Graduado en Guión y Dirección de Cine por The Los Angeles Film School al amparo de una beca Fulbright, Jaime Bartolomé gana en 2011 el VI Premio ‘MUCES’ de guion de largometraje ‘Ciudad de Segovia’ con Incidencias, largometraje que luego sería dirigido por José Corbacho y Juan Cruz. También ha participado en varios proyectos de largometraje en desarrollo además de dirigir numerosos cortometrajes, el último de todos ellos Amistad Cupcake.

En el canal You Tube de Escuela de Escritores tienes acceso a todos los cortometrajes dirigidos por Jaime Bartolomé como proyectos de final de curso de los alumnos realizados en los talleres anuales de guión: Amor de mamá (2011), Regla de tres (2010), Al dente (2009), Expediente J (2008) y Sombras (2007).

Vocacional de la docencia, compatibiliza su actividad profesional como guionista y realizador con las clases en Escuela de Escritores, Bululú 2120 (Escuela de Interpretación) y Escuela de las Artes de la Comedia (Stand up).

Film School: Creían que iban a hacer historia pero solo estaban haciendo cine

Novela
Autopublicación
2020

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Pruebas

Largometraje
Dirección
2011

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Sostenido

Documental
Dirección
2006

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Jaime es increíble, es un animal de poder, me ha guiado por un camino desconocido, en un año muy accidentando para mí, con paciencia y determinación. Sacando lo mejor de mi escritura y de mí, siempre de forma constructiva.

Rosa Soro, desde Huesca

Jaime es un lujo de profesor, super creativo y divertido, vamos, el que todos desearíamos haber tenido de pequeños en el cole. En muy poco tiempo, ha conseguido sacar lo mejor de mí y pulir esos defectos de escritura que arrastraba de serie. Sin duda alguna, las semanas mejor invertidas desde que empecé a escribir.

Elisa Alonso, desde Auckland (Nueva Zelanda)

Entrevista al profesor

No conozco a nadie que «escriba» que no haya rellenado, como mínimo, media docena larga de papeleras antes de poder releer su primer guion sin ponerse rojo como un tomate. Normalmente, cuando tú te das por satisfecho, viene además tu equipo, el productor, el director, etc. a rellenar otras tres o cuatro papeleras con tus cinco o seis primeras versiones del guion así que sí, definitivamente, el guionista se hace, no se nace. Incluso a lo que popularmente se llama «contar historias» se aprende. Todos hemos reventado un chiste alguna vez por poner el desenlace antes del planteamiento, por dar información que no era necesaria, por crear expectativas innecesarias… Contar algo y que resulte interesante tiene una técnica y, como tal, se puede enseñar y aprender. Y conviene no olvidar que, si vamos a gastarnos un millón de euros en rodar una película basada en nuestro guion, lo menos que le podemos pedir es que mantenga a los espectadores razonablemente interesados en ella…

Para mí, mi labor como profesor es una prolongación natural de mi actividad profesional como director y guionista y una especie de «gimnasia mental» que me obliga, periódicamente a replantearme todo lo que sé, estructurar mis conocimientos y cuestionarme cosas que, de otra forma, probablemente se convertirían en una pura rutina técnica.Es como si a un conductor medio, le obligásemos a enseñar a conducir durante una semana a otras dos personas. Por el mero hecho de hacerlo, se verá obligado a plantearse por qué cambia de marcha en uno u otro momento, por toma las curvas así o asá… El resultado no sólo será beneficioso para el alumno sino que el profesor de autoescuela improvisado acabará conduciendo mucho mejor. Empecé a dar clase –de realización televisiva— por pura necesidad económica en el año 98 y, poco a poco, la verdad es que se ha convertido en otro tipo de necesidad.

No creo que mi metodología sea demasiado peculiar. Lo que sí tengo claro es que, a escribir guiones, como a casi todo, se aprende por ensayo-error y por imitación. Por lo tanto, las clases se basan fundamentalmente en la práctica y el desarrollo de proyectos propios y en el visionado de fragmentos relevantes de distintas películas. Eso no quiere decir que no se profundice en la teoría pero creo que los porqués de la narrativa cinematográfica se entienden mejor con ejemplos que en el plano de lo puramente abstracto.

Creo que David Mamet dijo una vez que un guionista es un señor que, en lugar de salir con su familia al campo los domingos, se encierra en una habitación, habla solo durante horas y luego sale con tres cuartillas arrugadas bajo el brazo. Puede que estuviese exagerando pero lo cierto es que dedicarse a esto exige mucha capacidad de trabajo y eso es lo único que les exijo a mis alumnos: capacidad de trabajo. No importa si uno tiene una vida muy complicada y sólo puede escribir una página a la semana. Lo importante es comprometerse a escribir una página y hacerlo. El problema viene cuando uno se compromete a escribir seiscientas y luego no escribe ni la mitad… Esto es una constante a lo largo del curso y se exige tanto al comienzo como al final sólo que, proporcionalmente, es mucho más difícil de mantener al final porque ya no estamos ante el lienzo en blanco –que digan lo que digan es bastante inspirador— sino ante un cuadro prácticamente acabado en el que hay que dar uno o dos retoques muy precisos. A veces esos retoques son.

