A Finlandia llegué hace ya dos semanas. Apenas salí del aeropuerto de Helsinki hacia la calle, lo primero que vi fue la luna. Un cielo índigo de medianoche. Y la luna. La pantalla de la parada de autobuses Helsinki-Tampere marcaba la hora: 16.30. ¡¡¡16.30!!! Y la temperatura: -25 grados. ¡¡¡-25 grados!!! Y alrededor, el blanco absoluto del polo. Todo alrededor, absolutamente blanco. Alrededor y blanco. Absölutalrëderblänco (para empezar a hablar en finlandés que se le da bien esto de hilar palabras y recamarlas, y adornarlas con diéresis en punto de cruz).
La primera vez que había venido a Finlandia fue hace trece años y nunca, hasta entonces, había visto la nieve (la verdad es que por el trópico nunca ha solido nevar mucho que digamos). Solo había alcanzado a ver la nieve, alguna vez —acaso— y de lejos, en Mérida, cerca de la cordillera andina —en el occidente de Venezuela— desde donde despuntan algunos picos con nieves perpetuas, solo que allí —por cosas de esta vida— nunca tuve que esperar un autobús a -25. Ahora entendía estos cutis finlandeses, que van así, con el menos por delante (como Benjamin Button).
Con esta y otras digresiones me distraía del viento siberiano que había helado toda la palma de Finlandia —cuyo mapa dicen que es un mano—, hasta que por fin, llegó el autobús que me llevaría a Tampere, donde me esperaba Hilkka —la madre de mi amiga finlandesa Seela—, quien, a su vez, me traería hasta el Orivesi College of Arts (Oriveden Opisto), en la misma ciudad de Orivesi (Seela, por cierto, a esa hora, estaba en una playa en El Salvador, a orillas del Caribe, tomándose una piña colada que me mandó vía Whatsapp).
Yo que siempre me había abanicado diciendo que soy más latina que Virgilio. Quién me manda. Algunas latitudes desafían esos vaporones.
Envuelta en una suerte de burka nórdica, esperé a que el autobús Helsinki-Tampere abriera las puertas y, finalmente, me subí —la verdad es que muy disimuladamente me le eché encima— y busqué en el fondo el último asiento —el más sur, el más ecuatorial— junto a una ventanilla.
Allí inició otra travesía.
Durante todo el camino, no hice otra cosa que ver la nieve. La nieve y el brillo de la nieve en la noche del polo. Sobre todo, eso es lo que he hecho desde que llegué a Finlandia: ver la nieve. No es algo, tampoco, que realmente pueda decidirse porque lo único que hay alrededor es nieve. Solo nieve. Nieve sobre nieve. Ese es el infinito de los nórdicos: la nieve. Una especie de desierto esclarecido. Así que la he visto, la veo y la sigo viendo. No me canso de verla, la verdad. Y la escucho. La escucho todo el tiempo. Pero de mis conversaciones con la nieve les contaré otro día. No sé por qué todo lo que puede llegar a saberse de la nieve —y de uno mismo, en el retiro de estas nieves— se siente como un secreto, como algo que, en el fondo, habría que callar para no mancillarlo.
Cuando me bajé del autobús, Hilkka me estaba esperando en la estación de Tampere. Nos subimos al coche, y de camino a Orivesi, yo conversaba y le contaba de mi primera sirimba finlandesa. En respuesta a mi relato, me habló como suelen hablar los finlandeses: en häikü (o en haikú). «Has llegado en la época más optimista del año». Yo me eché a reír mirando el -30 en el tablero del coche y ella, enseguida, añadió: «Porque estamos en camino hacia la luz».
Me contó que ese día había oscurecido media hora más tarde y que, en Laponia, cerca del círculo polar ártico, al norte de Finlandia, había habido, por primera vez en todo el invierno, una hora de luz entre las 11.00 y las 12.00 del mediodía.
Durante la semana, ya instalada en el Oriveden Opisto, en una de las primeras clases de Poesía con los alumnos de Risto Ahti —que transcurren, sobre todo, en finlandés—, escuchaba que Risto repetía mucho una palabra: valo. Por su similitud con la palabra letona valota —aunque el finlandés y el letón no tengan mucho que ver— pensé que significaría «idioma» o «lengua».
—What does «valo» mean? —le susurré a Matias, mi vecino de clase.
—Light —me respondió.
Esa fue la primera palabra que el finlandés me dio de sí: valo.
Luz.
Sobre mis conversaciones con la nieve, he dicho que les contaré después. Más adelante, también les contaré de alguna de mis conversaciones con Risto.
Ojalá, en tanto, que Hilkka tenga razón y que ese sea el recorrido de estos próximos dos meses.
Valolle. Hacia la luz. Un camino hacia la luz.
Ojalá que, entonces, también pueda compartirles estas otras conversaciones.
Este viaje está siendo subvencionado por los programas de movilidad de Erasmus+, agradecemos a la SEPIE la oportunidad que nos prestan de poder participar de una manera activa en un programa de formación europeo entre nuestros profesores. También agradecemos a la EACWP la gran oportunidad que nos brinda de cara al intercambio con otras escuelas europeas.
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