Diario torinese. Tercera entrada

Diario escrito por: Lorena Briedis
Desde la Scuola Holden de Turín
Durante el #IntercambioEdEHolden
Febrero y marzo, 2015
 

Roba como un artista

20 de febrero, 2015

Mis amigos saben desde hace tiempo que me gusta robar; no es un secreto. Siempre que se quejan o que me acusan, yo les insisto en que no es un vicio ni un hábito, sino un acto poético. Cuando los robo, además, lo hago bajo dos premisas muy claras (diría más instintivas que morales):

—No robo dinero ni objetos de valor (joyas, herencias familiares, alhajas). No me interesan.
—No robo a desconocidos (o casi nunca). Solo a mis amigos o solo a aquellos que aprecio y estimo.

Llevo varios años dándole vueltas al asunto porque es cierto que desde muy niña me gusta robar (uno de esos buenos amigos dice que nací con un pie en la cárcel). De hecho, el primer robo que figura en mi expediente fue a los seis o siete años cuando le robé a Danielita —la vecina que jugaba con mi hermana Carolina y conmigo todas las tardes— la mitad de una colección de cuentos clásicos, cuyas ilustraciones debía poseer. Así que fingí un dolor de barriga que me permitió apretarme los libros bajo la camisa y contrabandearlos de su apartamento al nuestro. Ahora que lo pienso, no sé por qué no me robé toda la colección; supongo que ya, entonces, tenía ciertos escrúpulos y cierto altruismo que sigo profesando. Sin embargo, veinticuatro años después, creo que debí robármelos todos, toditos, todos por una razón muy legítima: a Danielita esos libros le daban igual.

Risto Ahti —nuestro maestro jedi del Orivesi College of Arts— me confirmó esa cierta intuición el otoño pasado en Finlandia: «Sobre todo, uno debe robar lo que los demás desdeñan y hacerse responsable por ello y decirse continuamente «¡cuán valioso es esto!», de modo que pueda recibirse, así, cierta redención».

Es verdad que no solo robo lo que mis amigos desdeñan, sino también algo que sé que han olvidado o que pudieran olvidar si llegase a pertenecerme o algo que me gusta tanto que creo que, en sana paz, pudiéramos compartir. En definitiva, algo de ellos de lo que pudiera apropiarme en el sentido más chamánico.

En una ocasión, estando en la universidad, en Caracas, una de las jefas del departamento de Periodismo me acusó ásperamente de haberle plagiado un material a una profesora de Redacción de la escuela y que yo solo había tenido intención de adaptar para una clase con mis alumnos de bachillerato. Insisto, aquello no había sido en absoluto intencionado como se lo hice saber, de modo que, sin intención, lo que más me agrió es que me hubiera juzgado por un acto que ni siquiera era ni pretendía ser poético. Creo que, en general, algunas personas más pacatas o mezquinas no comprenden que los plagios o los robos son, en el fondo, un gesto de complicidad —siempre que haya una voluntad lúdica o poética— y, por el contrario, nos honran y nos reconocen (¡cuánto tiene todavía que desprejuiciarse la Academia!).

Me he largado a contarles toda esta retrospectiva porque hace unas semanas un profesor de la clase del college de Crossmedia de la Holden, Alessanro Garoffalo —por demás, un auténtico inventor de vieja escuela como Da Vinci o Arquímedes— me recibió esa tarde con un libro: Roba como un artista de Austin Kleon (¡desde luego, aquello fue como si me licenciaran!).

Una de las primeras páginas del libro arranca con un planteamiento loable.

A todos los artistas les hacen una pregunta:
«
¿De dónde sacas tus ideas?».
La respuesta honesta del artista es:
«
Las robo».

De hecho, fue una de las primeras cosas que me enseñaron en la Escuela de Escritores y que les he transmitido con devoción a mis alumnos con un sutilísimo matiz: robar con intención y con generosidad.

Por último, el libro concluye con un consejo de Jim Jarmusch (en el que, desde luego, etiquetaré a varios de mis amigos en Facebook; esperen nomás). Apuntároslo: «Roba de cualquier lado que resuene con inspiración o que ponga en marcha tu imaginación. Roba solo de las cosas que le hablen directamente a tu alma. Si haces esto, tu trabajo (y tu robo) serán auténticos».

 

Esta mañana, cuando llegué a la Holden, me encontré con que no había Internet en toda la escuela y que están en proceso de recuperarlo. Dicen que se cayó la red (quizá algún man on wire la robó para cruzar los Alpes o algunos de estos ríos). Veo que algunos aquí ya van por el tercer café, otros están mirando el móvil —y creo que, incluso, alguno está considerando seriamente aceptar la enésima invitación del Candy Crush—; otros dan vueltas en círculo y se les ve perdidos y melancólicos. Yo creo, sin embargo, que es un momento propicio para escabullirme de la Didáctica sin que nadie lo note, caminar hasta el fondo del pasillo y subirme a las escaleras de la biblioteca de la Sala de profesores. Expiar este tiempo perdido y robarle algo a la Holden, algo rabiosamente envidiable y de cuyo plagio pueda presumir impunemente.

Lorena Briedis

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