Pienso en la circunstancia en la que conocí recientemente a Alessandro Baricco, aquí, en la Scuola Holden e, inmediatamente, me viene el recuerdo de cuando mi amiga Seela me presentó a su abuela unas Navidades que fui a visitarla a Tampere. Recién había dejado la maleta en la segunda planta de su casa cuando bajamos, en seguida, al sótano para cumplir con, quizá, el ritual finlandés de máximo rigor: la sauna. Del vapor ardiente, salió una abuela estereotípicamente escandinava, roja y azul, con las gafas empañadas y completamente desnuda:
—Mumu —me dijo y me apretó la mano.
No quiero decir que a Baricco lo haya conocido desnudo en una sauna turinesa. De hecho, si hubiera sido así, habría sido una ocasión propicia para considerar aquel consejo del joven Holden: “Don’t ever tell anybody anything”. Insisto, no lo conocí desnudo en una sauna, pero sí podría decir, en cambio, que lo conocí semidesnudo en un gimnasio. De paso, Baricco sudaba mientras daba saltos frente a la red, en un polideportivo muy cerca de la escuela, donde todos los lunes algunos estudiantes y miembros del staff de la Holden juegan volibol.
Yo iba con camisa de buzo y licras de látex, o sea, un poco semidesnuda (o semivestida) también, de modo que —y desde luego—, la circunstancia era bastante franca y coloquial. Y, sin embargo, pretendía.
La primera vez que vi a Baricco, hace ya un par de años en Madrid presentando la Holden Reborn, una de las cosas realmente sugerentes que le escuché decir era que a lo que aspiraba con el nuevo proyecto de la Holden era fundar el Humanismo del siglo XXI. Y uno de esos caminos que llevaban de Roma a Torino, al parecer, era la comprensión del gesto estético como un gesto atlético.
Así que según veía acercarse y alejarse a Baricco de la red en un movimiento métrico y repetitivo, me venía en subtítulos y en bucle, como en uno de estos remixes perversos de Youtube, aquellos dos hexámetros recurrentes del inicio de Seda:
Compraba y vendía.
Gusanos de seda.
Se sabe que el hexámetro corresponde a la medida clásica del verso en la épica latina (un verso de seis sílabas) y que, en el volibol, el movimiento técnico para atacar la bola en la red consta de tres pasos hacia adelante y de tres pasos hacia atrás, en retaguardia, como preparación al siguiente ataque (esto último lo sé, por cierto, porque jugué fervorosamente al volibol hasta entrado el primer año de universidad). Tres pasos hacia adelante para atacar y tres pasos hacia atrás para contraatacar hacen, pues, un hexámetro, sin duda, épico, dado que todo gesto atlético es, ante todo, una épica.
No sabemos cuántas bolas tuvo que atacar Baricco en la red para escribir estos dos hexámetros ni a qué tipo de movimientos dentro del cuadro se sometió para conseguir el ritmo y la notación musical de Seda, pero desde luego que podríamos preguntárselo. En todo caso, casi me interesaría más consultarle de qué parte del volibol se pudiera aprender mejor la poética. Y no sé por qué, pero sospecho que va a tener que ser desde la banca. O, tal vez, de la interpretación castellana y literal del pallavolo —como se llama al volibol en italiano— y entregarse, sin más, a la gimnástica de cavar y volar.
Lorena Briedis
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