas ya tienen mucho que hacer! Si vienen todos los sábados a clase no es para trabajar, sino para dejar de hacerlo. No es para vivir más de la vida que ya tienen, sino para tener el poder de detenerla, de recrearla y paladearla en escenarios narrativos construidos por ellas mismas.
Porque la adolescencia, lo sabemos bien, es caos. Es caos corporal, es caos situacional, es caos mental: es el desorden en sí, porque nada permanece, ni el cuerpo, ni los espacios, ni los valores: nada. La adolescencia es velocidad, el adolescente corre hacia el adulto que será cada día, a trompicones, equivocándose y volviendo a empezar, cayéndose y poniéndose en pie para elegir de nuevo otro nuevo destino. Así, la escritura les calma, porque narrar es ordenar el caos. La escritura detiene al adolescente: se produce la magia de la pausa, el sosiego de vivir en una trama que utilizan, sin proponérselo, para ordenarse y ordenar el mundo. Francisco Umbral decía “escribo para desaparecer”. Puedo afirmar que estas autoras han desaparecido de sí mismas al escribir estos relatos, han creado universos-disfraz que les han permitido detenerse, vivir con toda plenitud en el marco de cada uno de sus relatos. Incluso el título de este libro, Escrito la noche anterior, elegido por todas las autoras, refleja en parte esta idea de urgencia vital. Parece que nos quisieran decir algo así como que vamos deprisa, pero la escritura logra que nos detengamos un instante, el sosiego, la mirada profunda sobre todas las cosas.
Así, Raquel Ávila, en su relato “Los retos”, nos ofrece un cuento de tintes costumbristas que lleva al lector de la mano a una infancia que es de ella pero que podría ser de cualquiera, con esa habilidad que posee de emocionar con lo cómico y hacer reír con lo trágico.
Lucía Cardona, en “Crisálida de obsesión”, nos hace sentir que no, definitivamente, no estamos seguros. Cualquier situación puede ser el detonante de una tragedia. La locura puede estar ahí, fuera, o lo más terrible, dentro de nosotros. Con su tono siempre sarcástico conduce al lector a la oscuridad de lo humano.
El relato de Lucía Catalán sorprende por su madurez. Desde luego, la autora no ha vivido más de los quince años que tiene. Sin embargo, “Rutinas” es un texto construido con los materiales de la vida tal y como es, como podría hacerse desde una mirada adulta. Sara Colmenarejo ha sido la última en aventurarse en este proyecto, solo ha asistido a dos clases del tercer trimestre. Aun así, “Familia de contrabando” es un texto divertido, que nos hace intuir que también de Sara podemos esperar, en un futuro, una escritora de las de verdad.
Qué decir de Elena Escalante. Solo nos deja una muestra de todo lo que es capaz de hacer cuando escribe: “Así en la tierra como en el cielo”. Un texto sobrio y a la vez divertido, inquietante, con tintes surrealistas que deja al lector perplejo y con la certeza absoluta de haber leído un magnífico relato. De Carla Fuentes puedo decir que escribe sensibilidad. Sus relatos destilan emociones, hacen sentir. “La estrella” es un texto en el que mezcla con seguridad dos temas difíciles de abordar: la muerte y la infancia, y lo hace con rigor, sin caer en la sensiblería. Eugenia de Lacalle nos deja en “Malditas bombillas” algunos de los más terribles miedos de la infancia. Eugenia es una de esas autoras que escribiría novelas larguísimas si le dejaran tiempo y espacio, así que reconozco aquí su mérito al haber sabido cerrar en un relato corto una historia tan cargada de acción y de emociones.
“Un pitido”, el relato de Irina Luzzi, es una propuesta inquietante que aborda un asunto difícil donde los haya: el terrorismo internacional. En él, Irina se atreve a enfrentar a un niño a ese monstruo, y nos pone en la difícil situación de comprender que todos podríamos estar en su punto de mira.
Paula Martín nos deja en este libro uno de sus relatos más divertidos, “Instrucciones para cruzar un semáforo”. Este texto surgió de un ejercicio de clase: emular las “Instrucciones” de Cortázar. Pues bien, Paula no solo ha comprendido la mecánica invisible de Cortázar, sino que es capaz de hacernos cruzar la calle de todas las maneras posibles, y muertos de la risa.
Julia Sánchez-Arévalo lee como si cantara. En su relato “Triple silencio” aborda la última despedida de quien se nos va definitivamente, y lo hace con sensibilidad y valentía, nos emociona y nos hace comprender el sentido de la vida por encima de todas las cosas.
Y por último, Celia Torrente, que nos ofrece en su “Atraco a un banco” la aventura más trepidante del libro. Es un relato con movimientos tan sincronizados que da la sensación de que los personajes bailan a través de la acción y están donde deben estar en cada instante. Técnicamente es un texto en el que todo encaja y, en cuanto a la trama… pasen y lean.
Este es el libro de once jóvenes escritoras. Once adolescentes que, quizá, no sean más que una muestra privilegiada, pero que nos hacen pensar que es posible que los que vienen por detrás vienen con arrojo y valentía, talento y muchas ganas de hacer las cosas bien. “Escrito la noche anterior” es, por tanto, como la maleta que uno trae cuando vuelve de un viaje. Llena a reventar, y con la que no han podido los golpes del camino. Es esa maleta que ya no será nunca más compañera de viaje, y que, aunque resulte paradójico, lo será siempre, como si fuera la única.
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