Entrevista a Rosario López sobre su primera novela ‘Los besos secos’
Rosario López estudió Periodismo en la Universidad de Sevilla. Tras ejercer como periodista en Andalucía, Praga y Melilla, fue voluntaria europea en los Balcanes, donde también desempeñó funciones de redactora y enseñó español en Prilep, Macedonia del Norte. Rosario cursó la VII Promoción del Máster de Narrativa de la Escuela de Escritores, donde obtuvo la beca al mejor aprovechamiento y se graduó sobresaliente cum laude con su proyecto de fin de máster, su novela Humanidad. También desempeñó funciones de editora y periodista en Páginas de Espuma y en Libros de la Ballena. Es editora del libro La vida de pie, de Herminia Brumana e impulsora de la publicación de Íntimas, de Adela Zamudio, en España.
Rosario López también escribe reseñas y artículos para periódicos y revistas; es profesora y examinadora de español para extranjeros; editora freelance y asesora literaria. Ayuda a otros escritores a mejorar sus manuscritos para presentarlos a concursos y editoriales.
El 14 de febrero se terminó de imprimir en Madrid su última novela Los besos secos (Finalista del L Premio Internacional Ciudad de Barbastro), la última exquisitez literaria publicada por el sello Bala Perdida. La Rompedora ha robado unos minutos a Rosario para hablar de estos besos secos.
Antes de hablar sobre la obra, nos gustaría conocer más sobre la autora. ¿Tu padre también te contaba historias, como hacía el de Lucía, tu protagonista? ¿Comenzó así tu fascinación por escribir las tuyas?
Quien me contaba historias es mi abuela. Mi abuela Rosario no sabe leer ni escribir, pero sí narrar. Es una narradora nata. Cuando yo era niña, me contaba cuentos orales. A veces se quedaba dormida a mitad de la historia y yo me imaginaba el resto, no sé si con final feliz. Solían ser historias muy crueles, de hermanas que se peleaban por la riqueza, por el maíz, de la lista, la tonta, el hambre, cosas horribles, pero con humor. Todas las historias que me contaba tenían humor, macabro, eso sí. Recuerdo a mi abuela reírse con estas historias, recuerdo su carcajada. Ella, de hecho, no habla de cuentos, sino de chascarrillos. Me enseña de dónde venimos, de dónde viene nuestra literatura. Aún hoy. Cuando voy a verla, si voy con prisas, me suelta una frase gancho, de cualquier anécdota, pregunto y responde: “Si te sientas, te lo cuento”. Me hace la promesa del narrador al lector, de que el tiempo que voy a invertir en escucharla merecerá la pena. Y siempre lo merece. Nunca, además, me desvela el misterio de lo que ha querido decirme. Solo cuenta. Solo narra.
Después de fuentes tan ricas en narrativa como lo ha sido tu propia familia o tu amplia experiencia como periodista, voluntaria en el extranjero, editora, articulista y profesora, ¿hay alguna aportación que recuerdes, en especial, del Máster de Narrativa?
El Máster de Narrativa es como ir al oftalmólogo cuando ves turbio, ponerte las gafas. Lo bueno es que no solo te pones las gafas para tu miopía, sino que asistes a un espectáculo con visiones diferentes. Una se va quedando con lo que le va ayudando a desarrollarse como escritora. Yo solo sabía que escribía más o menos bien y que la gente se emocionaba leyéndome algunas veces, o eso decían. No tenía ninguna fe en lo que hacía. Aún hoy no tengo demasiada fe en el resultado, pero sí en el proceso y en el amor que pongo, en el trabajo. Si el Máster se llama El arte y el oficio es porque es eso: amar lo que haces y hacerlo todo el tiempo posible (y el imposible). Así me lo tomé yo. El Máster fue la mejor decisión que tomé al volver de los Balcanes. Madrid, además, es la ciudad idónea. Y la Escuela, una casa.
En más de alguna ocasión te hemos saludado por Malasaña. Intuimos que Los besos secos comenzó con tu mirada de escritora siempre atenta al barrio y a sus potenciales hilos narrativos. ¿Vamos bien? ¿Cómo decidiste armar tu novela?
