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Escrito por: JAIME BARTOLOMÉ
Todos hemos oído alguna vez a alguien afirmar que le da miedo hablar en público; incluso en algunos casos hay quienes lo describen como «terror» o «pánico». La diferencia entre el pánico y el miedo es bastante sencilla: el pánico nos paraliza, nos vuelve incapaces de impartir esa charla o responder esa ronda de preguntas mientras que el miedo simplemente nos hace pasar un mal rato, seguramente mucho peor de lo necesario.
Yo no soy psicólogo profesional por lo que voy a dejar deliberadamente a un lado el pánico y voy a aprovechar para recomendar que, si alguno de los lectores siente ese terror paralizante que le impide moverse, hablar, altera su cognición y llega a bloquearle, por favor, consulte a un profesional.
¿Pero qué hacemos con ese otro compañero habitual, el miedo? ¿Acaso no sentimos miedo los improvisadores antes de subirnos al escenario de un teatro? ¿Los cómicos antes de agarrar el micrófono y subirnos a esa caja de cervezas y comenzar el monólogo ante un público que parece más interesado en los huesos de aceitunas del suelo que en el escenario?
La RAE nos dice que el miedo es una «perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo de daño real o imaginario». Y, por una vez, la definición de la RAE resulta bastante útil. Porque, efectivamente, el miedo es, en muchas ocasiones, un mecanismo adaptativo que nos ayuda a evitar peligros. Por ejemplo, el miedo a las alturas nos ayuda a no despeñarnos por un acantilado, el miedo al fuego a no meter la mano en la vitrocerámica y el miedo al COVID nos ayudó en la primavera de 2020 a llevar mascarilla y no ir por la calle lamiéndole la cara a desconocidos.
Sin embargo, el miedo a hablar en público no nos protege de ningún daño real porque, por norma general, el público no hace daño a quien sale al escenario. Y este es el primer paso para vencer a este miedo. Conviene preguntarse ¿qué es lo peor que puede pasar? Y la respuesta, casi siempre, es «hacer una presentación que no sea especialmente brillante». Porque no, no es frecuente que se despida a gente por una charla de diez minutos y que eso conduzca a una espiral en la que tu pareja te abandona, pierdes tu casa, vives debajo de un puente y una pandilla de skin head te dan una paliza en el amanecer del día de Navidad. Todo eso son riesgos imaginarios que tu cerebro ha creado para angustiarte innecesariamente. ¿La buena noticia? No es sólo tu cerebro. Absolutamente todos los cerebros de todo el mundo hacen esto todo el rato. ¿Por qué? Porque están preparados para ello y, en un mundo escasito en riesgos como el nuestro, se inventan riesgos constantemente.
Segundo paso. Suele ser una buena idea aprender a distinguir el miedo de los nervios. Los nervios son buenos y los tenemos todos. Estar nervioso –notar que el pulso se acelera, incluso un poquito de sudoración y creer que la voz se nos va a ir– es normal. Lo mejor es equiparse para aquello que nos molesta. ¿Nos molesta el sudor en las manos? Llevemos un pañuelo o algo que nos ayude a secarnos. ¿Nos da la sensación de que la voz se nos va? Ve al baño cinco minutos antes y repite, con voz clara, la primera frase de tu presentación. Hazlo varias veces. Si es «Buenos días, querido público, hoy vamos a hablar de las prestaciones en los seguros de decesos», dila. Si es «Estamos aquí reunidos para la boda de Francisco José y Marta», también. Oír tu primera frase con voz clara y contundente en un lugar privado te va a ayudar a salir con confianza.
Tercer paso. Recuerda que el 99% de los síntomas del nerviosismo sólo los percibes tú. ¿Esa sensación desagradable en tu glotis que te hace creer que tu voz es la de un urogallo? Sólo la notas tú. ¿La flojera de rodillas? Sólo la notas tú. ¿Las mariposas en la boca del estómago? Sólo las notas tú. ¿Ese temblorcillo en la mano? Sólo lo notas tú pero, por si acaso, no lleves tus notas en un folio. Llévalas en una tarjeta de cartón o una tablet y el riesgo de que el temor sea visible tenderá a cero. (Fíjate en cualquier presentador de televisión y verás que llevan siempre el texto en soportes pesados, nunca folios ni hojas en los que la vibración es muy visible).
Cuarto paso. Si crees que tus nervios son imposibles de ocultar, si crees que realmente todo el mundo está notando lo nervioso que estás porque te has equivocado dos veces durante la misma diapositiva, dilo. Sí, has leído bien. Estoy diciendo que reconozcas públicamente estar nervioso. Puede parecer una chorrada, pero es una especie de exorcismo. Una vez que uno dice «Joder, qué nervioso estoy» los nervios se relajan. ¿Por qué? Porque nos da igual que los demás noten nuestro nerviosismo. Si eres alguien con una cierta vis cómica, puedes hacer incluso un pequeño chiste. Si no lo eres, dilo como te resulte más cómodo, pero dilo. En resumen, si se aproxima el día de una gran presentación y te sientes inquieto o nervioso, no te preocupes, es absolutamente normal. Les pasa a los actores antes de un estreno, nos pasa a los actores antes de una gala y, sobre todo, nos ocurre a todos los seres humanos antes de episodios sin ningún riesgo real como ir al dentista, sacarnos sangre o pasar la ITV. Así que, si sientes miedo, tómatelo como parte de tu preparación y recuerda: ningún público agredió nunca a un ponente al terminar su charla. Ese es un placer reservado para los cómicos que empezaron a hacer comedia en España en los 90.
Licenciado en CC. Imagen y Diplomado en Guion y Dirección Cinematográfica por The Los Angeles Film School (LAFS). Profesor de Guion y Storytelling para Escuela de Escritores desde 2003. Consultor Freelance de Storytelling especializado en formación y comunicación interna para clientes como Melià, Grupo Santander, NH Hoteles, ING Direct, Naturgy, Tecnatom, Iberdrola o Volvo, entre otros.
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