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Escrito por: JAIME BARTOLOMÉ
El 90% de los artículos para mejorar la comunicación oral se centran en las técnicas que debe controlar el hablante: mejora la voz, cuida tu postura, controla la mirada, define mejor tus gestos… Todos estos consejos son estupendos, pero, en mi modesta experiencia, no sirven de nada si no hemos conseguido desarrollar una habilidad previa: la habilidad para escuchar a nuestro público.
Lecciones de viejos cómicos
Muchos manuales de stand-up comedy lo dicen de forma clara: “Todo monólogo es un diálogo con el público”. Sin embargo, parece que en esto el stand-up le saca varios años de ventaja al mundo de los PowerPoint corporativos. La realidad es que, hable o no hable, la audiencia manifiesta de forma continua su parecer sobre lo que nosotros hacemos en el escenario o en el estrado de ponentes. Puede parecernos que en el mundo corporativo estas manifestaciones son siempre más educadas que lo que podemos encontrarnos en un bar a las cuatro de la mañana, pero no por ello dejan de estar ahí.
¿Para qué sirve escuchar?
Cualquiera que esté haciendo una presentación debería tener la capacidad de percibir en tiempo real si la presentación está llegando a sus destinatarios o no y, sobre la marcha, ser capaz de implementar pequeños cambios que mejoren su eficacia. ¿Estoy usando el tono adecuado o estoy resultando demasiado formal/informal? ¿Estoy usando el lenguaje adecuado o estoy usando un lenguaje excesivamente técnico/poco técnico para mi audiencia?
Incluso en cuanto al contenido, deberíamos ser capaces de percibir los efectos de nuestra presentación sobre la audiencia para, sobre la marcha, detectar pérdidas de atención en ciertas partes de la charla y tratar de ponerles remedio.
¿Qué hacer si la audiencia desconecta?
Así, yo suelo llevar preparados pequeños ejercicios de “interacción” con la audiencia para introducirlos en aquellos tramos de la clase o la charla en los que sospecho que puede haber un “valle” de atención. (Un valle de atención es un eufemismo que, en realidad, quiere decir que el 50% de tu audiencia ha abierto su correo electrónico en el portátil y el otro 50% está repasando la lista de la compra mentalmente). Estos pequeños “cambios” se pueden introducir sobre la marcha, no requieren editar nada sobre el documento que se está presentando y pueden ser desde pequeñas preguntas a la audiencia hasta ejercicios o juegos más complejos que les obliguen a prestar atención y, ya puestos, también a despertarse y dejar de hacer la fotosíntesis.
En muchas ocasiones, se argumenta que si escuchas demasiado a tu audiencia corres el peligro de desanimarte mucho si ésta desconecta o si se resiste a tus encantos. Quien argumenta así parece ignorar el hecho de que pocas cosas resultan más desmoralizantes que presentar un PowerPoint durante 30 minutos a un grupo de ficus de la familia de las Moraceae. En resumen, es imprescindible aprender a escuchar –observar, oír, detectar y hasta palpar de forma metafórica– a nuestras audiencias para así poder establecer ese diálogo del que hablábamos más arriba y lograr que el contenido de nuestras presentaciones llegue a sus destinatarios. No se trata sólo de que no hacerlo supondría resignarse a hacer presentaciones cuyos contenidos no llegan nunca a nadie, se trata sobre todo de que, en cualquier conversación, la habilidad para escuchar es detectada rápidamente por ambas partes y se identifica como una de esas grandes virtudes del siglo XXI: la empatía.
Licenciado en CC. Imagen y Diplomado en Guion y Dirección Cinematográfica por The Los Angeles Film School (LAFS). Profesor de Guion y Storytelling para Escuela de Escritores desde 2003. Consultor Freelance de Storytelling especializado en formación y comunicación interna para clientes como Melià, Grupo Santander, NH Hoteles, ING Direct, Naturgy, Tecnatom, Iberdrola o Volvo, entre otros.
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