Sí, Los besos secos es pura Malasaña, y puro barrio Maravillas. A mí me llegan las realidades que cambian su nombre. Yo viví cuatro años en la misma calle que Rosa Chacel, casi al lado de donde reza su placa en el balcón desde el que ella miró el mundo. Para mí eso es escribir, básicamente, mirar el mundo desde tu balcón abierto. La vida es riquísima y todo el mundo cabe en una calle. Pero además Malasaña es un Madrid lleno de muchos mundos y del mundo actual, de actrices que solo pueden serlo en su cabeza, como Lucía, que desea amar, pero teme, y es camarera y tiene que pagar sus facturas. Me interesa mucho la calle y me fijo en la mujer que pide en el supermercado al lado de un contenedor que tiene escrito Maravillas, porque hay negocios que se siguen llamando como el barrio anterior. Es decir, me interesa juntar el universo en un adoquín levantado. Y Malasaña es eso. Casi todo lo que sucede en la novela, de alguna manera, puede verse caminando: los bares, el Camacho, el Ojalá, el Pepe Botella, la Plaza del Dos de Mayo. Pero sobre todo creo que pueden reconocerse las personas. Solo que aquí yo les descorro su cortinita para ver qué tienen dentro. Y las mezclo con un pueblo andaluz, con los Balcanes, con cualquier cosa, en realidad. Me interesa lo que nos une.
La voz narrativa de Lucía, tu protagonista, es exquisita. Una voz en segunda. ¿Probaste con otras voces antes de decidirte por esta?
Muchísimas gracias. «Una voz es más potente sola», dice la narradora en uno de los fragmentos. Curiosamente esta es una voz llena de muchas voces. Decía Edith Wharton que una no tiene que escribir para sí misma, ni para el lector ni para el editor, sino para ese otro yo que tenemos y que está en alguna parte. Creo que explica bastante bien ese “tú” al que se refiere Lucía en algunas ocasiones. Fundamentalmente, fui escribiendo a mano los bombardeos de su interior y luego fui buscando “culpables”. Eso casa bastante bien con el modo de comportarnos que tenemos ante un amor, que no era amor, fallido. Es más fácil, para algunas personas centrarse en los errores de los demás que no nos permiten crecer a nosotros. A mí me interesa ir muy lejos y ver qué nos hace seguir al lado de esos errores. Esos errores, en buena medida, vienen a tapar el misterio. Y no hay más misterio que la otra persona. Todos estamos solos. Con o sin pareja. Y eso es también lo que nos une. Por eso abro con la cita de Lope de Vega: A mis soledades voy/ de mis soledades vengo. Podemos cambiar soledades por cualquier cosa. Pero siempre hay un TÚ al que nos dirigimos y un YO del que venimos. Un cuerpo que viene de otros cuerpos y a otros cuerpos va.
Esa última parte de tu novela, «SE ABRE EL TELÓN»: ¿Por qué el cambio de personaje y de voz?
Esta pregunta es difícil de responder sin desvelar el misterio, y no quiero que mi abuela piense que no he aprendido nada… Digamos que en este último capítulo rendimos homenaje a Cervantes, con ese VALE con el que termina también Don Quijote, cerramos una propuesta narrativa sobre la importancia de la mentira verdadera. «Para él no había otra historia más cierta en el mundo», se dice en el primer capítulo de Don Quijote. «La mentira más verdad nunca dicha», le dice un viejo a Lucía, que es Don Quijote, que tiene que leerlo, ese libro. Esta anécdota es real: me ocurrió a mí en Granada, y mira por dónde, encuentra su sitio tantos años después… La vida, insisto, es verdaderamente mágica. Que el lector encuentre su misterio en esta parte amada final.
Dicen, dices en tu novela, que solo son dos los grandes temas de los que se escribe: el amor y la muerte. ¿Fueron estas dos pulsiones humanas las que te llevaron hasta estos besos secos?
Sin duda. Yo quería escribir sobre amor, porque ya había escrito mucho de muerte, pero el amor es vida y la muerte forma parte de la vida. Decía Rosa Montero, lo dijo en una de las clases magistrales del Máster, que quien está muy lleno de muerte está muy lleno de vida. Para mí tiene su explicación en que quien sabe que ha tenido muertes y puede hablar de ellas, podrá seguir viviendo. Está vivísimo, de hecho. Creo que en general hemos tenido un tratamiento con la muerte muy ridículo. No sé quién dijo algo así como que morirse era un ratito nada más y luego se pasa. Marguerite Yourcenar, una autora que me fascina, habló muy bien de lo malo que es el apego. No hay que aferrarse a nada, ni siquiera al cuerpo de uno.