Yo soy un firme defensor del humor a nivel teórico y práctico. Creo que sin ironía, la vida sería una cosa francamente gris y aburrida. Por ello, trato de que, hasta cierto punto, el clima de trabajo en el grupo sea proclive a la broma y al humor. Ojo, eso no quiere decir que no se haga un trabajo serio pero cuando, como en este caso, lo que se pone sobre la mesa son proyectos que en muchos casos llevan aparejadas visiones muy personales, emociones y todo tipo de implicaciones, creo que el humor ayuda a todos –al guionista y a los «escuchas»— a distanciarse un poquito y así ganar algo de objetividad. Se evitan discusiones, se gana en receptividad y, sobre todo, los «egos» quedan a un lado que eso en esta profesión es fundamental… También creo, firmemente, que un profesor tiene la obligación de hacer su materia lo más interesante posible. Es su obligación. Y yo trato de mantener a mis alumnos interesados en la clase… Si lo consigo o no es algo que deberían responder ellos.

Yo diría que la empatía, saber estar al lado de los alumnos y comprender y respetar su trabajo. A mí me parece necesario que el profesor sepa animarles en esa tarea difícil que es la escritura, y me parece necesario también que les sepa guiar en el camino y mostrar las bellezas que esconde a medida que avanzan.

Ya he dicho que, para mí, la docencia es la prolongación natural de mi actividad profesional. Además, la docencia es extraordinariamente sencilla de compaginar con actividades como rodajes, escritura de guiones… Tanto por una cuestión de horarios como, fundamentalmente, porque, a diferencia de otras actividades a mí la docencia no me resulta agotadora sino más bien estimulante. Así, las clases sirven muchas veces de «puesta en marcha» para esos días en que el tejido neuronal anda más bien espesillo. Dos horas de clase equivalen, así, grosso modo, a unas ocho tazas de café bien cargado en mi escala de espabile particular.

A mí esto del escritor favorito me resulta francamente difícil pero si, como el personaje de Cusak en Alta fidelidad tuviese que hacer un top five de escritores, probablemente tendría a DosPassos, Arthur Miller, Daniel Pennac, Cortázar y, en plan debilidad inconfesable, los Carvalhos de Vázquez Montalbán. Un poco rara la mezcla pero oye… Ahora mismo me estoy volviendo a leer la autobiografía de Buñuel.

Básicamente, divido el curso en dos mitades. Una primera en la que, con la ayuda de una jeringa hipodérmica –metafórica, claro— inyecto grandes dosis de teoría aplicada a los alumnos y, si sobreviven a la primera mitad, iniciamos un segundo bloque (de otros cuatro meses) en el que nos centramos más en la práctica diaria, el desarrollo de los proyectos, etc. Incluso intento rodar pequeños fragmentos de los guiones con actores «noveles» para así ayudar a los futuros guionistas a concebir sus guionistas como se debe hacer: pensando que su destino final es convertirse en una película y no en una novela.

Desgraciada o afortunadamente, el cine es una industria que necesita movilizar grandes recursos económicos para poner en pie una historia. Por ello, el cortometraje, siempre será, desde la perspectiva industrial, un género «menor» ya que su recorrido económico siempre será mucho más corto que el de un largometraje (al menos en los formatos tradicionales de exhibición; Internet puede suponer un cambio a este respecto). Desde el punto de vista del guionista, lo único que esto supone es que es mucho más fácil vivir de escribir largometrajes que de escribir cortometrajes pero ambos formatos son igualmente gratificantes. Quizás por ese menor peso industrial, el corto se ha considerado tradicionalmente más «libre» y «experimental» pero eso es cierto solo a medias. Memento o 24 Hour Party People son ejemplos de largometrajes absolutamente «libres» desde el punto de vista de la estructura. Yo, personalmente, me encuentro más cómodo en el largometraje que en el cortometraje pero esto obedece, casi con total seguridad, a la complejidad y longitud de las historias que me suelen surgir.

Trato de orientar a mis alumnos en cuanto a los caminos —más o menos tradicionales— que se suelen seguir a la hora de «mover» un guion en el mundillo pero lo cierto es que, en un país como éste con una cinematografía más próxima al artesanado que a los cánones industriales, el contacto personal es la única vía para el desarrollo de proyectos y eso es muy difícil de enseñar… También se estudian las diferentes ayudas públicas a desarrollo de proyectos y se prepara la documentación necesaria para presentarla a los organismos correspondiente.

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