Para Ana B. Nieto lo importante es la épica y no la época, por lo que se encuentra cómoda narrando historias tanto en el pasado como en el futuro. Es licenciada en Comunicación Audiovisual y le interesan la narrativa transmedia y de los nuevos medios.
Hace más de una década que debutó en la novela histórica con La huella blanca (Ediciones B, 2013), primer tomo de una saga de épica celta, que le valió una nominación a los Premios Hislibris y con la que alcanzó los primeros puestos de bestseller en Amazon. Fue distribuida en México, Chile, Uruguay y Colombia y traducida al catalán.
Le siguió una secuela, Los hijos del caballo (Ediciones B, 2015) y la adaptación de la serie de TVE Acacias 38 con Manuela (Plaza & Janés, 2016), que se tradujo al italiano. Fue finalista al Premio Mont Marçal con El Club de las 50 palabras (Roca, 2019), novela de realismo mágico llevada también a Italia en 2020. En 2021 completó la edición de su trilogía celta con Las espaldas de la tierra y en 2022 formó parte de la antología solidaria Voces de Kiev publicada por Edhasa. La novela futurista con Proyecto Karón, que quedó finalista del Premio Minotauro y fue publicada por dicha editorial, se lanzó en 2023. Ese mismo año, continuó su trabajo en novela histórica, de la mano de Edhasa, con Luz de Candelas.
Actualmente imparte cursos online con la Universidad de Alcalá de Documentación, Ambientación y Worldbuilding y presenciales sobre el uso de la IA y sobre narrativa transmedia. Dirige también la escuela de escritura del Instituto Europeo de Cultura. Ha colaborado con la plataforma Phantastica.com, de escritura de géneros no realistas (Ciencia ficción, Fantasía y Terror), con el curso Documentación para géneros no realistas.
Además, ha sido ponente en el VI EACWP Pedagogical International Conference, de profesores de escritura creativa, destacando la importancia de la investigación en cualquier género y la relación entre documentación e imaginación, con Research: the golden bricks on the road to creativity.
Entrevista a la profesora
He asistido a cursos de escritura a menudo y leído manuales y hoy en día sigo formándome con mis compañeros y aprendiendo constantemente. Escucho a los lectores y me esfuerzo por mejorar mis puntos débiles. Uno siempre debe estar vigilante sobre su propio trabajo y tener la humildad de reconocer qué puntos está descuidando o necesita fortalecer. Es fácil dejarse llevar y perder pulso, ceder a la desidia, hacer siempre lo mismo, confiarse… Y un escritor debe ser investigador, necesita crecer. Uno debe ser autoexigente, no perezoso, para ofrecer siempre lo mejor.
Trato de ofrecer mi experiencia, traer casos y situaciones concretas, orientar también en la industria… Hay cosas que no aparecen en un manual. El escritor que empieza necesita de guía y confianza para tomar sobre el papel decisiones valientes. Al final, lo que vemos en la página es esa confianza, un carácter fuerte, la voz definida. A las clases no se viene a destruir, se viene a dar un mayor poder narrativo. La buena escritura es un arte, no una ciencia: hay que entrenar la mirada y el tino para saber qué funciona y qué no, lo que, según mi punto de vista, es lo que al final importa.
Trato de mantenerme alerta para traer casos prácticos e ideas que no están programadas. Eso hace la clase más abierta a la improvisación, más fresca y más conversacional. Intento asociarlo sobre la marcha, con ejemplos que he visto durante estos años. También procuro adaptarme mucho al tipo de alumnos, ya que no es lo mismo hablar con escritores que desean ser profesionales que con universitarios o con tercera edad y tengo grupos de todo tipo.
Como decía, la audiencia es clave y determina el nivel de exigencia. Lo que más se pide a un escritor que quiere ser profesional es apertura mental y humildad, y este es el grupo que más difícil lo tiene puesto que forjar una voz propia exige un esfuerzo tremendo y sostener esa posibilidad, ese sueño, a veces te hace ser rígido. Lo entiendo muy bien porque todos hemos estado ahí. Hay que dar ese salto, aprender a trabajar con correctores, editores, críticos… y no tomarlo nunca por el lado personal. Eso también es un trabajo, forma parte del oficio. Saber escuchar y saber cuándo aceptar cambios o bien negarse y defender una decisión en la página.
Creo que debe ser el propio de una conversación. Hay que estar al servicio del alumno, que entienda por tu actitud y disponibilidad que estás ahí para ayudarle, para que dé lo mejor. Que se sienta seguro y no juzgado. Se puede cumplir en un ambiente distendido.
Los alumnos me dan mucha perspectiva, hay muchos tipos de escritura, es maravilloso lo ricos que son los géneros, los diferentes intereses, la misma idea que tiene cada uno de lo que debe ser la literatura. Me suelo encontrar con mucho talento y muchas ganas. Suele fallar la confianza y ahí es donde hay que potenciar. Que ellos mismos vean que pueden crecer, ver otras opciones, comparar lo que hacen otros autores, comprender sus métodos… y hacerlo mejor.
Hay que estar relajado, saber de lo que se habla y escuchar mucho. Tener una actitud de servicio. Creo que, cuando tienes la experiencia, cuando se nota que no estás improvisando, los alumnos lo notan y el respeto viene solo. Y cuando añades el servicio, además del respeto viene el interés.
Para mí la preparación es esencial. Creo que es bueno incubar las historias e incido mucho en la investigación y documentación. Si no, son necesarios períodos de reposo y reescrituras profundas. En cualquier caso, no hay que tener prisa. Es importante cultivar un mundo propio.
Son muy buen complemento. La escritura es muy solitaria y las clases permiten, también, investigar al profesor. Te oxigenan, te dan ideas, y te sacan fuera de tu mundo hacia los de otros. Hay muchos escritores bestseller que, pese a no necesitarlo, no quieren dejar sus clases porque hacen mucho bien.
Si tuviera que escoger solo a uno, en esta etapa de mi vida, elegiría a Philip K. Dick. Le veo muchos defectos de forma, ritmo, personajes… pero sus ideas son tan audaces, es tan valiente, que creo que es lo que necesita la literatura actual. Tenemos muchas novelas técnicamente impecables, pero mediocres, vacías de propuestas que vayan más allá. Creo que él era un investigador nato y ese es el tipo de escritora que me gusta ser.