Miguel Delibes, Francisco Umbral, Valle-Inclán… Los besos secos nos recuerdan a estos grandes maestros pero, ¿a quién nos recomienda en especial Rosario López?
Madre mía, qué honor. Gracias. Tengo que ponerme de puntillas para llegar al mueble donde están estos maestros, y puede que solo los alcance alguna vez de lejos. Es emocionante pasar por la casa donde vivió Alejandro Sawa (el Max Estrella de Valle Inclán), en Malasaña, al lado de Conde Duque. Caminando, insisto, se ve mucho. A mí me gustaría recomendar, si me permites, además de a estos tres autores, a quien, con Cervantes, me ayudó muchísimo a armar esta novela: Ángel Vázquez. Su obra, La vida perra de Juanita Narboni, una verdadera gozada, podría ser la abuela de Los besos secos. Juanita y Lucía podríamos ser mi abuela y yo escribiendo.
Tú, que conoces bien los dos filos de la espada, escritora y editora, ¿cuál sería tu primer consejo a quienes estamos buscándole casa a nuestros manuscritos? ¿Cómo llegaron a conocerse Los besos secos y la editorial Bala Perdida, por ejemplo?
Primero, hacer una reflexión sobre qué es tu manuscrito, no de qué va, sino cuál es tu propuesta y por qué quieres publicar y por qué una editorial querría publicar tu manuscrito. Por qué y para qué. No son la misma cosa. Después, ir a encuentros con editores, exponerse y hablar de lo que has hecho, de lo que haces, de quién eres y qué te interesa. No sin antes estudiar el catálogo de cada editorial y el mercado, las cosas que se publican ahora y lo que sale en los periódicos, pedir ayuda si estás perdido en esto. Y no desesperar, recibirás muchos noes, pero es mejor que no recibir respuesta. Probar con concursos también está bien: ponen a prueba tu trabajo y eres leído. Yo conocí a Lorena Carbajo, la editora de Bala Perdida, en el encuentro con editoriales que organiza la Escuela, una experiencia enriquecedora a la que animo a enfrentarse con naturalidad: «Esto soy yo y esto he hecho». Incluso: «Esto me gustaría».
¿Qué es lo que más te remueve en la historia de Lucía?
La he leído mucho y no me ha aburrido ninguna lectura. Eso es un logro, sobre todo para mí que me la sé de memoria. Cada vez menos. Me removería, me emocionaría pensar que alguien se emociona leyendo esta historia, que son muchas historias, en pequeñito, como la de Manuel. Las historias del bar. Las historias del campo. Las historias de las guarderías. Las historias de una casa. Las historias de nuestro adentro. Me removería saberme acompañando a alguien, que, además, consigue llorar o soltar una carcajada. Que la experiencia de vida de alguien fuera más rica después de Los besos secos.
¿Cuál es tu principal interés, tu capricho más buscado al contar tus historias?
Juntarnos.
¿Qué es lo contrario a los besos secos?
El mar.
Si no fueras escritora, ni editora, ni periodista, ni profesora de Escritura Creativa (¿nos dejamos algo en el tintero?), ¿te hubiera gustado ser actriz?
Cantante.
Por último –y porque si no cortamos ahora, nos vas a acabar echando-: sabemos que escribes «todo el rato». ¿Nos puedes adelantar algo sobre otro de tus proyectos literarios?
Bueno, tengo muchos. Pero he aprendido a distinguir entre lo que escribo y lo que quiero publicar. En lo primero no tengo filtro, siempre estoy en el proceso, soy tremendamente curiosa y quiero aprenderlo todo, aprender de mí y del mundo a través de la escritura. Escribir es para siempre, el placer es infinito. Dice Faruk Šehić, en Las aguas tranquilas del Una: «Deseo serlo todo, como la mayoría de la gente en la Tierra».
Error: Formulario de contacto no encontrado.